Capítulo I: “¿Para dónde me llevan?”
Jueves, 26 de junio, 2014
12:40 p.m.
El calor es intenso aquí en la colonia Sinaí, sector Rivera Hernández, de San Pedro Sula, al norte de Honduras. Andrea Abigail Argeñal Hernández sale del portón de la escuela Carlos Alberto Hernández Ramos y se levanta la mano para taparse del solazo bárbaro que se está haciendo, sus ojos “chinos” poniéndose aún más chiquitos ante la luz. La joven de 13 años está sonriendo, como suele hacer. Su piel clara y cabello negro rizado hacen un contraste bonito con su blusa anaranjada, su pantalón de pescador jean azul y las sandalias color blanco, que recién le compró su mamá.
Sus primos, Jefferson José y Skarlet Michell, ya le dieron su beso en la mejilla y están en sus aulas. Su tía, que vivía cerca, amaneció hoy enferma y por eso le pidió el favor a Andrea de encaminarles a los primos. Abigail empieza a caminar la cuadra y media que separan la escuela de su casa, contemplando qué hará con su tiempo libre hasta que le toque regresar por sus primos en la tarde.
No se fija en los dos chicos flacos, con ojos duros, parados al lado del pequeño portón negro de la escuela. Pero solo ha dado tres pasos cuando la agarran.
—¡Ayyy! grita del susto.
Voltea la cabeza, y se infunde de miedo al ver quiénes son.
No tienen pinta de matones. “El Pelón” tiene 21 años, es de estatura baja, tan delgado que hasta desnutrido se podría decir que es, cara jalada y pelo liso de corte normal. “Pacheco” es igual, tiene 20 años, de estatura media, ojos achinados y pelo normal; dicen que hasta se saca las cejas.
Pero Andrea, igual que todos los vecinos de las colonias Sinaí, Cerrito Lindo y la Central, sabe demasiado bien quiénes son: miembros de la temible banda criminal de “los Ponce,” responsables de infinidad de violaciones, asaltos, extorsiones y asesinatos.
La mente de Andrea se aturde. Hace tres semanas estos muchachos la tienen amenazada. Nada bueno le espera.
—¿Qué les pasa? suplica Andrea Abigail.
—Caminá hija de puta—le responde uno de ellos.
—¿Para dónde me llevan? grita la menor, como tratando de llamar la atención de los transeúntes. Hay decenas de padres y madres de familia caminando con sus niños agarrados de la mano para llevarlos a la escuela. Pero nadie la voltea a ver. Si algún niño curiosea, su padre o madre les jala la mano y entre dientes le dice “bajá la vista”. En la zona de la Rivera Hernández todos están amenazados, nadie confía ni en su propia sombra, los delincuentes—agrupados en media docena de pandillas y bandas criminales—están en cualquier lugar, y hay quienes dicen que hasta en la policía existen agentes y oficiales afines con estos grupos.
Nadie quiere terminar degollado por haber visto lo que no debían ver.
– Vos ya sabes. Te advertimos que no te queríamos ver aquí y te vamos a quebrar—le dice uno de sus captores a Andrea Abigail.
—¡Nooo! Por favor no me hagan daño—les suplica la muchacha, su voz interrumpida por el llanto.
La llevan casi de arrastra en la polvorienta calle hasta un carro turismo que los espera a cuadra y media de la escuela.
La obligan a subir, el carro arranca, y en veloz carrera se pierde con rumbo al sur, hacia la colonia Planeta.
Capítulo II: Días de angustia
Andrea Abigail nació la segunda de tres hijos de a una familia luchadora residente en la colonia Cerrito Lindo, una comunidad tan pobre y violenta como el resto de las colonias que conforman el sector Rivera Hernández. El sector Rivera Hernández lo componen 39 colonias del sureste de San Pedro Sula, la “capital industrial” de Honduras. Andrea Abigail y su familia residían en el pasaje 2 de la colonia Cerrito Lindo, casi en la línea de colindancia entre esa y la colonia Sinaí, a una cuadra media de la escuela donde asistían sus primos. A pocas cuadras también se encontraba la posta policial de la colonia Rivera Hernández.
Su papá, Emerson Berthony Argeñal, un albañil que se ganaba la vida honradamente y su mamá, Karen Suyapa Martínez, ama de casa. A los trece años solía estar alegre, como cualquier adolescente que ambiciona experimentar de la mejor manera los cambios que se generan la primavera de la vida. Estaba en la edad de encontrar amigos y de conocer a su primer amor. Estudiaba primer curso en el Instituto Copantl, de la colonia Rivera Hernández y el estudio lo alternaba con risas y las bromas que se hacían con sus compañeros.
Jueves, 26 de junio de 2014
5:40 p.m.
Han pasado cinco horas desde que llevaron a Andrea, y nadie de su familia sabe. Karen Martínez, mamá de Andrea Abigail, está dormida. Pasó la mañana haciendo mandados en el centro de San Pedro Sula; el intenso calor le provocó un fuerte dolor de cabeza y por eso se acostó. De repente los gritos y risas de sus sobrinos, Jefferson y Skarlet, quienes están en la puerta para visitarla al haber salido de sus clases, la despiertan.
—Abigaíl—dice Karen desde su cama, haciéndose masajes en las sienes para mitigar el dolor—Traéme un vaso de agua para tomar una pastilla, porfa.
—Tía, Andrea no está—responde Skarlet desde la sala.
—Y ¿qué se hizo?
—No sé. Nosotros nos vinimos solitos porque ella no llegó a traernos—replica la niña.
El temor se apodera de la señora. Inmediatamente su memoria recae en un incidente acontecido tres semanas atrás, cuando Andrea Abigail llegó llorando por las amenazas de muerte recibidas de dos sujetos fuertemente armados que la interceptaron en las afueras del Instituto Copantl en los momentos en que salía de clases. A la muchacha le advirtieron que no la querían ver y que la iban a matar. Desde ese entonces la niña abandonó sus estudios.
Sin pensarlo dos veces doña Karen se tira de la cama y sale a una infructuosa búsqueda de su hija. Visita a varios parientes que viven en la zona, pero ninguno de ellos le da razones de Andrea Abigail. Va a la escuela, pero la encuentra cerrada. Llama a cada rato al teléfono celular de su hija, pero está apagado. El tiempo corre. Ya tiñendo la noche, doña Karen anda desesperadamente de pasaje en pasaje recorriendo la comunidad sin que nadie le da la mínima información sobre su hija.
9:30 p.m.
Doña Karen está cansada, siente que muere de angustia, no sabe qué hacer. Regresa a la casa, donde su esposo, Emerson, ya ha llegado de trabajar. No puede contenerse más el llanto. Le cuenta todo a su esposo, que hasta ahorita se da cuenta que su hija ha desaparecido. Don Emerson también llora y la abraza. Al rato ambos se calman.
—Bueno, hay que poner la denuncia—dice don Emerson.
* * *
—Buenas noches—dicen don Emerson y doña Karen al entrar a la posta de la Policía Preventiva en la colonia Rivera Hernández.
—¿En qué les podemos ayudar?—les responde el agente encargado de la guardia para esa noche.
Los padres explican que su hija lleva varias horas de estar desaparecida y que a esa hora no saben nada de ella. La posta de estos uniformados dedicados a “Servir y Proteger” se ubica a pocos metros del sitio donde raptaron la niña, pero los policías no saben nada del hecho.
—Y ¿ya la buscaron bien?—exclama el policía.
—Sí, ya anduvimos en varios lugares y nadie nos da información—contestan los papás.
Pero este agente, obligado por la ley a prevenir las situaciones difíciles de los vecinos de la comunidad, sarcásticamente se ríe, y en lugar de prestarles atentación a los preocupados padres, profiere:
—Ah, aquí vienen a diario a poner denuncias y luego aparecen diciendo que las muchachas se habían ido con sus novios. Ella con el novio ha de estar—insiste.
Los angustiados progenitores de Andrea Abigail al ver la actitud de este agente del orden se preocupan más, se llenan de impotencia y vuelven a soltarse en llanto.
Y no conforme con eso, el policía insiste—No se preocupen, ella ha de estar tranquila y ustedes sufriendo. Pero hace algunas anotaciones y luego les pide que lleguen el siguiente día.
—Cualquier cosa les informo—dice.
11:30 p.m.
Ya casi pegando medianoche, los padres de Andrea Abigail llegan a la Primera Estación, la principal dependencia de la Policía Nacional en San Pedro Sula. Si los de la posta no los tomaron en serio tal vez estos sí lo harán.
Le toman la denuncia, pero tampoco hacen nada para recuperar a la muchacha.
Don Emerson y doña Karen regresan a casa, desesperanzados y llenos de preocupación, a acostarse para dar vueltas y más vueltas, sin poder dormir.
* * *
26 de junio al 4 de julio, 2014
En los días subsiguientes a la desaparición, con la esperanza de encontrarla viva a su hija, los padres de Andrea Abigail imprimen fotografías para mostrárselas a las personas al momento de preguntarles si la han visto. Así recorren todo el sector, calle por calle, interrogando a todo el que encuentran.
—Señor, ¿por casualidad no ha visto a una muchacha así…?
—¿Señorita, por casualidad…?
—¿Joven, usted…?
Pero nadie les da una respuesta favorable.
—Yo la anduve buscando por mis medios, pero no me dieron ninguna información—recuerda después la desconsolada madre.
—La gente nos decía ‘por allá escuché gritos’, otros decían que en otro lugar, pero nosotros solos no podíamos meternos allí. Otros decían que podía estar enterrada y nos daban direcciones de casa—relata, compungido, don Emerson.
Por fin encuentran una persona que les da una pista hacia la terrible verdad, pero solo una pista.
—A la niña se la llevó un tipo como de 20 años, blanco, que le dicen Pacheco—les manifiesta un residente de la zona a don Emerson y doña Karen.
—Y ese ya días que estaba deseando a esa cipota, no ve que siempre que la miraba cuando venía del colegio les decía a los demás, esa chinita si está bien buena, yo me la voy a comer—dice.
Hoy en día, don Emerson recuerda:
—Pedíamos ayuda a la policía y ellos decían que necesitaban hablar con él que nos había dicho, pero como no les dijimos, no nos ayudaron y seguimos buscando a la niña hasta el sábado 5 de julio, cuando mi esposa Karen recibió la llamada…
* * *
Sábado, 5 de julio del 2014
7:00 p.m.
Karen Suyapa, madre de Andrea Abigail, descansa en la sala de su casa. Sentada en el sofá, contempla una fotografía de la menor guardada en su teléfono celular. Todo ese día y los nueve anteriores han sido de intensa búsqueda de su hija, pero sin resultados. Se siente acongojada y aturdida por la incertidumbre. Nadie le ha dado razones contundentes sobre el paradero de su hija, solo especulaciones. Su mente no para de pensar, mientras que de sus ojos salen como vertientes incontenibles los chorros de lágrimas.
De pronto, su teléfono suena, y su pantalla cambia la imagen sonriente de Andrea Abigail por un número desconocido: 9946-2836.
Doña Karen contesta, pero ya han cortado. Su corazón late más rápido. ¿Podría ser alguien que tenga información sobre su amada Abigail?
La señora regresa la llamada. Al otro lado, solo se escucha bulla.
Corta y llama de nuevo. Otra vez, solo se oye ruido.
A la tercera vez le contestan. Una voz masculina, joven, le dice:
— Ya dejen de joder. Ella está enterrada en la casa de Melvin.
Parte de la declaración de Karen Suyapa, madre de Andrea Abigail. |
Capítulo III: “Aquí hay muchos delincuentes”
El sector de la Rivera Hernández es un asentamiento urbano establecido en los años 70 por familias desplazadas por el huracán Fifí. Desde sus principios la zona ha sido marcada por la violencia. Hoy en día, los 150,000 habitantes de la zona enfrentan a diario los retos particulares que implica vivir en un lugar donde media docena de pandillas pelean territorio.
La Rivera Hernández está colmada de pandillas y bandas criminales, los delincuentes se encuentran por docenas y la mayoría son jóvenes de baja escolaridad, con mucha energía para llevar a cabo cualquier “trabajito” por difícil que sea. Muchos en la zona son del criterio que los oficiales y agentes asignados a la posta de la Rivera Hernández mantienen vínculos cercanos con pandilleros y delincuentes de otras bandas criminales. La falta de confianza en las autoridades ha provocado en la población una costumbre de vivir atemorizados por la sangre y el fuego que produce el fusil.
En noviembre de 2014 Revistazo publicó que como consecuencia de las operaciones delictivas de las seis bandas criminales han generado desplazamiento de muchas familias que tuvieron que abandonar sus viviendas a cambio de salvar sus vidas. La desolación es inminente se aprecia con solo llegar y ver como las casas permanecen en ruinas porque sus techos, ventanas y puertas fueron arrancadas por los maleantes que se adueñaron de ellas. A esa situación se suman edificios comerciales que corrieron con la misma suerte.
El autor del presente reportaje, al recorrer la zona, se encuentra con un vecino de la localidad, y le pregunta sobre la vida aquí.
—Mire, le voy a contar, pero hágase un tantito para acá—dice.
Se acerca a una base de concreto, como para cubrirse de que alguien lo mire platicando con un extraño y en voz baja dice:
—Aquí hay muchos delincuentes, en toda la Rivera, guevos, ya en la tardecita no puede andar confiado, porque hasta los policías están comprados—afirma, pero ya hablando en secreto.
En año recientes uno de las bandas más temidas en la Rivera Hernández fueron los Ponce. Esta era una banda criminal conformada por disidentes de la mara Salvatrucha, o MS-13, que fue creada por Cristian Ponce, un criminal nacido y crecido en el sector. Se dice que Cristian quería ser jefe, no lo consiguió y por eso formó su propio grupo delincuencial y decidió operar en las colonias Sinaí, Cerrito Lindo y la Central. Marcó su territorio y compitió con cinco organizaciones delictivas más: Los Olanchanos, Los Tercereños, la Pandilla 18, Los Vatos Locos y la MS-13, todas con representación en diversos puntos del sector Rivera Hernández y compitiendo abiertamente con acciones de sicariato, venta de drogas, extorsiones, robo de vehículos y tráfico de armas, entre otros delitos.
Entre los miembros más notorios de los Ponce, casi todos jóvenes menores de 25 años, se menciona a Víctor Manuel Pavón, alias “El Pelón”; Luis Gerardo Fuentes, alias “Kevin Pacheco”; Moisés Ramírez Castellanos, alias “El Moisa”; Ronald Chávez, alias “El Chiqui Roland”; Samuel Jorlin Salazar, alias “El Barbero”; Javier, alias “El Longe”; Jonatán Cecilio Sánchez Hernández, alias “Cleaford”; y a Roller Miguel.
El grupo está implicado en una larga lista de crímenes: “Pacheco” es acusado de asesinar, el 9 de junio de 2014 en la colonia Sinaí, a Jorge Alberto Guevara Amador. “Cleaford” es acusado del asesinato de Sandy Marisol Ríos Zabala, hecho suscitado en abril de 2014. Incluso la madre del “Pelón”, Claudia Patricia Prieto, fue detenida el 8 de julio de 2014 por tenencia ilegal de armas, porque en su patio se encontraron enterrados un revolver calibre 30 especial de la marca Armscor, una pistola marca Noringo calibre 9 milímetros, y una pistola 9 milímetros Smith & Wesson, todos utilizados por los Ponce para cometer sus fechorías.
Claudia Patricia Prieto, madre de «Pelón» detenida por tenencia ilegal de armas, encontradas en su patio, todas utilizadas por los Ponce para cometer sus fechorías. |
En la comunidad hay quienes dicen que Cristian Ponce y el Moisa trabajaban muy de cerca de la policía preventiva de la zona.
Tal vez uno de los actos más notorios de los Ponce—al menos antes del secuestro de Andrea Abigail—fue el asesinato en marzo del 2013, cometido por el “Pelón” y “Cleaford”, de Melvin Ely Clavel Escobar.
Melvin, igual que los Ponce, nació y creció en la colonia Sinaí. Fue vecino y conocido de Cristian Ponce. Durante varios años de arduo trabajo en barcos pesqueros, logró ahorrar una buena cantidad de dinero, y lo invirtió en una aborratería. Los Ponce querían la riqueza de Melvin. Cuando Melvin negó pagar el impuesto de extorsión que exigían, los Ponce le pegaron tres balazos en la cabeza. La familia de Melvin emigró a otro lugar, la casa quedó abandonada, los pandilleros saquearon la tienda y se apropiaron de aquella lujosa vivienda, que al poco tiempo convirtieron en una “casa loca”: una vivienda forzosamente abandonada por sus propietarios, utilizada por los pandilleros para la ejecución de crímenes horrendos, que van desde violaciones sexuales hasta el asesinato y desmembramiento de personas.
Y fue en esta casa, la casa de Melvin convertida en casa loca, que enterraron a Andrea Abigail.
Capítulo IV: Dos entierros y una exhumación
Lunes, 7 de julio, 2014
11:15 a.m.
Han pasado once días desde que Abigail Andrea desapareció y sus papás interpusieron la denuncia; dos días desde que los llamaron diciendo que su hija está muerta y enterrada en el patio de una casa vecina. Nadie les ha ayudado. Se darán cuenta después que Andrea estuvo viva por al menos una semana en poder de sus raptores, quienes la torturaban y probablemente abusaban sexualmente de ella. Pudo haber sido rescatada—si los vecinos que escuchaban sus quejas hubieron vencido el miedo. Pudo haber sido rescatada—si las autoridades hubieran actuado con diligencia.
Pero no fue así. En la Policía Preventiva les pidieron a los papás, don Emerson y doña Karen, que llevaran a la persona que les había dado indicios de donde podía estar la muchacha, cosa que no pudieron hacer por el temor del informante. La Dirección Nacional de Investigación Criminal (DNIC) les argumentó que no tenían vehículo ni investigadores disponibles.
Padres de Andrea Abigail. |
Y hoy, en la Fiscalía, con cierta razón arguyen a los papás desesperados la necesidad de un informe de la DNIC.
Desde algunos pasos de distancia, un investigador privado, que en esta historia conoceremos como “Ramón Rivera”, observa en la Fiscalía a este hombre y mujer que desconsoladamente claman ayuda para encontrar a su hija menor.
Con su agenda prensada con el brazo, Ramón se acerca, los observa de cerca y después de saludarlos, hábilmente gana confianza y les pregunta sobre el caso. El llanto es incontenible para la mamá de Andrea Abigail, pero haciendo mucho esfuerzo, entre sollozos, ella y su esposo detallan una situación, difícil para ellos, pero casi normal en un país ubicado entre los más peligrosos del mundo, pese que no se vive en guerra declarada.
Por su parte, el investigador, vestido de camisa manga larga azul, pantalón beige y zapatos negros, casi impecables, con su pluma negra anota todos los detalles en su agenda café. Cinco minutos después, los padres de Andrea Abigail muestran más tranquilidad que cuando inició la plática y en ese momento Ramón les explica que trabajaba para una institución defensora de los derechos humanos y que está dispuesto a ayudarles.
—¿Quieren que vayamos? —les dice Ramón, y ojos, lesionados por el desvelo y maltratados por su llanto, de aquel hombre y aquella mujer, se iluminan y por primera vez en casi dos semanas, irradian esperanza.
—Bendito sea Dios que lo puso en el camino—dice la señora al darse cuenta que por fin está a punto de saber la verdad.
Se ponen de acuerdo y una hora más tarde se van para el lugar indicado.
Llegan a la casa de Melvin: de dos plantas, color verde, amurallada y abandonada desde que el dueño fue acribillado en marzo de 2013. El portón está abierto y con precaución, Ramón y don Emerson, el padre de la menor, entran a un enorme patio atiborrado de maleza.
Casa de Melvin |
El rastrojo supera el metro y medio de altura, pero a unos pasos del portón metálico negro, está una sandalia blanca. Don Emerson le toma una foto con el celular y por WhatsApp se la manda a su esposa Karen, quién quedó atrás.
—Ella se puso muy mal porque esas andaba la niña cuando salió de la casa—recuerda el padre de la muchacha, en su declaración contenida en el expediente judicial.
Quebrando el monte con sus pies, don Emerson y Ramón llegan al patio trasero de la inmensa casa construida en un predio de superior a los 650 metros cuadrados. Les llama la atención que en medio del rastrojo hay un bulto de tierra suelta tapado con desechos de maleza recién cortada. Por allí cerca hallan dos pedazos de madera y con ellos comienzan a escarbar. La tierra está floja y fácil de remover. A un metro de profundidad descubren el cuerpo.
A un metro de profundidad descubren el cuerpo de Andrea Abigail. |
—Vimos la pierna de una persona, la volvimos a tapar y decidimos ir a la DPI y hacer los trámites para la exhumación—recuerda Ramón.
Ese mismo día, a petición de los padres de Andrea Abigail, el Inspector de Policías Elmer Sabillón ordena que un grupo de investigadores se traslade al lugar y realice pesquisas.
Exhumación del cuerpo de Andrea Abigail. |
Jueves, 10 de julio, 2014
Catorce días después de haber desaparecido, cinco días después de haber recibido la llamada diciendo que está muerta, tres días después de que investigadores visitaron la casa abandonada de Melvin, por fin exhuman el cuerpo de Andrea Abigail. Está vestido con una blusa color naranja, pesquero jeans azul, blúmer negro, bóxer azul. La misma ropa que llevaba cuando salió de la casa hace dos semanas. En sus manos tenía puestos dos anillos de metal, uno de color verde y otro gris. Su rostro está vendado con un trapo amarillo y su cuerpo presenta señales de tortura.
Medicina Forense lleva el cuerpo para practicarle la autopsia. Las autoridades le detectan varias fracturas y presumen que antes de morir fue víctima de violaciones sexuales, extremo que no pueden probar por el estado putrefacto en que se encuentran los restos.
El dictamen de la autopsia 1514-2014 practicado por medicina forense a ese cuerpo, indica que sí corresponde a Andrea Abigail y que el mismo presenta tres heridas contuso-cortantes, localizadas una en la región lateral izquierda del cuello, otra en la región parietal izquierda de la cabeza y la otra en el antebrazo izquierdo con herida de piel y fractura del hueso. Palabras científicas que significan que la mataron a golpes con algún objeto duro—pudo haber sido un palo, una piedra, o un tubo— apuntando a su cabeza y cuello; que ella tuvo deseos de vivir hasta el final, intentando protegerse con su brazo, que también cruelmente quebraron a golpes.
Sábado, 12 de julio, 2014
Medicina forense entrega el cuerpo a los padres de Andrea Abigail, quien de forma inmediata lo trasladan al cementerio público de la colonia Calpules de San Pedro Sula para darle cristiana sepultura. Por su estado de descomposición no pudo ser velada, ni llevada a una iglesia como acostumbran los cristianos.
—Tenía la esperanza de encontrarla viva, pero ya no está sufriendo, no la están torturando y tenemos una tumba donde podemos venir a visitarla y recordarla—exclama desgarrado en llanto su padre, Emerson Argenal. Su corazón está partido, su rostro inundado por los chorros de agua que vierten sus ojos en esta soleada tarde de julio.
Capítulo V: Un pequeño golpe contra la impunidad
12 al 20 de julio, 2014
Entre tanto, Ramón y otro investigador del Ministerio Público, hacían lo propio para dar con el paradero de los criminales. En el proceso identificaron a dos testigos determinantes en la resolución del caso y elaboraron patrones fotográficos, entre otras indagaciones.
Uno de los testigos, que para su protección la Fiscalía Especial de Delitos contra la Vida identificó como “M-09” dijo que a las 12:45 de la tarde del 26 de junio del 2014, Víctor Manuel Pavón, alias “El Pelón” y Luis Gerardo Fuentes, alias “Kevin Pacheco”, se llevaron a la fuerza a Andrea Abigail. M-09 también reconoció a los sindicados en un patrón fotográfico, elaborado por Ramón y los agentes de la DNIC.
El otro de los testigos, denominado “2610-2014”, asegura haber observado que Pacheco y El Pelón subieron a la muchacha a un vehículo que los esperaba en la calle y que el carro arrancó en dirección a la colonia Planeta. El mismo testigo observó que horas más tarde de la Melvin Clavel, entraban y salían varias personas, entre ellas delincuentes conocidos en la comunidad, como El Pelón, Kevin Pacheco, El Bote, Samuel y El Águila.
—Estuve pasando por esa calle y escuché que alguien se quejaba adentro y siempre había alguien vigilando—afirmó el testigo, en su declaración presentada ante el jue, en calidad de prueba anticipada.
Las investigaciones avanzaron y en poco tiempo le remitieron el caso al Ministerio Público.
—Se le solicita que admita la solicitud de detención preventiva de Víctor Manuel Pavón Prieto, alias El Pelón y de Luis Gerardo Hernández Fuentes, conocido como Kevin Pacheco, por los delitos de privación injusta de la libertad y asesinato—dice el informe que la DNIC le envió el 20 de julio de 2014, a la entonces coordinadora de la Fiscalía de Delitos contra la Vida, Marlene Banegas, una oficial comprometida que pocos meses después sería acribillada bajo circunstancias aún no esclarecidas, pero que muestran el poder y atrevimiento de las bandas criminales en Honduras.
El mismo día que el MP recibió el informe investigativo, un juez penal de San Pedro Sula ordenó la captura el Pacheco y El Pelón y horas más tarde, en un operativo preparado para tal fin, en la colonia Rivera Hernández, con la ayuda de Ramón, agentes de la DNIC capturaron a ambos. Los jóvenes fueron enchachados y subidos a una patrulla que los condujo a la Primera Estación, en la tercera avenida de San Pedro Sula.
Luego fueron llevados y presentados ante el juez, quién después de dictarles auto de formal procesamiento los mandó con prisión preventiva a las celdas de la Penitenciaría Nacional de esa ciudad.
Captura de Víctor Manuel Pavón Prieto, alias El Pelón y Luis Gerardo Hernández Fuentes, conocido como Kevin. |
23 de julio, 2016
Dos años más tarde, en audiencia de juicio oral y público celebrada el 23 de julio pasado, un tribunal de sentencias declaró que El Pelón y Pacheco son los responsables del asesinato de Andrea Abigail. Para probar la culpabilidad de los imputados la Fiscalía presentó pruebas documentales, indiciarias, periciales y científicas. Aun no se le ha dictado la pena, pero el Código Penal dicta entre 20 y 30 años por homicidio.
En un país donde los responsables de apenas cuatro de cada cien homicidios son castigados, esto cuenta como una pequeña victoria por la justicia y la decencia.
Capítulo VI: ¿Vacío de poder o rayo de luz?
Si bien encontrar el cuerpo de su hija, poder enterrarla, y ver capturados a sus victimarios pudo haber conllevado cierta sensación de paz y cierre para los padres de Andrea Abigail, también los forzó a abrir un nuevo capítulo lleno de retos. Después de que su hija fuera exhumada, recibieron amenazas de muerte, y como cientos de miles de compatriotas, huyeron a Estados Unidos.
En la comunidad donde operaban Los Ponce, muchos son del criterio que la maldición de esta pandilla fue haber matado a Andrea Abigail, opinión que comparte el investigador Ramón. Antes de ese crimen, comenta, Los Ponce delinquían a diestra y siniestra en plena impunidad.
—Y allí [con la muerte de Abigail] fue donde iniciaron las investigaciones que ahora mantienen en la cárcel a varios de sus miembros—afirma Ramón—ahora unos están presos y otros están muertos.
Además de Pelón y Pacheco, Cleaford también está preso por otro homicidio perpetrado por la banda. Cristian Ponce, el fundador del grupo, murió asesinado a manos de supuestos miembros de la Banda de los Olanchanos a principios del 2013. Dicen que su mismo hermano lo entregó y allanó el camino para que los sicarios entraran a su casa y lo acribillaran a tiros. Para el tiempo en que Abigaíl fue secuestrado, había asumido el mando “El Moisa”, a quien nadie respetaba. Llegó la traición y entre ellos comenzaron a matarse. A Moisa lo hallaron muerto, enterrado en un solar baldío cercano a los bordos de la colonia Asentamientos Humanos, el 29 de julio del 2014, 24 días después que la banda mató a Andrea Abigail y 34 después de que la raptaron.
A juicio del Coordinador de la Fiscalía de Delitos Contra la Vida en San Pedro Sula, Eduardo Figueroa, lograr una sentencia condenatoria como el dictado contra los asesinos de Andrea Abigail acarrea un beneficio multiplicador para la población.
—En primera instancia permite hacer justicia a la víctima y a sus parientes; luego, crea confianza en las instituciones; y por último, se evita que ese criminal sigua asesinando gente en las calles de este país—dice a Revistazo.
El fiscal reconoce que hay retos significativos para lograr más de estas sentencias, principalmente entre ellos la falta de investigación.
—No se realiza la investigación por diversos factores; factores institucionales, disposición de agente, incluso el factor de confianza de la ciudadanía—expresó, —En muchas ocasiones la gente se niega a aportar información porque no confía en el sistema de justicia.
La organización cristiana para la cual trabaja Ramón está ayudando tanto a víctimas y testigos como a las autoridades a superar estos retos poco a poco, al menos en cuanto a varios crímenes cometidos en el sector Rivera Hernández, logrando concretar investigaciones serias que dan lugar a la captura y sentencia condenatoria de los hechores. Este organismo apoya en la investigación de los hechos, les brinda la atención psicológica que requieren las víctimas y los testigos y mantiene un grupo de abogados que apoyan a los fiscales en todo el proceso de judicialización.
Con el apoyo de esta organización las autoridades han logrado investigar completamente el homicidio de Melvin Clavel, el dueño de la casa donde fue asesinada y enterrada Andrea Abigail. Y esta vivienda, que por un tiempo fue el escenario de horrendos crímenes, ahora se mantiene en poder de un pastor evangélico, Daniel Pacheco, organizador de varios programas para jóvenes en riesgo y eventos comunitarios.
En un reportaje escrito recientemente para los New York Times, el periodista Sonia Nazario menciona que en los últimos dos años el número de homicidios se ha reducido en un 62 por ciento en la Rivera Hernández, y que la zona ahora es más segura para los niños que nuevamente salen a las calles para jugar.
Sin embargo, la caída de una banda tiende a abrir camino para otra. Una fuente confiable dijo a Revistazo que en el vacío que dejaron “Los Ponce” en las colonias Sinaí, Cerrito Lindo y La Central ahora se están incursionando la MS-13, bajo el mando de un marero conocido como “El Piojo”.
—Han establecido reglas como la de no hacer relajos, no poner denuncias en la policía, no maltratar a los niños y cero chismes—afirmó. Sostuvo que si uno de los pobladores se sale de ese mandato, le hacen un llamado de atención; si lo vuelve a hacer, esa advertencia va acompañada de “una calentadita” (tortura); y si esa desobediencia afecta a uno de sus miembros o a la organización criminal, puede ser conducido a la muerte.
Habrá más trabajo para las autoridades en la Rivera Hernández. Pero se espera que las capturas y sentencias que se han logrado en tiempos recientes, como los de los asesinos de Andrea Abigail, inspiren más valor entre la población para no quedar mudos sino denunciar a los delincuentes que mantienen secuestradas sus comunidades.