Son lágrimas, son nostalgias.
Fue la época luminosa, siempre añorada. La del Partido Liberal transformador, la de las grandes conquistas sociales, la que señala la historia patria con el nombre de Ramón Villeda Morales.
Cuando la admiración la atraía la nobleza, cuando el liderazgo lo construía el idealismo, cuando el respeto lo ganaba la honestidad; cuando no eran la infamia, el clientelismo y la viveza, los activos más efectivos para la consecución del poder. Ha de volver a ser así.
Ahí se aprendió que el liberalismo es servicio, que el liberalismo es entrega a las causas justas, que el liberalismo es defensa inclaudicable de la justicia, de la libertad y de la ley.
Ahí, con el abrazo, la mirada y la palabra de José Mejía Arellano se comprendió que junto a Villeda Morales, Rodas Alvarado, Gauggel, Ortez Pinel, Alvarado Puerto, los Elvir Rojas, Federico Mejía Rodezno, Tonita Velásquez, Paco Milla, Ubence Osorio, Ubodoro Arriaga, eran, son, entre otros, referentes a seguir.
Después se incorporó a los Reina, nos enseñaron a sonar. Y todos juntos nos instruyeron en luchar por la Patria buena para todos por igual. Que no había otra forma de ser. Y supimos que ellos eran nuestros. Muy nuestros. Bien público del magno liberalismo que ofrenda sin medida, que no tranza, que eleva y que redime.
Así lo entendimos. Así lo exigimos. Así nos lo confirmaría una estrella fulgurante de aquel firmamento incomparable: Horacio Elvir Rojas. Pensamiento y acción. Inteligencia y cultura. Valentía. Altivez frente al poder, humildad frente a los oprimidos. Coherencia incuestionable toda su vida.
Y en su despedida, el que lo merecía todo, a quien el liberalismo le adeudó tantos honores, pareció partir sin el cobijo de la bandera amada. Y es que la llevaba en el corazón. Por él, por nosotros. Abanderado eterno de la grandeza del Partido Liberal. Del que entonces fue y del que será. Si no es de tristeza que lloro, es de alegría, en ese cielo por siempre Don Horacio brilla.