Las cifras de muerte y sangre en Honduras la convierten en un país del terror.
Según Casa Alianza, en octubre fueron ejecutados 82 niños, niñas y jóvenes menores de 23 años, 80 por ciento de los cuales fueron asesinadas por armas de fuego.
En los últimos 3 años, unas 1,200 mujeres han muerto violentamente y entre 2008 y 2014 185 miembros de la comunidad LGBTI han sido asesinados en Honduras, registrándose solo en este año 14 asesinatos.
De 2012 hasta la fecha se han registrado 9 asesinatos de indígenas Lencas y desde los años 90 hasta la actualidad se han contabilizado 43 asesinatos en la comunidad de los Tolupanes.
Desde el año 2003 han sido asesinados 47 periodistas y comunicadores sociales, de los cuales 7 han muerto en el 2014 y el 91% están en total impunidad.
Solo en el año 2014 han sido víctimas de la violencia más de 100 personas ligadas al sector transporte y desde el 2010 83 abogados y abogadas han sido asesinadas.
Y ante esta terrible realidad, el gobierno nos ofrece las mismas recetas que vienen siendo aplicadas desde hace 10 años sin ningún resultado, es decir, más cárcel, más penas, más militares, más armas y al mismo tiempo, menos presupuesto para salud y educación, menos protección laboral y menos acceso a una vida digna.
Pero para el gobierno, las cifras de la muerte se han reducido y el pueblo hondureño ahora vive una vida mejor.
Fuera de los fortines y la seguridad pública y privada con la que viven protegidos los gobernantes que tenemos, la verdadera Honduras se ha convertido en un gigantesco matadero y en una gigantesca cárcel de la que la gente escapa a través de la migración forzada y quienes nos quedamos ejercemos una ciudadanía limitada por el miedo.
¿Qué más falta para que la sociedad hondureña se indigne hasta levantar decididamente su voz ante tanta muerte, miseria e impunidad?