Una mirada a la imaginación de un violador en serie, nos muestra la complejidad del crimen; una “bestia” infernal, que siempre cuidó a su madre y un sistema de justicia que movió tierra y cielo para capturar y procesar al victimario—pero durante una década robó, asaltó y violó con impunidad.
Nació y creció en la miseria, en una cuartería de Comayagüela, quería ser mecánico, pero al igual que muchos en Honduras, no tuvo acceso a la educación ni a una vida digna. La falta de oportunidades lo arrastró al vicio, se enroló en las drogas y aprendió a delinquir. Se volvió un criminal sin alma, dicen los que llegaron a conocer al casi medio centenar de niñas que violó a su paso.
El Ministerio Público lo acusa de 40 violaciones a niñas de entre 8 y 17 años, entre 2009 y 2012, pero él, partiendo que su carrera criminal la inició en el 2001, fríamente afirma que la cifra es superior. No sabe si fueron 100 o 200, pero la justicia penal lo ha condenado a 401 años, por 25 delitos de violación especial, evasión y tráfico de armas.
Se trata de Hugo Edgardo Sierra—a quien los medios de comunicación le dieron el apodo de “Loco Hugo”—hombre de 41 años, que pagando errores de su vida, tendrá que vivir y morir en prisión, al menos que ocurra un milagro.
De estatura mediana y piel trigueña clara, Hugo Edgardo purga su pena en una celda de máxima seguridad, con un espacio aislado de tan solo 1 por 3 metros, localizada en la Penitenciaría Nacional Marco Aurelio Soto, en la aldea de Támara a 26 kilómetros al norte de Tegucigalpa. No tiene contacto con nadie y el sistema carcelario tampoco le permite acceder a programas de rehabilitación. Allí está y allí vivirá por siempre, enjaulado. Su situación es difícil, y su vida parece ser más precaria que la vida que lleva un hambriento y feroz león de circo mexicano.
Ilustración por: German Andino // http://germanandino.blogspot.com/ |
Lo visitamos en la prisión y accedió a hablar con nosotros. “Buenos días”, dijo amablemente al entrar a la oficina donde nos autorizaron realizar la entrevista. El oficial que lo custodia le pide sentarse y él se coloca en una de cinco sillas de metal con tapicería café, que para tal fin han sido colocadas en forma de círculo. Está frente a nosotros y mientras le explicamos el propósito de la visita, en su rostro pueden notar reflejos de angustia y de relativa desconfianza, tiene limitada libertad de expresión y restricciones extremas en sus movimientos corporales.
Esposado de sus manos y con grilletes de metal en sus pies, viste camiseta blanca, calzoneta moteada y tenis color azul, se acomoda y levanta sus manos para contener un chorro de sudor que recorre su frente, nervioso y en tono bajo pregunta:
— ¿En qué me beneficia esto?
—Legalmente en nada—le dijimos,—pero los medios dicen muchas cosas y nosotros le estamos dando la oportunidad de confirmar o rebatir esa versión. Si usted quiere, habla y si no, no lo hace, porque nadie lo puede obligar a decir lo que no quiere.
—No me parece—replica.
Pero después de un corto silencio, levanta su rostro y dibujando un remedo de sonrisa exclama:
—Voy a contarles algo, pero no todo.
“…como una bestia”
Ahí sentados cara a cara en las entrañas de la Penitenciaria, es inevitable reflexionar sobre lo extraño y recóndita que es la mente humana. Tranquilamente y frente a nosotros muestra un intelecto coherente y platica razonadamente y serena. Sin embargo, los expedientes judiciales formados de miles y miles de páginas llenas de perversión y dolor, dibujan el retrato de una bestia.
El miércoles 18 de febrero de 2012 fue soleado en la capital y a las cinco de la tarde el sol radiaba fuerte sobre la ciudad. Por una polvorienta calle del barrio Bella Vista de Comayagüela, caminaba tranquilamente una niña de 15 años, de quién para efectos de protección no revelamos su verdadera identidad, pero que en este relato la llamaremos Reinita. Venía de la pulpería ubicada a 50 metros de su casa cuando escuchó que alguien le dijo: “la llaman de la pulpería.” Ella se detuvo y miró para atrás, pero al instante un individuo, a quien el Ministerio Público describe como Hugo Edgardo Sierra, la sujetó y amenazándola con una pistola le ordenó que lo acompañara.
Ilustración por: German Andino // http://germanandino.blogspot.com/ |
Subieron unas gradas y cerca de unas casas que parecían estar solas la desnudó.
Miró a todos lados y no observó nada que lo pudiera interrumpir, todo estaba listo y acompañado del rugir de los motores de los vehículos que circulaban en los alrededores se aprestaba a cometer el crimen. Todo parecía perfecto para el victimario, pero de repente, escuchó:
—“Dios mío, ¿qué es eso?”
Por el lugar caminaban dos señoras que sin darse cuenta de lo que allí estaba pasando se encontraron con la repudiable escena. Pero la esperanza de salvación para la Reinita desvaneció tan rápido como nació, en cuestión de segundos. Las señoras no dijeron más y se fueron a paso rápido y sin darle más importancia a lo que habían visto.
Entre tanto, Hugo, quien por unos momentos vio frustrada su intención, le ordenó a Reinita volverse a vestir, la obligó a caminar juntos y la llevó a un zacatal, donde “nuevamente la desviste y le introduce su pene en la vagina”, dice textualmente la ampliación de un requerimiento fiscal, presentado por el Ministerio Público, en los tribunales de justicia.
El requerimiento señala que después de violarla le ordenó ponerse la ropa y marchar del lugar. “La víctima describe al agresor como una bestia”, relata este documento legal, que forma parte del expediente judicial.
A las dos de la tarde del domingo 22 de abril de 2012, una niña de once años quien para esta nota llamaremos “Thalía”, llegó a una pulpería del barrio Guadalupe, en Tegucigalpa y cuando esperaba que la atendieran, sintió la mirada fija de un hombre que ella jamás había visto. Salió apresuradamente y para evadirlo cruzó la calle, pero él se interpuso y con delicadeza fingida, le preguntó:
—¿Hay alguna escuela por aquí cerca?
—Sí—le respondió la niña—Está la Manuel Soto y la Ramón Rosa. Mientras que de forma alterna con el índice de su mano derecha señala hacia el barrio Morazán, aledaño al Estadio Nacional.
No terminaba de responder, cuando este hombre, identificado en el proceso judicial como Hugo Edgado Sierra, la interrumpió:
—Si gritás te pego un tiro.
Le enseñó una pistola, con fuerza la agarró de la mano, y se la llevó a un solar baldío del barrio La Hoya.
“Se bajó el pantalón, le tapó lo ojos con la misma camisa de ella, se sacó el pene y se lo introdujo en la vagina”, señala textualmente, una parte del requerimiento fiscal, anexado en el expediente del proceso.
Reinita, Thalía, y decenas o hasta centenares—¿quién sabe?—vidas violentadas, marcadas para siempre por los impulsos oscuros de la persona que ahora tenemos en frente.
“Ellas no estaban tan chiquitas”
Según la justicia, las víctimas escogidas por Hugo Edgardo siempre fueron niñas y adolescentes comprendidas entre los 11 y 17 años. Y si esto es así, él había definido su perfil de víctimas, por lo que le preguntamos:
—¿Es verdad que usted violó estas niñas?
—Umm, sí, pero los medios exageran, ellas no estaban tan chiquitas, ya eran de escuela o del colegio.
—En el Ministerio Público dicen que son 40 las que usted violó. ¿Es verdad?
—No sé, creo que más.
—¿Cuándo se dieron los primeros hechos?
—En el 2001.
-¿Qué piensa de eso? ¿Se arrepiente?
—Sí.
—¿Usted conocía a esas niñas?
—Algunas sí.
-¿Les pediría perdón?
–Sí lo haría.
Indicó, que en su soledad ha llegado a pensar en hacer algo para restituirles el daño, imaginación que se cruza en su mente, cuando ya es demasiado tarde, porque su situación de vida ya no es la misma que tenía antes de ser enjuiciado y condenado a prisión. Es una reflexión deja en el aire la pregunta: ¿Sus palabras nacen de un corazón arrepentido, o solo es una declaración calculada para mejorar su imagen?, pero eso es algo que solo él puede saber.
De vendedor a ladrón
Cuenta Hugo, que es el tercero de cuatro hijos de una pareja desintegrada cuando él apenas tenía cuatro años, que su padre lo llevó a vivir con él, pero irresponsablemente por las noches lo sacaba de su casa, que le daba dinero y lo mandaba para el cine.
—Yo me quedaba durmiendo en una calle—, dice Hugo, confirmando que fue víctima de abuso sexual por parte de hombres que merodeaban y buscaban encuentros sexuales en el centro de Tegucigalpa. Ubicándose en tiempo y espacio estaríamos hablando de 1980, momento en que todos los cines estaban situados en el centro de la capital.
Su mamá, es una mujer luchadora que en sus tiempos de juventud se ganaba la vida lavando ropa ajena. Ella consolaba a Hugo cuando llegaba a su casa, llorando por los malos tratos que le daba su padre, situación que solo pudo soportar un año, porque cuando el muchacho tenía 5 años se quedó a vivir con ella y desde entonces se dedicó a vender cacahuates en el cine y en el estadio.
Con el dinero que ganaba compraban los alimentos de la familia, situación que es normal en Honduras, un país donde los funcionarios pregonan que el trabajo infantil le ocasiona daños a la sociedad, pero no realizan acciones favorables en la educación de los niños, ni crean las oportunidades de empleo, que les permitan a los mayores darles una vida digna.
—¿Que jugaba cuando era niño?—le preguntamos.
—Me gustaba jugar pelota, mables y libre.
— ¿Su mamá lo puso a la escuela?
—Sí, hice hasta cuarto grado, tenía buenas notas y lo pasé.
—¿Por qué no siguió?
—Éramos muy pobres y tenía que ayudarle a mi madre.
En su relato, indicó que de niño soñaba con ser hombre de bien y que deseaba estudiar mecánica automotriz. Su mamá lo matriculó en la escuela, pero la pobreza extrema lo limitó y lo llevó a mantenerse en la calle. Para llevar un poco de dinero a su casa, continuó vendiendo cacahuates y absorbiendo las enseñanzas que solo la calle, como alta escuela ofrece. Y allí estuvo varios años, corrompiéndose y aprendiendo métodos del mal, hasta que su padrastro lo rescató y le enseñó zapatería.
—Como zapatero ya ganaba más, pero me gustaba el dinero fácil—, cuenta Hugo, quien, mostrando cierto grado de pena, reconoce haber participado en asaltos a personas y a casas comerciales.
—Me ganaba 700 lempiras semanales y los perdía jugando chivo, pero yo vivía en una cuartería de 100 cuartos, donde solo mi mamá y otra señora no eran delincuentes, yo pasaba con ellos y me iba a la séptima avenida, de donde regresaba a la casa con 1400 o 1500 lempiras”—dice Hugo, dejando entrever que sus amigos también hacían lo mismo y acarreaban cantidades similares de dinero sucio, arrancado a punta y filo de navaja a las personas honestas que caminaban a sus casas después de jornadas arduas de trabajo.
Los exorbitantes niveles de impunidad hacen de Honduras uno de los países más riesgosos para vivir, y todo lo que ocurre no es casualidad, sino que se deriva de la inoperancia de los cuerpos de seguridad. ¿Cuánto beneficio le hubieran hecho a la sociedad si las autoridades hubieran capturado a Hugo, cuando los ciudadanos lo denunciaban asaltos? Probablemente él no estaría sentenciado a prisión de por vida, ni tampoco habría cometido tantas violaciones a niñas inocentes.
Esa es la diferencia entre un país donde las autoridades persiguen el delito y uno como Honduras, donde por falta de investigación un 97% de los crímenes quedan en la impunidad.
¿Violador monstruoso o “hijo lindo”?
De un momento a otro el rumbo de la conversación cambia. Hugo relata que a pesar de todo, ama a su familia—un sentimiento que se percibe recíproco, si se toma en cuenta su mamá también asegura amarlo a él.
Le preguntamos:
—¿Qué piensa de su mamá?
— A mi madre yo la amo, a mi viejo también.
—¿Tiene hijos?
—Sí, tres con una misma nena y con otra que dice que también son míos, dos, a ella le reconozco el varoncito, la otra no porque pienso que me ha mentido. Ah y fíjese que cuando tenía 14 años una muchacha dijo que tenía un hijo mío y cuando pasaron 8 años fuimos a buscarla con mi mamá y mi hija, pero ya no la encontramos. Mi hija estaba alegre porque decía que tenía otro hermano, él ya ha de tener 27 años.
—¿Y su familia lo visita?
—Mi brother casi no, pero mi madre y mis hermanas si son bien lindas.
— ¿Y su papá?
—Mi viejo no, pero sí lo amo.
—¿Usted cree en dios?
–Sí, y leo la biblia.
—¿Cuál es el libro que más le gusta?
–Los Salmos, ya me aprendí diez, el 1, 17, 23, 51, 91, 103, 117, 121,142 y 146.
Días antes de nuestra entrevista con Hugo, Revistazo tuvo la oportunidad de hablar con su progenitora, y ella, aun cuando la justicia ya lo ha sentenciado por múltiples de delitos de violación, su corazón de madre no le permite creer que él sea culpable.
—Yo le lavaba su ropa y nunca miré evidencia alguna en sus calzoncillos—, nos dice la señora, que con añoranza recuerda momentos agradables que pasó junto con él.
Para ella, su hijo vale oro:
—Fíjese que era tan lindo conmigo que cuando hacía frío hasta me ponía calcetines y gorro, decía él que para que no me enfermara—, expresa la señora.
Ilustración por: German Andino // http://germanandino.blogspot.com/ |
Con mucho sentimiento recuerda que día en que fue capturado, Hugo estaba cumpliendo 39 años y que ella le había arreglado almuerzo.
—Le hice un arroz con pollo, pero lo agarraron cuando venía a almorzar y no se lo pudo comer—, afirma. Ella lo visita todos los domingos y abriga la esperanza de que su hijo va a regresar.
Recuerda que cuando Hugo se fugó en marzo de 2015 los medios publicaban que lo habían visto en diferentes lugares y que corría el riesgo de que la gente enardecida lo asesinara.
—Y yo sabía que no era él, porque él no estaba aquí, y le pedía a dios que no le hicieran nada a ese muchacho que decían que habían visto—, asevera.
Acusaciones
A inicios de 2011 se volvieron frecuentes las denuncias que por violación de niñas llegaban a la Sección de Delitos Especiales de laDirección Nacional de Investigación Criminal (DNIC), hoy Dirección Policial de Investigaciones (DPI). Todos los relatos coincidían en un que el perpetrador era un sujeto de estatura mediana, con la figura de Jesucristo tatuada en su brazo izquierdo, con una cicatriz en el abdomen y un lunar a la altura del bigote, al lado derecho.
Él no lo ha confirmado, pero Fátima Ulloa, ex jefa de la Unidad de Delitos Especiales de la DNIC, sostiene que Hugo abordó a la mayoría de víctimas preguntándoles por una dirección cualquiera en las cercanías de escuelas y colegios, y que luego las obligaba ingresar a solares baldíos o casas abandonadas. Sin embargo, no faltó quién fuera interceptada y obligada a bajar de la unidad de transporte en que se conducía del centro de estudios a su casa.
—Yo iba en el bus y un hombre se sentó a la par y me preguntó de qué mara era yo, y yo le dije que de ninguna, entonces me sacó un cuchillo y me dijo que me bajara porque tenía que enseñarle los tatuajes y después me dijo que me desnudara y allí hizo lo que pasó—dijo una de las víctimas que buscando justicia fue a declarar en los tribunales.
La mayoría de las denuncias se registraron en las oficinas de la DNIC del barrio Los Dolores y de la colonia Villa Adela de la Capital. Para la investigación y judicialización, las autoridades contaron el apoyo logístico y profesional de investigadores, abogados y psicólogos, de la Asociación para una Sociedad más Justa, organismo no gubernamental con más de una década trabajando por la defensa de los derechos humanos, la seguridad y la justicia de los hondureños.
Entrevistas con las víctimas y familiares, retratos hablados y reconocimiento de lugares, fueron parte de la investigación.
—Instalamos un sistema de vigilancia férreo junto alMinisterio Publico, la ASJ y los familiares, con el fin de encontrar al delincuente—, dice la Sub-Comisario de Policía, Fátima Ulloa. Añade que durante el proceso fueron detenidas unas 70 personas con características similares a las descritas por las víctimas.
Y es así, como el 10 de mayo de 2012, en un operativo montado para tal fin, en horas del mediodía, las autoridades detuvieron Hugo, lo presentaron a los tribunales de Justicia y dos días después, en la audiencia preliminar un juez penal de Comayagüela le dictó once autos de prisión, por igual número de delitos. A la fecha Hugo ha sido sentenciado por 23 violaciones especiales (niñas menores de 18 años), dos violaciones simples (mujeres mayores de 18 años) un delito de evasión y un delito de portación ilegal de armas.
El artículo 140 contenido en el Capítulo II relativo a los delitos contra la libertad sexual del Código Penal hondureño, indica que comete delito de violación quien utiliza la violencia o amenazas para acceder carnalmente a otra persona de uno u otro sexo. El autor de este delito será sancionado con reclusión de nueve a trece años. Si la víctima es menor de 14 o mayor de setenta años la pena será de quince a veinte años.
Desde el 10 de mayo de 2012, cuando fue capturado por la policía, Hugo fue recluido en la Penitenciaría Nacional, un lugar considerado como el infierno de quienes son acusados de violación. Dicen que a ellos les recetan de todo, pero él asegura que nunca lo trataron mal. Sus primeros tres años de cárcel los pasó en un módulo común, compartiendo experiencias, tristezas y alegrías con centenares de internos.
Allí estuvo Hugo, conviviendo con otros violadores, asesinos, asaltantes y muchos inocentes, que por errores de la justicia penal, fueron a parar en ese lugar, considerado como alta escuela de la criminalidad. Cuando estaba en este recinto planificó y ejecutó su fuga con dos compañeros más.
Llama la atención que los primeros dos años, antes de fugarse, en marzo de 2015, Hugo los pasó en un módulo de baja seguridad, compartiendo con otros internos acusados de diferentes delitos. La gente asegura que en ese recinto les puede pasar de todo a los violares. En la Penitenciaría Nacional ha habido casos de personas acusadas de violación que hasta han sido asesinadas. Sin embargo, este hombre, acusado y sentenciado por múltiples violaciones, asegura que nunca le faltaron a su respeto.
Se fuga y “nadie lo ve”
Eran las 12 del mediodía, del domingo 10 de marzo de 2015, el radiante sol caía perpendicularmente y mantenía a Tegucigalpa con una temperatura de 35 grados centígrados, cuando de manera “sorpresiva”, según las autoridades, Hugo y dos internos más saltaron el muro del penal y como alma que se lleva el diablo corrieron entre los matorrales y cruzaron los dos anillos de militares que custodian los alrededores de la cárcel.
Nadie los vio, y hay quien se atreve a decir que el diablo los ayudó, pero la realidad, es que en los últimos años, solo de la Penitenciaría Nacional se ha fugado más de medio centenar de internos, muchos de los cuales gozan de libertad porque jamás las autoridades se interesaron por recapturarlos.
En esta ocasión, como Pedro de su casa salieron los tres, se dispersaron y tomaron rumbos diferentes.
Estamos frente a frente, al interior de la Penitenciaría, a un metro de distancia se encuentra el oficial del ejército que lo custodia; observa detenidamente el desarrollo de la entrevista, pero eso lo incomoda. Hugo se muestra tranquilo, ve hacia arriba y por un momento deja perder la mirada en el reducido espacio, reacciona y comienza a narrar lo fácil que es en Honduras evadir la justicia.
Luego de dejar atrás los muros de la Penitenciaría Nacional, Hugo cuenta que salió a la carretera del norte y abordó un bus que lo condujo a Tegucigalpa, llegó a su casa en la colonia Torocagua y almorzó, se bañó, y tranquilamente salió a conseguir dinero. Regresó, se cambió de ropa y volvió a salir con una biblia bajo el brazo; esa sería la herramienta para conseguir ayuda en caso de necesitarla.
Caminó media cuadra y luego le hizo parada a un taxi.
—Lléveme a Comayagüela
—¿Por dónde?
—Por donde están los buses para San Pedro.
—Suba, 70 setenta pesitos.
Se subió y la idea era abordar un bus con ruta a la frontera de Guatemala, pero en el camino pensó que era mejor hospedarse en un hotel y planear mejor su huida y así lo hizo.
Madrugó y salió del hotel, portando su biblia en la mano derecha. Caminó varias cuadras y llegó a la terminal de buses de Comayagua. Al llegar a ese lugar esperó otro bus con rumbo a Siguatepeque y allí hizo lo mismo hasta llegar a Santa Cruz de Yojoa y después a San Pedro Sula. Siempre utilizando el transporte público, de esta ciudad se trasladó a Puerto Cortés y luego a Omoa, donde llegó ya tiñendo la noche. Aquí ya no encontró transporte, pero llevando la biblia como amuleto, caminó y se paró a la orilla de la carretera hacia Guatemala y comenzó a pedir jalón.
En un término de media hora pasaron 30 o 40 vehículos, pero nadie lo recogió. Era de noche y para ese momento Honduras punteaba en las estadísticas mundiales de criminalidad. Sin embargo, consiguió que el conductor de una rastra lo mirara sosteniendo la biblia y le ofreciera ayuda. Con él cruzó la frontera en la aldea de Corinto, se internó en Guatemala y llegó a la capital de ese país centroamericano.
Allí durmió, en el parque central, de donde salió al día siguiente pensando llegar Estado Unidos. Ese día abandonó Guatemala y entró a territorio mexicano, pero de pronto su viaje fue interrumpido por agentes de la Agencia de Investigación Criminal (AIC) de México y de la INTERPOL que lo detuvieron en Tapachula y lo pusieron a la orden de Migración. Las autoridades sabían que era evasor y tenían en su poder una orden de captura. A Hugo lo interceptaron por las llamadas que recibió de sus parientes en Honduras.
Fue la segunda vez que lo deportaron en un intento de llegar a la tierra del sueño americano: Hugo reveló que en 1990, huyendo de la pobreza, cuando tenía 14 años, había intentado llegar a Estados Unidos y que en esa ocasión fue detenido en Guadalajara.
—Es que éramos muy pobres, nunca hemos tenido casa y quería ayudar a mi mama—, dijo al conversar con Revistazo.
Intenta suicidarse
En sus cuatro años en prisión, Hugo se ha intentado suicidar en tres ocasiones. La primera vez, acumuló 39 pastillas utilizadas para dormir, que sus compañeros le dieron durante dos semanas, se las tomó juntas, pero solo le provocaron un sueño profundo que lo mantuvo dormido por tres días. En el segundo intento, cortó el ruedo de varias sabanas, hizo una trenza que colocó en su cuello y se colgó, pero al sentir el frío de la muerte reaccionó y logró pararse en un aplanchador y así se salvó de morir.
Su tercer ensayo fue cortándose las venas de su brazo izquierdo con las navajas de una de una prestobarba, las autoridades lo llevaron al hospital Escuela y allí se rescató.
Antes de ser capturado, pero cuando ya estaba siendo acusado, “en dos veces hice la ruleta rusa”, manifestó Hugo, quien hoy vive en un aislamiento que no le permite más que recrear sus crímenes, pensar en el daño provocado e imaginarse como sería su vida si se hubiera comportado diferente.
“Situaciones traumáticas no resueltas”
Según los psicólogos, un violador en serie se caracteriza por ser obsesivo, coercitivo y con enorme tendencia a humillar a las víctimas mediante el abuso sexual y la amenaza con un arma. Generalmente estas son personas inteligentes y con una tendencia a integrarse fácilmente en la sociedad.
Según Gloria Sabillón, Psicóloga del Proyecto Rescate, de la Asociación para una Sociedad más Justa (ASJ), los violadores son personas que en su infancia tuvieron algún tipo de trauma que les provocó desorden picó-emocional.
—Son conflictos de personalidad, son situaciones traumáticas no resueltas—, indicó.
Para ella, estas personas no llegan a la claridad de lo que quieren, se ven dominados por su desorden emocional y cometen hechos violentos pensando que de esa manera llegarán a superar su baja estima. Sostuvo, que un violador actúa compulsivamente y que lo más seguro es que después de cometer un hecho, su mente se vea invadida de sentimientos encontrados, entre el arrepentimiento, el miedo y placer.
Recordando que de manera tardía, Hugo ha manifestado arrepentirse por los daños provocados en las victimas, la psicóloga indica que—Esa inestabilidad les provoca infelicidad, pero a la vez, satisfacción.
“Situaciones traumáticas no resueltas”
Semanas después de haber entrevistado a Hugo Edgardo Sierra, ésta es la frase que sigue calando en nuestra mente. Y es que Hugo, no es el único que padece de “situaciones traumáticas no resueltas” en Honduras. Los hondureños colectivamente adolecemos de este mal, como producto de la violencia y la impunidad, que afectan a la población.
El sistema sanitario nacional no cuenta con los recursos necesarios para atender a la población que requiere de tratamientos psicológicos, y a eso también se suma la debilidad que muestran las entidades operadoras de justicia para restituir los daños que el infractor provoca a las víctimas y a sus familiares.
En Honduras es normal que jueces, fiscales y policías estén ganando salarios y que en lugar de hacer el bien, provoquen daños a quienes tienen el deber de proteger. Nadie puede negar que la policía hace décadas fue penetrada por las redes del narcotráfico y demás bandas criminales, pero todavía quedan agentes honestos y comprometidos con la justicia.
En tal sentido, no se puede desconocer que la captura y sentencia dictada contra Hugo ayuda en la restauración de las vidas de Reinita y Thalía, a quienes hemos tomado como ejemplo en esta historia. Es una pequeña victoria para el sistema penal, pero la historia de Hugo, también evidencia que su trauma afectó también a los parientes de las más de 50 niñas violadas, a la familia de él, y al él mismo.
Su situación traumática no resuelta tuvo efecto multiplicador, sus daños son irreversibles, pero en la calle todavía quedan muchos Hugos, que delinquen igual o peor que él, unos serán mecánicos o zapateros como él, pero otros pueden ser maestros, ingenieros y doctores, que no van a robar a la séptima avenida, pero igual que él, violan y acosan jovencitas.