Los costos de las extorsiones y otros delitos cuestan el 11% del PIB; algunos empresarios negocian con pandilleros.
SAN SALVADOR – El local que ocupan las oficinas de su negocio se disfraza perfectamente sobre la calle en la que se ubica. Es preciso que sea así.
Para sentarse a conversar con él, el primer requisito es responder un interrogatorio básico de los vigilantes del lugar: “¿Qué deseaba? ¿Su nombre?… Permítame un momento”
Luego hay que atravesar una puerta de hierro reforzado, más pesada que lo normal, y otras dos puertas más con cerrojo eléctrico. Ahí, si hay una cita previa, su asistente confirma la llegada del visitante y luego indica el lugar en donde está su oficina.
La oficina es completamente cerrada, sin ventanas ni accesos más que el de la puerta de entrada. Un puñado de papeles ocupan su escritorio, junto a un teléfono, una computadora y un monitor desde el cual tiene una vista de todas las estancias del lugar. Las cámaras de seguridad son parte de la ornamentación de ese establecimiento.
Eso y todo el protocolo de entrada darán pie al inicio de la conversación.
-Imagino que todo esto es a raíz de la situación que atraviesa su empresa en este momento.
-No, la verdad es que a nosotros ya nos vienen atacando desde antes bandas como la de los Tacoma, así que todo eso que usted ha visto es resultado de eso.
La banda a la que este empresario se refiere ganó titulares en la prensa a principios de la década pasada, por la sofisticación en la forma en que operaban y por la variedad de actividades delictivas en las que se involucraban, lo cual se evidenció en el número de delitos por los que se juzgó a sus principales integrantes en 2003, tras su captura: hasta 17 delitos, desde robos hasta secuestros.
Este mismo empresario asegura, incluso, que el negocio que administra tuvo que enfrentar la guerra y los saqueos que de uno u otro bando se realizaban por aquella época.
Pero sobre ninguno de esos casos se expresa como lo hace sobre la situación actual, la cual –en sus propias palabras– se ha ido empeorando desde hace poco más de cinco años: la empresa que dirige presenta pérdidas mensuales de hasta $5,000 en concepto de extorsiones.
La situación, según dice, ha llegado a un punto en que no hay marcha atrás, y la única solución que ha encontrado entre ese estrecho margen que existe entre la espada y la pared es negociar con quienes lo extorsionan.
Es por eso que en este reportaje este empresario no tendrá nombre. De su empresa bastará decir que comercia su producto en todo el país y que este es esencial en la mesa de los salvadoreños. Los riesgos de revelar esa información son muchos, asegura.
Las extorsiones, sumadas a otro largo listado de delitos que convirtieron al país en su momento en el más violento del mundo (un momento que algunos afirman no se ha superado), ocuparon la atención central del equipo conformado por El Salvador y Estados Unidos, que a finales de 2011 realizaron un diagnóstico sobre las razones que limitaban el crecimiento de la economía salvadoreña, con el fin de dirigir esfuerzos a través de la iniciativa del Asocio para el Crecimiento, pactado entre ambos países, para atacar dichos obstáculos.
Resultado de ese diagnóstico, se encontró que la inseguridad y la baja productividad de bienes transables (exportables) son los principales impedimentos para el dinamismo de la economía local. De las 20 metas propuestas dentro del Asocio para superar esos obstáculos, 14 de ellas fueron dirigidas al tema de superación de la inseguridad.
No fue casual: de acuerdo a las estimaciones hechas en ese momento, delitos como las extorsiones y los hurtos generan pérdidas que le cuestan a la economía un 11% del Producto Interno Bruto (o lo total de lo producido en el país, PIB).
Este empresario afirma saber qué es lo que esos delitos, específicamente las extorsiones, implican para su actividad empresarial.
“Se debe de llevar una contabilidad aparte para las extorsiones ¡Y lo peor es que no es deducible de impuestos sino pérdida de capital!”, dice, medio en broma.
Aumento de las extorsiones después de la tregua mara
-Hay una tregua entre pandillas en este momento. El gobierno dice que además de los asesinatos las extorsiones han disminuido ¿Qué opina usted?
Antes de finalizar la pregunta, el empresario comienza a sonreír.
-Después de la tregua se han incrementado los montos de las extorsiones ¡Hasta en cuatro veces!
En la práctica, para el empresario, las cifras que muestran las autoridades se reducen a estadísticas que van del diente al labio.
Los últimos datos del gobierno, ofrecidos por el mismísimo presidente de la República, Mauricio Funes, reflejan una disminución en las extorsiones desde que la tregua entre las dos principales pandillas dio inicio en marzo pasado.
“Tenemos casi el 10% menos de extorsiones con respecto al año pasado. Hasta el día de ayer (28 de octubre) habíamos recibido 2,436 denuncias de extorsiones, el año pasado a la misma fecha teníamos registradas 2,690 denuncias, hay una reducción de 200 denuncias”, aseguró el presidente a finales de octubre.
Unos días después, el 5 de noviembre, en declaraciones a la prensa, Funes dijo que esa disminución había sido del 8.7% con respecto a 2011.
-La cosa va peor. Los tipos extorsionan a los clientes y a nosotros- confiesa el empresario.
-¿Cuánto les pagan en promedio?
-Depende. En algunos lugares nos cobran cinco dólares por entrar. Hay otros que nos cobran veinticinco dólares. Pero fíjese, cuando pasa eso hay veces que nosotros vamos por una operación que nos deja cinco dólares nada más, pues perdemos veinte dólares.
-¿La empresa tiene que pagar cada vez que llegan a un lugar a dejarle mercadería a un cliente?
-Es que no es lo mismo en todas partes. Hay lugares en donde los pandilleros sí cobran cada vez que entramos, otros te cobran una tarifa semanal. Otros cobran al mes, pero el problema cuando cobran mensual es que a veces te piden un mes de adelanto, y no hay garantía que al siguiente mes recuerden que ya les pagaste.
La frecuencia varía dependiendo del lugar adonde vayamos -continúa el empresario- y también la estructura de la «colaboración». A veces nos piden más porque dicen que tienen que pagar abogados para los pandilleros presos. Ahora están con eso de que andan cobrando aguinaldo ¡Hasta canasta navideña andan pidiendo!
-¿Canasta navideña?
-¡Sí! A uno de mis clientes incluso le detallan los víveres que debe meter en la canasta. Nosotros suponemos que esas canastas van a dar a las prisiones, porque ellos te piden cosas, como bebidas, que vayan en envases plásticos, no de vidrio.
Lo rígido de las exigencias y el peligro de que las amenazas de los pandilleros de una u otra zona se conviertan en realidad, han llevado a que la empresa haya abandonado algunas rutas de venta.
De hecho, el empresario afirma que a raíz de esta situación ha perdido un 10% de las rutas donde el producto que la empresa comercia solía venderse.
El mismo día en que conversó con CONTRAPUNTO para realizar este reportaje, el empresario tuvo que tomar la decisión de dejar de visitar dos rutas. Las tarifas cobradas por las pandillas eran muy altas y las amenazas muy fuertes.
Reacción en cadena.
-Tengo clientes que han tenido que cerrar y emigrar para otro país. Hay lugares en donde las tiendas han tenido que cerrar, y no porque a ellos les pongan renta, sino porque los proveedores no podemos entrar al lugar, entonces ellos se quedan sin mercadería para poder vender.
Según dice, la intervención de los extorsionistas en el mercado llega a tal punto que son capaces, en muchos casos, de incidir en las reglas de competencias entre las mismas empresas.
-A nosotros nos dicen «si nos pagas cierta cantidad, no dejamos que entre la competencia a vender aquí, solo vos». Por este «servicio» llegan a cobrar hasta cincuenta dólares. Yo, por principios éticos, no lo hago, pero hay otros que si aprovechan esa «exclusividad».
En otros casos, la expansión e inversión de la empresa se ven limitadas.
-Por ejemplo, hay lugares a los que quisiéramos llevar nuestro producto, porque sabemos que hay demanda. Pero también sabemos que son sitios peligrosos y mejor los descartamos. O a veces pasa que tenemos planeado comprar nuevos vehículos, pero no lo hacemos porque ellos dicen «tienen carro nuevo, así que tienen dinero y hay que cobrarles más». El problema para nosotros es que los costos de mantenimiento de un vehículo viejo son mayores que los de un vehículo nuevo.
Los empleados han tratado de todo para evitar el pago de la extorsión. Han intentado descifrar la agenda de los extorsionistas, entrando en horas en las que creen que hay menos peligro: temprano, antes de que despierten o en horas de almuerzo, mientras comen.
Incluso, según el empresario, se ha intentado introducir mercadería en otro tipo de vehículos, tapada con plásticos negros, pero los esfuerzos han conseguido evadir solo en pocos casos las extorsiones.
Un día, conversando con otros empresarios amigos suyos, se le reveló una solución parcial, que si bien no resolvía el problema, ayudaría a disminuir un poco las pérdidas: «Contrata a un negociador», le recomendaron.
“Es una práctica que ha sido comenzada a implementar por varios empresarios que están siendo extorsionados”, afirma.
El negociador
Su apariencia es la de un salvadoreño promedio: moreno, de media altura, cabello rebelde, pómulos pronunciados, piel morena y de sencillo vestir.
-Imagino que negociar con pandilleros no es cosa sencilla.
Dirige la mirada al aire y luego responde.
-Pues hay algunos con los que se negocia tranquilo, hay otros con los que no. Acuérdese que el antisocial exige y amenaza si la empresa no da lo que quiere.
Su tono es severo. Así debe de ser. Desde que el empresario lo contrató con el encargo de negociar con los pandilleros, este hombre ha sido intimidado y amenazado de muerte tantas veces que solo una actitud fría ha sido capaz de mantenerlo en el mismo oficio.
Ceder, asegura, es darle la confianza al pandillero para que pida más.
Según dice, el trabajo no es sencillo. Comienza por indagar en las estructuras de las clicas de los lugares en los que comercia la empresa. El propósito es identificar a los líderes, que son con quienes él negocia, con nadie más, solo los «palabreros».
Luego estudia los montos a los que ascienden las extorsiones hechas a otros proveedores que ingresan al lugar. Esto le sirve para tener una idea de cuál es el margen que tiene para negociar.
Dependiendo de la accesibilidad del jefe de la clica (o dependiendo de si este ande o no en sus cinco sentidos, como él mismo dice), el negociador es capaz de llegar a acuerdos en los que un pago de $50 puede bajarse a $25, pasar de pagos diarios o semanales e incluso mensuales.
Cuando en un lugar no se puede negociar, es mejor retirarse. En muchos lugares, la capacidad armamentística de los pandilleros es tal que es mejor no poner la vida en riesgo, asegura.
-¿Por qué contratar a un negociador y no acudir a la policía?
Nuevamente, antes de concluir la pregunta, la sonrisa del empresario (esta vez irónica) se asoma por su boca.
-Ya lo he hecho, pero ya no confío en ellos.
Una experiencia le bastó al empresario para perder la confianza.
En una de sus rutas comerciales en la capital, a su paso por una comunidad populosa, reconocida por la presencia de pandilleros; el monto que estos pedían para no atentar contra la vida de los empleados era de $150.
Desesperado, el empresario armó a varios vigilantes y los envió junto al camión proveedor. Minutos después recibió una llamada: «Jefe… estamos rodeados. Están en los techos, en las esquinas, apuntan desde las ventanas ¿Qué hacemos?».
«¡Salgan como puedan!», les contestó. Ellos lograron salir. Sabían qué tipo de armas tenían los pandilleros, en qué lugares las ocultaban, cuántos eran y en que lugares se les encontraba.
Con toda esa información, el empresario acudió a la Policía Nacional Civil. Le dijeron que se montaría un operativo en una fecha y hora determinada para darles captura.
Llegado el día, el empresario habló para conocer los resultados. Nada. El operativo nunca se realizó.
-Estando todo listo, a punto de darse la orden, alguien le levantó la pluma al oficial a cargo…
-El gobierno dice que han disminuido las extorsiones, usted dice que no y que no se ha hecho nada para impedirlo. Que propondría usted para acabar con esto.
-Pues quizás un nuevo gobierno. El problema es que para esta gente (los pandilleros) esta es su forma de vida, de llevar sustento a los suyos ¿Qué alternativas hay? ¿Meterlos a las empresas? A mí no me funcionó.
Antes, el empresario había señalado una columna de papeles junto a su escritorio. Se trataba de los resultados de varias pruebas de polígrafo, algunas hechas a jóvenes que querían salir de las pandillas y que en su momento contrató para poder restar elementos a quienes lo extorsionaban.
El problema, según dice, fue que, por ejemplo, si el joven había pertenecido a la pandilla Barrio 18 y el camión proveedor en el que trabajaba ingresaba a un territorio de la pandilla rival, MS-13, las probabilidades de sufrir un ataque eran mayores.
-A mí se me ocurre que se pueden abrir microempresas para ellos. Pero vea: esta gente está acostumbrada a levantarse a la hora que quieran, ganan la cantidad que quieren, no tienen jefe… ¿Estarán dispuestos a incorporarse? Es difícil que una persona le abra a alguien las puertas de su casa a alguien que no sabe cuántas personas ha violado o asesinado, sería como vivir intimidado en tu propia casa o negocio.
La solución -continúa el empresario- es que el gobierno genere fuentes de empleo, por ejemplo en las carreteras: que pongan a trabajar a esa gente arreglando las carreteras. Hay que buscar un mecanismo, cómo incorporarlos, pero por experiencia propia, nadie en sus cinco sentidos los aceptaría.
-Mientras esa alternativa llega ¿usted seguirá negociando?
-Es eso o cerramos. (Tomado de Contrapunto.com de El Salvador en alianza informativa con Revistazo).