Por Alberto Arce
En la capital más peligrosa del mundo, nada podría convencer a un adolescente obediente para abandonar la casa de sus padres y sumergirse en la noche. Excepto una chica.
Ebed Yanes, un adolescente estudioso de 15 años la conoció a través de Facebook. Habían chateado y quería conocerla. “Mis padres están despiertos”, le escribió aquella noche del sábado en mayo. “Ya tengo las llaves de la motocicleta”, le dijo. “Me ducharé mientras (ellos) se duermen”.
Ebed Yanes |
¿Qué significan las estadísticas de homicidios para un estudiante de secundaria que quiere conocer chicas? Una tasa de 91 homicidios por cada 100.000 habitantes puede convertir a Honduras en el país más peligroso del mundo, pero no convencería a Ebed para que se encerrase en su casa.
A medianoche bajó las escaleras silenciosamente, se subió a la motocicleta de su padre y desapareció en la oscuridad buscando a la chica.
Nunca la encontró. “No sé en que tipo de hoyo vives”, le escribió en su último mensaje de texto. “He estado buscándote 45 minutos, pero mejor regreso a casa antes de que me agarren los chepos”.
Chepos, la palabra con la que se conoce en Honduras a los policías y militares, fue lo último que Ebed escribió.
La criminalidad en Honduras ha sobrepasado de tal manera a la policía que el gobierno lanzó el año pasado la Operación Relámpago, un estado de emergencia que permite al ejército desempeñar tareas de seguridad ciudadana.
A esas horas de la noche los soldados habían instalado un control contra los delincuentes, pandilleros y traficantes que pueblan Tegucigalpa. Ebed, sin licencia de conducir y sin los papeles de propiedad de la motocicleta, no quería que le detuvieran escapándose de casa y desobedeciendo las órdenes de su padre.
Honduras es un estado con serios problemas de gobernabilidad. El sistema político es tan débil que hace tres años el presidente fue derrocado por un golpe de estado militar apoyado por el Congreso y la Corte Suprema. Es el segundo más más pobre de América después de Haití.
El 79% de la cocaína que llega a Estados Unidos pasa por el país, que se ha convertido en el epicentro de la lucha contra las drogas, de la política antidrogas y la colaboración militar de Estados Unidos en la región. La violencia en Honduras es, según la Organización Mundial de la Salud, “epidémica”.
Como casi todos los hondureños, Ebed sabía que vivía en un país peligroso. Pero estaban esa chica y sus ganas de conocerla. Era sólo una noche. Era primavera. Era joven.
A la 1.30 de la madrugada Ebed estaba muerto en un callejón estrecho y oscuro sobre la motocicleta de su padre con una bala en el cuello y dos tiros en la espalda.
MUCHACHO TRAVIESO
La familia Yanes vive en una colonia cerrada en las afueras de Tegucigalpa. Cada domingo antes de ir a la iglesia Ebed limpiaba el coche de su padre, un distribuidor de alimentos al por mayor.
Pero aquel domingo, Wilfredo Yanes, de 57 años, se despertó y el coche estaba sucio. Ebed no había dormido en su cama, el teléfono estaba apagado y la motocicleta había desaparecido.
El hijo de Wilfredo era travieso. Le encantaban las chicas y tenía un pequeño trastorno de atención, pero nunca se metía en problemas con nadie. No salía solo de casa, ni siquiera sabía utilizar el transporte público y no era capaz de moverse solo por la ciudad.
La noche que murió fue la primera vez que salió de su hogar sin su familia. Incluso cuando asistía a sus clases de Taekwondo, su hermana mayor le esperaba fuera, sentada en el coche, volcada sobre sus libros de estudiante de medicina.
Era casi imposible que Wilfredo se imaginase lo que había sucedido.
El guardia de seguridad de la colonia le confirmó a su padre que Ebed había salido después de medianoche y que no había regresado.
“Tenemos que mantener la calma”, le dijo Wilfredo a su esposa Berlin Cáceres, de 42 años, profesora universitaria, “pero vamos a buscarlo”.
Comenzó entonces una lenta peregrinación por la Dirección de Investigación Criminal, en la que pusieron una denuncia por desaparición, la fiscalía de menores y el hospital infantil. Querían creer que se habría accidentado en moto o quedado en casa de una muchacha y llegaría a casa en cualquier momento pidiendo perdón.
Como si retrasar una noticia sirviese para evitarla, sólo a última hora de la tarde Wilfredo aceptó ir al departamento de homicidios de la policía. Allí no sabían nada de su hijo, pero sí de una moto roja que acababan de recibir y había aparecido junto al cuerpo de un joven no identificado, asesinado por desconocidos que le dispararon sin mediar palabra tras salir de una fiesta, el mantra tantas veces repetido por la policía en Honduras para paliar su falta de capacidad a la hora de realizar investigaciones criminales.
HALLAN LA MOTOCICLETA
“Tenemos la motocicleta aquí, quiere verla?”.
La familia atravesó el aparcamiento y desde la distancia Wilfredo reconoció su motocicleta. Inmediatamente supo lo que significaba. ”Es él?”, le preguntó su esposa.
“Sí, es él”, respondió Wilfredo casi sin tiempo de recoger a Berlin del suelo. Se había desmayado.
Los tres fueron inmediatamente a la morgue judicial. Wilfredo quiso entrar solo. Fue un trámite frío y rápido. La capacidad de almacenamiento de cuerpos de la sala, como cada fin de semana, saturada, con muchos más asesinados de los que debería admitir. El cadáver de su hijo estaba tirado en el suelo, dentro de una bolsa de plástico. La mandíbula, aún imberbe, estaba rota.
Wilfredo mantuvo la compostura. Le entregaron una bolsa de papel con sus pertenencias: una BlackBerry llena de mensajes de texto, un casco roto y un juego de llaves. Las llaves de su casa.
Esa misma noche, ante familiares y amigos, durante el velatorio, Wilfredo hizo una promesa por Ebed y por su país. Pese a ser una persona profundamente religiosa, no aceptaría que un crimen como este quedara sólo en manos de Dios, que te juzga también por lo que eres capaz de hacer en la tierra. Era hora de pasar a la acción. Prometió que su hijo no se convertiría en una estadística más.
Wilfredo no podía creer lo que la policía le había contado. ¿Su hijo víctima de un asesinato aleatorio en la calle?. De camino al funeral decidió desviarse y hacer dos paradas.
La primera en una comisaría a poco más de 100 metros del lugar en el que había aparecido el cadáver. “Sí, oímos disparos, pero no salimos a investigar por miedo”. le dijeron los agentes.
No les culpó por ello. Wilfredo, cristiano evangélico, no era un crítico del gobierno ni de la policía. Pero ante todo es un hombre práctico. Sabía que en Honduras los crímenes no se investigan y que sin pruebas, nunca habría justicia. Si quería respuestas, tendría que encontrarlas por sí mismo.
La segunda parada fue en el callejón en el que su hijo había sido asesinado horas antes. Allí una vecina le dijo que había oído disparos de fusil pero que tuvo miedo de salir a mirar.
Otro vecino sí vio lo ocurrido. A través de la ventana observó a un grupo de entre seis y ocho hombres de uniforme acercándose a un cuerpo tirado sobre una motocicleta. Le dieron vuelta al cuerpo con la punta de los fusiles, recogieron los casquillos y se fueron en un inmenso vehículo todoterreno oscuro y de doble cabina.
Según el testigo, los uniformados regresaron de nuevo minutos más tarde para hacer una segunda inspección del lugar y asegurarse de que no quedaban pruebas. Los vecinos decidieron esperar a que saliese el sol y recogieron dos casquillos de calibre Aguila 223 que los militares en la oscuridad de la noche no encontraron.
Cuando amaneció, ese mismo vecino salió a recoger los casquillos que los hombres no habían visto en la oscuridad. Se los dio a Wilfredo, que con ellos en el bolsillo asistió al funeral de Ebed sin quitarse una idea de la cabeza.
A su hijo no le habían matado desconocidos en motocicleta. Probablemente lo había asesinado el ejército de Honduras.
LA RECTORA
El lunes, inmediatamente después del funeral, Wilfredo se dirigió al despacho de la rectora de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras, Julieta Castellanos, quien también perdió a su hijo tiroteado por la policía en un control policial a finales de 2011 y desde entonces se ha erigido en voz contra la impunidad de las fuerzas de seguridad.
Pese a que los asesinos policías de su hijo pudieron escapar con el permiso de sus superiores, su ejemplo ha servido para que padres como Wilfredo suplan la acción investigativa de un estado impotente.
Allí le recomendaron que esperase a tener más elementos antes de poner la denuncia, que no hablara con los medios porque la discreción siempre ayuda y que se dirigiera a la Fiscalía de Derechos Humanos para ofrecerles la ayuda logística que necesitaran. Los investigadores en Honduras no andan sobrados de medios para trabajar.
A partir del jueves, Wilfredo y su mujer comenzaron a salir a las calles buscando algún operativo del ejército con un vehículo de las características que les habían descrito los testigos. Lo intentaron un día y otro, y otro, y otro. No tuvieron suerte, pero cuando se cumplía una semana desde el asesinato, el sábado alrededor de la medianoche se toparon con un retén militar a pocos metros del lugar en el que su hijo había sido asesinado.
Wilfredo se detuvo ante ellos. Allí estaba un vehículo similar al descrito por los testigos. Una rareza en Tegucigalpa. Su mujer conducía. Wilfredo le pidió que bajara la ventanilla y sacó la foto. Por culpa del flash, le vieron. Los militares les rodearon, les pidieron la cámara. Su excusa fue que coleccionaba fotos de vehículos poco convencionales. Por esa vez les dejaron ir.
Temblando, Wilfredo llegó a su casa y borró la memoria de la cámara después de grabarla en un USB. Tenía miedo de que alguien entrara de noche a la casa y se la quitase. Ya tenía los dos casquillos de bala y ahora tenía también la fotografía de un vehículo que concordaba con la descripción de los testigos.
El lunes por la mañana, una semana después del asesinato, fue a la Fiscalía de Derechos Humanos y presentó la denuncia.
FISCAL IMPRESIONADO
Pero Wilfredo no se fue a su casa a esperar porque podría esperar para siempre. Se sentó en la oficina de German Enamorado, jefe de la Fiscalía de Derechos Humanos, y le dijo que tenía prisa y quería respuestas.
Enamorado estaba impresionado. Si era cierto que un grupo de soldados había asesinado a un estudiante, se trataba de un crimen abominable. Ese mismo día asignó un fiscal y un investigador al caso.
Pero los fiscales no tenían vehículo para desplazarse y comenzar sus pesquisas. La oficina de la fiscalía es un lugar poblado por montañas de expedientes que desbordan la capacidad de trabajo del personal. Además, media docena de fiscales comparten un solo vehículo al que se le ha racionado el combustible. Wilfredo se convirtió en su chófer.
La primera parada fue en un cuartel del ejército en el que suponían se encontraba la hoja de novedades de aquella noche. No acertaron, Tuvieron que atravesar varias veces la ciudad de una oficina a otra hasta que alguien les dijo que cualquier petición debía ser por escrito. Dos días más tarde, con una orden del fiscal jefe, consiguieron el documento.
MILITARES ENTRENADOS POR EEUU
La hoja de novedades solo decía que un hombre pasó en motocicleta disparando a los soldados del control, que se le dio persecución y que logró escaparse. Esa fue solo la primera de las mentiras del ejército.
Siguiente parada: balística. Necesitaban las armas de todos los hombres que habían estado aquella en el control militar.
Y una noticia inesperada. Los soldados que habían perseguido y asesinado a Ebed eran parte de unidad del Primer Batallón de las Fuerzas Especiales del ejército a bordo de un vehículo especial donado por el gobierno de Estados Unidos al ejército de Honduras en el primer paquete de ayuda después del golpe de Estado de junio de 2009 para la lucha contra el narcotráfico.
Y la unidad, por utilizar equipamiento donado por Washington, no sólo había recibido entrenamiento de Estados Unidos sino que es una de las unidades aprobadas para el trabajo conjunto, tras garantizar que ni sus soldados ni sus oficiales eran corruptos ni violaban los derechos humanos.
En otras palabras, eran los soldados mejor equipados y entrenados de Honduras. Y Wilfredo estaba convencido de que habían asesinado a su hijo.
POLICIA USO A JOVEN COMO TIRO AL BLANCO
Cuanto más descubría, más se enfadaba. Wilfredo sabe que en Honduras las leyes no se cumplen, pero existen. Sabe que los soldados no pueden disparar a menos que se encuentran ante una amenaza directa y existencial. Y su hijo sólo iba armado de un teléfono.
El jefe de las fuerzas armadas hondureñas, general René Osorio, declaró públicamente que Ebed no se había detenido en un control militar y se merecía lo que había sucedido. “Lógicamente cuando un delincuente cruza un retén y no para es porque anda en cosas ilegales”, fueron sus palabras exactas.
Cuando fueron interrogados por la fiscalía el 7 de junio, ninguno de los siete soldados a bordo del vehículo Ford recordó ninguna motocicleta y ninguno recordó haberse movido de donde estaban estacionados.
Pero poco después del interrogatorio, uno de ellos llamó a su madre y le contó una versión muy diferente: le habían ordenado mentir sobre lo sucedido.
Su madre, entonces, llamó a una abogada que le explicó que era mejor ser testigo que ser acusado de asesinato. Al día siguiente, varios soldados se presentaron en la fiscalía y contaron su verdad.
El chico, confesaron, no se detuvo en el control. Aceleró y lo atravesó. Le dispararon. No se detuvo. Le persiguieron con el Ford en la oscuridad durante varios minutos, se metió por un callejón, se pararon en la entrada y el subteniente Sierra, al mando de la unidad, comenzó a disparar. Otros dos soldados también dispararon. El joven de la motocicleta estaba muerto.
ESCENA DE CRIMEN LIMPIADA POR POLICIA
Después de limpiar la escena del crimen, el oficial reportó a su superior coronel Juan Girón: “él fue quien nos dijo que teníamos que decir… que no debíamos decirle a nadie lo que había sucedido”.
La policía, que aseguró no haber salido a la calle aquella noche, en realidad recibió dos llamadas y había salido. Había visto a los soldados y había hablado con ellos pocos minutos antes de encontrar el cadáver de Ebed.
Un oficial cambió las armas de los soldados para que las pruebas de balística no ofrecieran ningún dato concluyente. El fiscal tuvo que solicitárselas en dos ocasiones al ministro de Defensa, Marlon Pascua. Las armas de crimen fueron un fusil M-16, un rifle Beretta y un Remington R-15.
PADRE HORRORIZADO
Wilfredo estaba horrorizado. “Usaron a mi hijo para practicar tiro al blanco, para practicar lo que les han enseñado”, afirmó.
Los soldados tuvieron elección, explicó Enamorado. Era correcto perseguir a Ebed, tratar de detenerlo con obstáculos en la carretera e incluso disparar al aire. Pero en ningún caso está permitido dispararle a un sospechoso que huye y no presenta amenaza. “Los hechos son despreciables, dijo. “La ley es clara. Ebed no debería estar muerto”.
Lo que sucedió después fue un milagro y 17 después de abrir el caso los tres soldados que habían disparado fueron detenidos. Eliezer Rodríguez, de 22 años, autor de los disparos mortales, fue acusado de asesinato y encarcelado. Los otros dos, incluido el oficial que comenzó a disparar, sólo fueron acusados de encubrimiento y violar los deberes de los funcionarios. Y ahora esperan juicio en libertad.
De alguna manera Wilfredo había conseguido justicia. Pero no estaba satisfecho. A fin de cuentas, los soldados se limitan a seguir órdenes y no está de acuerdo con que uno deba pagar todos.
CORONELES MINTIERON
El coronel Juan Girón les ordenó mentir. Otro coronel, Reynel Funes, cambió las armas, y el coronel Jesús Mármol, jefe máximo de la Operación Relámpago, dijo que nunca había informado de los hechos pese a que su subordinado dice que sí lo hizo. Además, el jefe del ejército dijo que Ebed era un delincuente y que investigarían con transparencia.
El coronel Funes, quien supuestamente ordenó el cambio de armas, también trabaja bajo la aprobación del gobierno de Estados Unidos. En el 2006 asistió becado a la Escuela de Postgrado Naval de Monterrey en California, donde se graduó con el título de máster en análisis para la defensa. Antes había estudiado en la Escuela de las Américas en Fort Benning, en Georgia.
Pero el ejército sostiene que no hay ningún comportamiento indebido por parte de los oficiales.
“Todo eso de las mentiras y el cambio de armas es una novela”, dijo el coronel Jeremías Arévalo, portavoz de las fuerzas armadas. “Nosotros le hemos dado a la fiscalía todo lo que nos ha pedido desde el primer día… y para nosotros el caso está cerrado. Somos unas fuerzas armadas responsables y contra la impunidad”.
PADRE ESPERA QUE NO LO MATEN POR LA VERDAD
Wilfredo no está de acuerdo. Después de varios meses logró convencer a la fiscalía de que investigase el papel de los oficiales y la cadena de mando, que descubrieran qué había sucedido con las armas. Por el momento no ha habido avances. Y ha presentado un recurso de inconstitucionalidad contra el decreto que permite al ejército patrullar las calles.
Espera que su país se quite de encima décadas de corrupción y disfuncionalidades. Que algún día sus vecinos no tengan miedo de salir a la calle de noche. Que cualquier padre pueda permitir que su hijo camine por un parque, que pueda probar los límites de la libertad sin temer por su vida. O que no lo maten por hablar.
“Me limito a reaccionar a la impotencia que me genera la muerte de mi hijo”, dijo. “Luchar contra la injusticia es una labor social. No puedo tolerar que se violen los derechos de nadie, menos aún el derecho de mi familia a la vida”.(Tomado de la agencia The Associated Press de Estados Unidos).