Los barrotes, las altas murallas, los agentes penitenciarios y los soldados del ejército instalados en los puestos de control, no han podido en los últimos tiempos frenar la fuga de reos en las cárceles hondureñas. En la Penitenciaría Nacional (PN), Marco Aurelio Soto las evasiones han sido constantes y la sociedad las relaciona con situaciones de corrupción.
El gobierno ha reconocido las falencias en el sistema penitenciario, pero hasta hoy no le ha brindado la importancia que requiere el asunto. Recientemente Revistazo publicó la historia de Olman Ariel Laínez Arias, un asesino en serie conocido como “Pechuga,” quién según las autoridades habría asesinado a cinco personas tras fugarse de la Penitenciaria Nacional, en marzo del presente año.
El mismo día, trascendió la noticia que ocho reos más habían escapado del mismo centro penitenciario.
Quienes empiezan a ponerle atención al tema podrían pensar que las fugas son un nuevo reto para las autoridades, pero la triste realidad es que hace años asesinos peligrosos se han estado escapando—y al parecer el Estado no ha aprendido nada de estas experiencias.
Tal es el caso de Nelson Adalid Hernández, un peligroso asesino en serie que en abril de 2006 fue enviado a la Penitenciaría Nacional, condenado por un tribunal de sentencia a 85 años de cárcel. Este individuo se fugó en marzo de 2008 y anduvo prófugo hasta el 4 de junio de 2009.
El Tribunal de Sentencia de Tegucigalpa determinó que Nelson Adalid Hernández, fue el responsable del asesinato de cinco niños, residentes en el sector Flores de Oriente, de la colonia Nueva Suyapa de Tegucigalpa. Guardaba prisión en el módulo de sentenciados II, pero se fugó cuando el policía Renán Medina Pérez, le permitió salir de su celda.
Nelson Hernández organizó y lideró la banda de Los Encapuchados, una organización criminal que entre 2005 y 2006 habría asesinado a una veintena de adolescentes descendientes de familias muy pobres de Nueva Suyapa. Es un hombre de alta peligrosidad, a quién las autoridades le permitieron que durante quince meses anduviera en libertad. ¿A cuántas personas pudo haber matado en ese tiempo? No sabemos. Pero lo que sí se sabe sobre este individuo debió ser suficiente para que las autoridades garantizaran que nunca saliera de prisión.
Nelson Hernández se preparó para su oficio de matón al formar parte de las Fuerzas Armadas de Honduras. En el Primer Batallón de Infantería se especializó en el uso de armas, aprendió métodos de entrenamiento y de inteligencia militar y después de casi dos años se desertó llevándose varios fusiles M-16 y uniformes militares, que de acuerdo al Ministerio Público utilizó junto a los demás miembros de Los Encapuchados para cometer crímenes.
De manera personal, carga con la muerte de José Alexander Trujillo Bustillo, Eduardo Enrique Banegas Cerritos, Erlin Antonio Escalante Herrera y Dayron Mauricio Alvarado, delitos por los cuales recibió sentencias condenatorias por parte de la justicia hondureña.
Cabe mencionar que a pesar de su sanguinaria conducta, Nelson Hernández también recibió el apoyo de unos pocos comerciantes de la comunidad, sobre todo, los dueños de las pulperías que eran extorsionados por la banda de Los Puchos, otra organización criminal que paralelamente operaba en la zona.
Los Puchos, reclutaban a niños y los entrenaban para el cobro de la extorsión. Y en tal sentido, los Encapuchados, liderados por Nelson Hernández, quien recién se había desertado del ejército, se dispusieron llevar a cabo una limpieza social. Uno por uno eliminaron a dos decenas de adolescentes comprendidos entre los 11 y los 17 años, pero jamás atacaron a los cabecillas de la banda opositora.
Los crímenes que Nelson Hernández y su pandilla cometieron bajo la perspectiva de limpieza social ocuparon espacios en los medios de comunicación y casi siempre fueron abordados para resaltar la atrocidad con que el crimen organizado opera en Honduras, pero estos hechos no solamente afectaron a los jóvenes que perdieron la vida, sino también a sus familiares.
Como hoy, los diarios hacían un recuento de los jóvenes muertos que aparecían apuñalados, baleados o golpeados. Sin embargo, se olvidaron de todos aquellos que siguen en la sociedad. Padres y madres que perdieron a sus hijos, hermanos, amigos o simplemente aquellos, que sin deber nada viven atemorizados a causa de las distintas bandas criminales.
Con un disparo en la nuca mató a “Manuelito”
Entre los crímenes de Los Encapuchados, cuenta el asesinato de un niño de once años de edad, que para enriquecimiento de la historia y para protección de sus familiares, conoceremos como Manuelito. Un menor que a las 10:30 de la mañana del sábado veintidós de abril de 2006 se encontraba comprando media libra de queso y una sopa instantánea para almorzar, en una pulpería del sector Flores de Oriente cuando fue raptado y luego asesinado por Nelson Hernández.
Allí quedó Manuelito, inerte, boca abajo, con un disparo en la nuca y desangrándose entre un matorral. Horas más tarde, agentes de la Unidad de Muerte de Menores del Ministerio Público, levantaron el cuerpo e iniciaron la investigación.
Los diarios documentaron el hecho, pero nunca fueron más allá de resaltar que este menor había muerto a causa de la violencia que se vive en la zona y nunca mencionaron el verdadero impacto social del crimen. Con Manuelito ya era más de una decena de niños asesinados en ese lugar y en iguales circunstancias, el Comisionado Nacional de los Derechos Humanos (CONADEH) alertó la situación y mencionó que la policía estaba involucrada.
El asesinato de Manuelito, fue la punta de lanza que rompió el silencio cómplice de las autoridades y para revertir las acusaciones del CONADEH, la Policía Nacional realizó las investigaciones y posteriormente el Ministerio Público logró sentencias condenatorias en los tribunales de justicia. Esta situación hizo que desde ese momento la vida de una mujer, a quien llamaremos María, aunque no es su nombre real, se volviera más vulnerable que antes.
El saldo de un sistema frágil: para una familia, nunca termina el miedo
María es la madre de Manuelito, una humilde mujer, a quien por haber exigido justicia por la muerte de su pequeño vástago, tuvo que abandonar su casa, la amenazaron con matarla y para proteger su vida durante ocho años ha tenido que alquilar habitación.
Su vida no ha sido fácil, pero es un viacrucis que debe soportar por amor a sus otros cinco hijos. María es de baja escolaridad y su situación no le permite conseguir un empleo para llevar una vida digna. En muchas ocasiones ha sido tirada a la calle por no cumplir a tiempo con el pago de alquiler.
Minutos después de haber sepultado a Manuelito, María recibió la primera de muchas llamadas intimidantes, el asesino de su hijo la sentenció de muerte y para evitarlo, ella se fue a huir con sus otros cinco hijos, varias noches tuvieron que pasar en las aceras de la Dirección Nacional de Investigación Criminal (DNIC).
“Allí dormíamos porque Nelson Hernández me dijo que me iba a matar y yo sentía que allí estábamos seguros”, indicó María, con su voz quebrantada, mientras que con sus manos trata de contener un manantial de lágrimas que chorrea de sus ojos.
Su rostro y brazos están quemados por el sol, mucho tiempo ha trabajado en el barrido las calles de Tegucigalpa y Comayagüela, actividad que alterna con la venta callejera de bisutería (aritos, pulseras, collares, ganchos de pelo). El sufrimiento lo denota a flor de piel.
No confía en nadie, es cautiva de su propia vida y por temor a que los amigos de Nelson Hernández la encuentren, se esconde hasta de sus propios familiares. A pesar de que los asesinos de su hijo están presos, doña María sigue atemorizada. En al menos dos ocasiones, integrantes de los “Encapuchados” han escapado de la cárcel. Aun estando adentro, siempre tienen sus tentáculos. “Nelson Hernández está preso en la Granja Penal de Danlí, pero él siempre tiene gente que cobra la renta (extorsión) y el pisto se lo llevan allá”, sostuvo María.
De acuerdo a requerimientos fiscales presentados en los tribunales de justicia, la banda de Los Encapuchados, también era integrada por Fabio Estrada Álvarez, Neftalí Orellana Bejarano, Héctor Martín Mejía Sabillón y Olman Ariel Laínez Arias (Pechuga), entre otros. En marzo del presente año este último se fugó de la Penitenciaría Nacional, las autoridades no lo recapturan y es señalado de al menos cinco crímenes desde el tiempo en que se fugó.
Para ella es un peligro inminente que Pechuga se encuentre libre, sobre todo, porque ha demostrado lealtad con Nelson Hernández, el asesino de su hijo. “Es el principal colaborador de él, y si ese hombre me encuentra me mata, porque Pechuga y Hernández, son casi uno solo, como hermanitos se llevan”, sostuvo María, sin lograr esconder el nerviosismo que la invade.
Ella recuerda que cuando Nelson Hernández anduvo prófugo de la justicia pasó noches enteras sin dormir y pensando que en cualquier momento podía llegar a matarla junto con sus hijos.
María no es única persona envuelta en este tipo de situaciones. La seguridad en los centros penales del país ha colapsado como producto de la negligencia y de la corrupción de los funcionarios del Estado. Las fugas de reos son constantes y mientras las autoridades no tomen conciencia del grave daño que ocasionan a la sociedad, esta situación continuará perdida en el tiempo.