Roberto Peña recorría la capital vendiendo arroz chino—y también, buscando a niñas indefensas. Él no contaba con la valentía de las que sobrevivieron sus abusos…
Fue el 16 de febrero de 2016, un día soleado en la capital. A la una de la tarde, Dariela, de trece años, se encontraba sola en su casa de habitación de Comayagüela. Su mamá le encargó cuidar la pulpería mientras iba a una reunión de la Iglesia.
Quince minutos después de que se fuera su madre, Dariela observaba que una motocicleta roja se parquea frente de su casa. El conductor, de estatura media y delgada, se bajó y sin quitarse el casco, entró aligerado en el negocio.
Dariela pensó que se trataba de alguien que solo necesitaba comprar algo. Le sonrió amablemente y le preguntó — ¿qué necesita señor?
En vez de contestar, el hombre de la moto miró a todos lados y aun sin quitarse el casco, sacó una pistola y apuntó hacia Dariela.
—Apurate, vamos a tu cuarto—le ordenó a Dariela. —Quítate la ropa.