Roberto Peña recorría la capital vendiendo arroz chino—y también, buscando a niñas indefensas. Él no contaba con la valentía de las que sobrevivieron sus abusos…
El hombre de la moto violó a Dariela en su propio cuarto, una tarde que su madre andaba en la iglesia.
Fue el 16 de febrero de 2016, un día soleado en la capital. A la una de la tarde, Dariela, de trece años, se encontraba sola en su casa de habitación de Comayagüela. Su mamá le encargó cuidar la pulpería mientras iba a una reunión de la Iglesia.
Quince minutos después de que se fuera su madre, Dariela observaba que una motocicleta roja se parquea frente de su casa. El conductor, de estatura media y delgada, se bajó y sin quitarse el casco, entró aligerado en el negocio.
Dariela pensó que se trataba de alguien que solo necesitaba comprar algo. Le sonrió amablemente y le preguntó — ¿qué necesita señor?
En vez de contestar, el hombre de la moto miró a todos lados y aun sin quitarse el casco, sacó una pistola y apuntó hacia Dariela.
—Apurate, vamos a tu cuarto—le ordenó a Dariela. —Quítate la ropa.
Dariela no había terminado de quitarse la ropa cuando se escucharon pasos de alguien más entrando en el negocio.
—Dariela, Dariela, ¿dónde estás?
Dariela reconoció la voz de su primo. El hombre de la moto apuntó con su pistola hacia la puerta.
Aun en la situación que se encontraba, Dariela pensó primero en proteger a su primo.
—Aquí, no entres—dijo.
Se fue el primo. El hombre de la moto la violó y antes de irse, obligó a Dariela entregarle todo el efectivo de la pulpería, y la amenazó con matarla si contaba lo sucedido. Desde que se bajó de la moto hasta que se fue, nunca se quitó el casco.
“Me vendó los ojos”
El 19 de abril de 2016 a las 12:30 de la tarde, Melissa estaba en una estación de bus de la colonia Torocagua, esperando el transporte para irse a su casa. De repente llegaron dos individuos, cada uno en su motocicleta. Se bajaron y con pistola en mano, le vendaron los ojos y la obligaron a subirse en una de las motos.
Melissa les explicó a las autoridades que el hombre que la transportó iba adelante y el otro atrás, cuidando que ella no se tirara.
—Me llevaron hasta un lugar que no puedo identificar, escuché que abrieron un portón y el que iba atrás se despidió y dijo, ‘allí te dejo, Ángel’ y se fue—dijo Melissa ante el juez.
Inmediatamente después de que entraron a la casa, el hombre de la moto roja le dijo a Melissa, que se quitara el casco negro que le había colocado y que también se quitara a venda de los ojos. Le ordenó desnudarse y después abusó de ella.
Mientras eso sucedía Melissa miró un ropero en que había ropa color rosado de niño y un cuadro colgado en la pared que contiene la foto de un hombre trigueño, pelo liso y contextura delgada junto con una mujer gordita que representa tener entre 25 o 30años.
Pero además, Melissa miró que el hombre de la moto roja tiene una cicatriz de quemada en el antebrazo izquierdo.
“Te voy a matar”
El lunes dos de mayo de 2016, María, una adolescente de 17 años, salió de su casa a pie a recoger a su hermano que estudiaba en el Instituto San Buenaventura. Caminaba tranquila en las inmediaciones de la escuela Jesús Aguilar Paz, cuando de repente vio que un hombre que se conducía en una motocicleta color rojo bajó la velocidad. Al acercarse a María, el hombre comenzó a enamorarla.
Ella lo ignoró y siguió caminando, pero inesperadamente el desconocido le interrumpió el paso, sacó una pistola y le dijo—soy de la mara 18, ya sé en qué andas y te voy a matar.
La obligó a subirse a la moto y la condujo a un lugar desconocido. Estando allí, le exigió entrar a una casa abandonada, donde la violó. Después de consumar el crimen estiró sus brazos y le dijo—debía matarte, pero me caíste bien.
Salió rápido y se fue con dirección al anillo periférico. María nunca vio la cara del hombre que abusó de ella, porque él no se quitó el casco ni tan solo un segundo.
“Si no obedeces te mato”
El viernes 13 de mayo de 2016, a las 4 de la tarde, Maritza de 15 años estaba en su casa, en un barrio de Comayaguela. De pronto, un hombre que conducía una motocicleta roja entró en la casa con el casco puesto, la encañonó y le advirtió hacer lo que él le ordenara, porque si no, la mataba a ella y a su familia.
En Comayaguela están las comunidades más pobres del Distrito Central donde las personas no solo están expuestas a la vulnerabilidad de los fenómenos naturales sino también a la delincuencia. Las viviendas de ese lugar son de construcción frágil y fácilmente los criminales entran y provocan daños en su interior.
El hombre de la moto le ordenó a Maritza hacerlo pasar como amigo, si llegaba alguien de su familia. —El hombre me llevó a la cocina, me dijo que me sentara y me dijo que era de la Mara 18 y que si conocía a 2 chavos, de nombres Jesson y Brayan, que los andaba buscando y yo le dije que no— sostuvo Maritza en su declaración.
Minutos más tarde, la madre de la niña llegó. Ella venía de donde su vecina, que vive en la casa de al lado y cuando entró, le dijo Maritza, -mire mami, él es mi amigo Fernando”. Y la señora sin sospechar nada, se dirigió a él, - mucho gusto, dio la vuelta y le dijo a su hija que le ofreciera refresco. “Y yo le ofrecí fresco, pero él me dijo que no quería, mi mamá nos dijo los dejo solos para que platiquen”—contó Maritza.
La señora se retiró pocos metros y se fue a lavar ropa en la pila. Ellas rentan un apartamento, adherido a una cuartería donde el servicio de agua y el lavandero lo comparten con otros vecinos.
Mientras tanto, el hombre de la moto hizo que Maritza entrara al cuarto, la tiró en la cama y la violó. Le advirtió a Maritza que no le dijera a nadie, porque un compañero de estudios de ella lo mantenía al tanto de lo que ella hacía. Y se fue.
“Si gritan, las mato”
Al mediodía del 20 de julio de 2016, Maricela, de 17 años, se aproximaba a su casa y llamó por teléfono a su hermana Griselda, de 14 años, para que le abriera el portón. Iba entrando cuando una motocicleta roja se aparcó frente a ella. El conductor la encañonó y le dijo que entrara rápido y él también entró.
El hombre de la moto encerró a las dos muchachas en un cuarto y en otro, a Marvin, el hermano menor de 9 años. Violó a Maricela y a Griselda. Después, registró toda la casa y se llevó tres teléfonos celulares y 10 mil lempiras en efectivo. Antes de irse las amenazó:
—Si gritan y piden ayuda, las mato.
Desde que irrumpió en su casa hasta que se fuera, el hombre nunca se quitó el casco. Sin embargo, en la mente de Maricela quedó grabada la figura de un hombre trigueño, de aproximados 30 años con dos tatuajes, uno en el cuello y otro borrado en el brazo a la altura del codo.
“Solo te voy a tocar”
Una semana y media después: A las tres de la tarde del 1 de agosto de 2016, Mariela de 16 años fue a la casa de su compañera de colegio, Xiomara, de 14 años. Allí estaba Marlene de 15 años y las tres salieron a platicar en la acera de la casa. Poco después, llegó un hombre manejando una motocicleta roja.
— ¿Está tu papá? Le preguntó a Xiomara.
Xiomara apenas había contestado “No”, cuando el hombre se levantó la camisa para enseñarles una pistola.
— Soy de la Mara 18 y busco unos chavos de la cuadra—dijo.
Se bajó de la moto y les indicó que entraran a la casa porque les iba a hacer unas preguntas.
Bajo amenazas dejó a Xiomara en la sala y encerró en un cuarto a Mariela y a Marlene.
—Solo las voy a tocar—dijo. Les ordenó quitarse la ropa y les manoseó todo sus cuerpos. Después violó a Mariela. Luego, salió a la sala, donde le dijo a Xiomara que le entregara el dinero que había en la casa y ella le entregó veinte lempiras, que era lo único que tenía. Seguidamente se fue advertirles que no podrían salir hasta que arrancara la moto.
En ningún momento el agresor se quitó el casco negro que usaba. Sin embargo, Mariela logró observar un tatuaje con la figura de un pescado en el estómago del hombre de la moto.
Victimas valientes, cabos sueltos
Es increíblemente que en un país donde la gente suele confiar más en las amenazas de los criminales que en la voluntad y la capacidad de la policía, todas estas jóvenes hayan denunciado lo que les hizo el hombre de la moto.
Sin embargo, ni las jóvenes sobrevivientes, ni las autoridades, se daban cuenta que no se trataba de eventos aislados si no de un patrón, perpetrado por un solo violador en serie. Algunas de las jóvenes fueron al Ministerio Publico a poner la denuncia, y sus casos fueron asignados a distintos investigadores de la Agencia Técnica de Investigación (ATIC). Otras pusieron sus denuncias ante la Policía, y sus casos fueron asignados a distintos agentes de la Dirección Policial de Investigaciones (DPI).
Los investigadores manejaban los casos individualmente y a nadie se le ocurría comparar las diferentes denuncias y los perfiles de criminales descritos por las víctimas de violación sexual. Además, las pistas en cada caso eran pocas: el violador era nada más un hombre desconocido que andaba en una motocicleta roja.
En total, 12 niñas y una mujer adulta tuvieron la valentía de ir, cada quien, por su cuenta, a denunciar ante las autoridades que habían sido violadas entre octubre de 2015 y agosto de 2016 por un hombre desconocido que andaba en una moto roja. Pero debido a la forma difusa en que se llevaba el caso, la poca información que tenían las sobrevivientes respecto al victimario y la carga interminable de nuevos casos que constantemente se acumulan en la mora de la justicia hondureña, parecía que no tendrían el consuelo de al menos saber que su victimario sufriera las consecuencias de sus actos.
Uniendo los hilos
Los hilos empezaron a unirse gracias a Maricela. Igual a otras sobrevivientes de las depredaciones del hombre de la moto. El 20 de julio de 2016, cuando Maricela y su madre llegaron al Módulo de Atención Integral Especializado (MAIE) para denunciar su violación, allí se encontraban profesionales de la psicología e investigadores del Proyecto Rescate, de la Asociación para una Sociedad más Justa ASJ (Rescate-ASJ). Ellos andaban acompañado a las autoridades en la resolución de otro caso y al escuchar la denuncia ofrecieron ayudar a Maricela.
MAIE es una dependencia del Ministerio Público, que recibe las denuncias, ordena evaluar a las víctimas y una vez documentada, remite los casos a la Fiscalía Especial de la Niñez. Y Rescate-ASJ por su parte, es una iniciativa de la ASJ con más de una década apoyando a la policía en la investigación de crímenes sexuales contra niños y niñas. Su personal se ha especializado el tema violadores seriales. Ellos fueron los que apoyaron a las autoridades para el esclarecimiento de 25 delitos de violación especial cometidos en el 2009 por el violador en serie, Hugo Edgardo Sierra Benavides, preso en este momento, en una cárcel de máxima seguridad, pagando con prisión condenas sumadas de 401 años.
Tras conocer el caso de Maricela Rojas, los investigadores y el personal de psicología de Rescate-ASJ, establecieron conexiones con las agencias de investigación ATIC y DPI. En vista que el hombre que abuso a Maricela era un desconocido, los investigadores de Rescate sospechaban que podría tratarse de un violador en serie, que posiblemente ya había dejado otras víctimas. Así que empezaron a revisar los archivos de la ATIC y la DPI.
Encontraron doce denuncias de crímenes cometidos en un solo sector y que ligaban como agresor a un hombre de aproximados 25 a 30 años que conducía una motocicleta de color rojo y que utilizaba un casco negro sin la visera frontal. Todas coincidieron que el sujeto portaba un arma de fuego. Varias víctimas lo describieron de piel trigueña clara, delgado, con acné en la cara, cabello liso, peinado hacia un lado y con una cicatriz parecida a la de una quemada en el antebrazo izquierdo. Y otras lo identificaron por un tatuaje inserto en la parte trasera del cuello.
Vale aclarar que en algunas ocasiones el hombre de la moto si se quitó el casco y que las víctimas que tuvieron la oportunidad de verle el rostro aportaron algunas características físicas de él, pero no las suficientes para identificarlo a primera instancia.
Todas las denuncias refieren que esos delitos fueron ejecutados colonias adyacentes a la salida del norte, como La Fuente, San Buenaventura, Altos de San Francisco, el Pantanal, la Soledad, la Flor del Campo y el barrio Lempira.
En los archivos de la DPI y de la ATIC, los expertos de Rescate-ASJ encontraron archivadas, varias denuncias que habían interpuesto las victimas el año anterior, pero con esa información elaboraron el cuadro de perfilación criminal y coordinaron con las autoridades el seguimiento de la ruta delictiva. Identificaron las cámaras de seguridad pública y privada y solicitaron los videos registrados de acuerdo con las fechas de los hechos.
Un caso difícil de resolver
Con apoyo de la Policía de Tránsito, los investigadores de la ATIC, DPI de Rescate-Asj, montaron los operativos, y a la una de la tarde del sábado 27 de agosto del 2016, se apostaron en la colonia La Pradera.
La Pradera, es un lugar de mucha movilidad vehicular, y en el término de una hora detuvieron entre 12 y 15 personas que conducían motocicletas de color rojo, les solicitaban la licencia de conducir, la revisión de matrícula y después, les pedían quitarse el casco de protección. Si miraban que el motociclista tenía algunas de las características indicadas en las denuncias, le pedían bajarse del vehículo y quitarse la camisa para revisar si andaba tatuajes.
Punteando las dos con 15 minutos de la tarde y sin imaginarse lo que le sucedería, el hombre de la moto roja circulaba tranquilamente por la colonia, La Pradera, y un agente de tránsito le hizo señal de parada. –Buenas tardes caballero, permítame su licencia y revisión- dijo el policía. Sin decir nada el conductor de la motocicleta sacó los documentos y se los entregó.
El policía le dijo: “bájese del vehículo”, los investigadores le ordenaron quitarse la camisa y detectaron en él, un tatuaje en parte trasera de su cuello y una cicatriz en el antebrazo izquierdo. Allí le decomisaron una pistola de juguete que era la que utilizaba para intimidar a sus víctimas, y le ordenaron subirse a una patrulla. Lo llevaron a la DPI, en la colonia, La Cañada, donde lo identificaron como, Roberto Carlos Peña Sánchez. Las autoridades construyeron un patrón fotográfico de él y varias de las victimas lo reconocieron, como el hombre de la moto roja que las violó.
Después de este reconocimiento, las autoridades presentaron a Roberto Carlos Peña Sánchez, ante juzgados de Letras de lo penal, para el desarrollo del juicio. El caso que inició el 31 de agosto de 2016 con la declaración de imputado, finalizó el 21 de mayo de 2018 con una sentencia de 150 años de prisión, que le dictó la Sala II del Tribunal de Sentencias, de Tegucigalpa, por 12 delitos de violación especial en prejuicio de 12 niñas y un delito de violación simple contra una mujer adulta.
Durante la Investigación los detectives conocieron que antes de ser apresado, Roberto Carlos Peña Sánchez (el hombre de la moto) era un ciudadano que todos los días, en la mañana, recorría esas colonias re vendiendo al detalle arroz chino, que compraba en los restaurantes y generar así los ingresos para alimentar a su familia.
Vale decir, que en el año 2014, Roberto Carlos Peña Sánchez, fue denunciado por violación y que la denuncia no fue investigada, pero sí llama la atención, que la persona que lo denunció, después se convirtió en su compañera de hogar y juntos procrearon una niña que en este momento tiene 4 años.
También es importante decir, que Roberto Carlos Peña Sánchez ya había estado preso por robo y portación ilegal de armas.
Pero también fue importante, el apoyo logístico y psicológico que Rescate-ASJ les brindó a las víctimas y a sus parientes para la aportación de pruebas en los procesos de investigación y judicialización, como, los datos para la construcción de retratos hablados, ampliaciones de sus declaraciones y la identificación del violador a través del patrón fotográfico.
En el crimen de Melissa, hombre de la moto contó con la ayuda de otra persona, pero las autoridades no han investigado a su cómplice.
Cámara Gesell para evitar la revictimisación
El proceso de investigación conllevó a que el 4 de agosto de 2016 utilizando la Cámara Gesell, instalada en el Ministerio Público las 12 niñas, de manera individual y acompañadas de un profesional de la psicología, rindieran su declaración ante un investigador, el juez, el Fiscal y el abogado defensor y sus testimonios fueron utilizados en calidad de prueba anticipada en el juicio.
Con la toma de las declaraciones en la Cámara Gesell las autoridades evitan que las victimas anden de un lugar a otro contando lo sucedido. Antes las víctimas tenían que declarar en la Policía, Fiscalía, juzgados de lo penal y tribunales de sentencias, entre otras.
La cámara Gesell es una sala de dos espacios separados por un vidrio, que cuentan con equipos de grabación de audio y video, con micrófonos ocultos y que cuenta con un psicólogo que acompaña a la víctima en uno de los compartimientos. El psicólogo sirve como canal de las preguntas que le hace el investigador, el juez, el Fiscal y el abogado defensor, presentes en la otra división. Con este método se evitar su revictimisación.
El falló que condena a 150 años de prisión a Roberto Carlos Peña Sánchez, conocido en el juicio como violador de la moto, fue dictado por la Sala II del Tribunal de Sentencia de Tegucigalpa, el 21 de mayo de 2018, cuando la terna de jueces determinó que es el autor de los delitos de violación especial, actos de lujuria y robo, en perjuicio de doce adolescentes de entre 11 y 17 años y un delito de violación simple en perjuicio de una mujer adulta.