No he venido a gobernar a la Universidad, sino a pedir a la Universidad que trabaje para el pueblo.
Estas son las célebres palabras de José Vasconcelos, rector de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) durante el período post revolucionario mexicano, más conocido como “de construcción de instituciones”.
La frase de Vasconcelos me ha calado enormemente en estos días de crisis universitaria. Siendo yo mismo producto de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH), a la cual siempre le tendré estima y agradecimiento por haberme dado la oportunidad de recibir una educación que solo el 15% de la población tiene acceso. A medida han ido pasando los años, le he ido cogiendo más cariño a la UNAH. Por un lado, la nostalgia que da los años universitarios –egresé en 1998-; y por el otro, porque siento que es de los pocos lugares en Honduras que se puede apreciar la rica diversidad social, ideológica y cultural que tiene que ofrecer la sociedad hondureña.
Como estudiante de Derecho, no fui mucho de participar en gobiernos estudiantiles o en actividades políticas de la facultad. Por ejemplo, nunca comprendí porqué en cada matricula me “escalfaban” cinco lempiras para un frente universitario que poco hacía por el estudiantado o porque las elecciones de la decanatura eran tan contestadas, aunque entendía muy bien sus nexos con los poderes que estaban afuera de las paredes universitarias. Fue hasta que me tocó trabajar en la limpieza del Huracán Mitch con compañeros de diferentes carreras que mi di cuenta del rol de la universidad en el país. Fue así que me gradué con esa animadversión con la política sectaria en la vida universitaria, pero con un interés de aportar mis conocimientos universitarios para el desarrollo del país. Me acuerdo lo realizado que me sentí cuando Don Leo Valladares me aceptó en el recién creado Comisionado Nacional de los Derechos Humanos, saliendo de la universidad.
La crisis universitaria de las últimas semanas me ha generado muchos sentimientos encontrados, pues aunque ya no soy estudiante o catedrático, soy hondureño que quiere que el país salga adelante. Sin duda alguna, no hay persona con un interés genuino por el país que no quiera una “U” que sea incubadora de ideas y de producción científica, que forme los profesionales y liderazgos que tanto requiere el país, que sea el caldo de cultivo de la democracia participativa y deliberativa que tantos anhelamos que sea Honduras. Es por eso que el actual debate sobre la ruta que debe tomar la UNAH trasciende el asunto de derechos estudiantiles o normas académicas, o quién es autoritario o quién dañó propiedad de la universidad, y entra a la órbita del tipo de sociedad hondureña que queremos ir forjando en el siglo 21.
En la Honduras de hoy, vemos un legado de políticos, funcionarios públicos, empresarios y profesionales, formados en la UNAH de los 70s, 80s y 90s, que su accionar y comportamientos reflejan un modelo universitario anacrónico que lo menos que se tenía en mente era la educación y las ciencias, los valores democráticos o el desarrollo de la nación. Retomando las palabras de Vasconcelos, la UNAH de aquellos tiempos no era una universidad que trabajaba para el pueblo, y los resultados los vemos en nuestra sociedad.
En ese sentido, el dialogo que se construya, no solo debe estar centrado simplemente en la gobernanza de la UNAH, sino en los beneficios que le puede traer al pueblo hondureño tener una mejor representación estudiantil sin manipulación partidaria, un estudiantado que salga mejor preparado académicamente para responder al exigente mundo de hoy y un gobierno universitario que sea modelo de democracia inclusiva y plural que asegure el respeto de la ley. Pues al fin y al cabo, lo que le pasa a la UNAH, le pasa a la sociedad.
En trabajos de limpieza post Huracán Mitch con los compañeros de la UNAH, 1998 |