La Navidad, que debería ser una época de solidaridad y de reflexión sobre la vida de Jesucristo, se ha convertido en una presión social para las personas que no cuentan con los recursos suficientes para hace frente al consumismo que le impone el mercado local.
La historia nos dice que Jesús nació pobre para vivir y morir entre los pobres. Sin embargo, la Navidad ha sido secuestrada por los comerciantes que desde finales de octubre despliegan sendas campañas publicitarias para invitar a la población a derrochar los pocos recursos que obtienen por su fuerza de trabajo.
La publicidad se incrementa en la medida en que se acerca la Navidad y el Año Nuevo.
Basta recorrer las calles de las ciudades y pueblos para darse cuenta de la gran cantidad de productos que se ofrecen, muchos de los cuales están alejados de las posibilidades económicas de quienes los observan y que se conforman solo con mirarlos.
Gran cantidad de gente acude diariamente a los grandes centros comerciales para admirar los productos que van desde una simple botella de vino hasta muebles y electrodomésticos más sofisticados.
La mayoría sólo llega a ver a través de los cristales, pero algunos, los más atrevidos, entran a las tiendas y hasta piden espacio para medirse prendas de vestir o el calzado, que solo ellos saben que no podrán comprar.
Canciones alegres acompañan la actividad comercial.
No obstante, nadie desconoce que un alto porcentaje de la población no tendrá con qué cenar en la Navidad.
Para ellos no habrá Nochebuena, pues no tendrán comida, y mucho menos ropa o zapatos nuevos.
Sin embargo, de ellos nadie se ocupa porque hasta algunas iglesias, que deberían dar ejemplo de solidaridad con los que menos tienen, evidencian haber sido absorbidas por el consumismo, prefieren que sus miembros intercambien regalos y se olvidan de aquellos que no tienen oportunidad alguna en la vida.
Situaciones como esas deben hacernos reflexionar sobre el verdadero sentido de esta época porque, de lo contrario, seguiremos pensando que existen dos Navidades: la de los ricos, que derrochan comida y bebida, y la de los pobres, que solo tienen la misericordia de Dios.