“Mis padres no tienen dinero para poder comprarme unos zapatos”, se lamenta Arnold, de ocho años, mientras mira con tristeza como las gotas de lluvia se estrellan contra el cristal de la casa donde vive en la Colonia de Nueva Suyapa. Sus esperanzas de ir al colegio se difuminan con cada gota de lluvia. Es el pequeño de cinco hermanos. Sus padres, un albañil y una cuidadora de ancianos, no tienen suficiente dinero para poder cubrir las necesidades de todos sus hijos. En los últimos meses, su situación económica ha empeorado. Han estado varios meses sin ningún tipo de ingresos por falta de trabajo. Estas penurias por sacar adelante a sus hijos han obligado a esta familia a tener que elegir entre comprar unos zapatos o comprar comida. El niño se sienta sobre su camastro y se coloca las manos sobre la cabeza. La lluvia comienza a golpear con fuerza el cristal. Arnold suspira profundamente. Delante de él su único par de zapatos, unas chancletas viejas.
El tiempo da una tregua y el agua arrecia. En el cielo comienzan a aparecer los primeros rayos de sol. El muchacho toma los libros. Se calza sus chanclas y sale de su casa. Arnold debe caminar cerca de una hora hasta llegar a su escuela. “He estado más de un mes sin ir al colegio porque no tenía zapatos para caminar e ir a la escuela con las chanclas cuando llueve es muy difícil”, afirma el pequeño tratando de evitar todos y cada uno de los charcos que inundan la calle. La calzada es un lodazal y los pies de Arnold no tardan en embarrarse. “Mis padres se ponen muy tristes cuando nos ven en casa, sin poder ir a la escuela porque no tenemos zapatos”, afirma mirándose unos pies sucios y agrietados. “Yo me siento mal porque llego mojado y sucio a clase y todos mis compañeros me miran mal”.
El pequeño Arnold ha estado más de un mes sin ir |
Junto a Arnold caminan sus hermanos mayores: José y Nixon, de trece y nueve años, respectivamente. Avanzan en silencio; más concentrados tratando de esquivar los charcos y el lodo que en hablar del último partido de fútbol de la selección de Brasil. “Me encanta el fútbol”, confiesa José con el número tres grabado en rojo. “Tengo que jugar al fútbol descalzo para evitar que se me arruinen mis zapatos”, afirma. Su único par de zapatos, por calificarlos de alguna manera, son unas ‘tenis’ de color blanco con enormes grietas a los lados por donde se filtra el agua. “Es complicado ser pobre en Honduras porque nadie nos ayuda, muchas veces me siento inferior, diferente”, comenta cabizbajo.
En la colonia Nueva Suyapa este problema que ha dejado de sorprender a los vecinos. Las familias son muy largas –de hasta nueve miembros- y los ingresos muy escasos. No es extraño ver a niños pasando horas muertas frente al televisor o en la calle porque no tienen zapatos para ir al colegio. “En las escuelas, los maestros ya no se alarman cuando los niños no van a la escuela por no tener calzado”, comenta a Revistazo Mario Rosales, promotor del proyecto para jóvenes en Nueva Suyapa. Para Rosales, la solución pasa porque los hondureños con más recursos económicos se sensibilizasen y regalasen un par de zapatos a los más necesitados. “No podemos obligar a los niños a que se pongan a trabajar con doce años para pagarse unos zapatos, tenemos que apostar por ellos”, sentencia tajante.
Tomás, de ocho años, cuenta que el mejor regalo que recibió en su vida fueron unos zapatos de segunda mano que heredó de un chico mayor que él. “Me los pongo todos los días, antes tenía que ir a la escuela en chanclas”, afirma.
Erik, de doce años, ha estado tres meses sin ir a la escuela. “Mi madre no gana lo suficiente para pagarnos unos zapatos a cada uno”. Su madre vende periódicos en uno de los bulevares de Tegucigalpa, con las 100 Lps que saca diariamente tiene que mantener a tres hijos.
“Es complicado ser pobre en Honduras porque |
Muchos de estos niños han encontrado refugio en el Centro de Alcance de Nueva Suyapa. Aquí, Mario les prestó 36 pares de botas ‘de tacos’ para jugar al fútbol. “La necesidad ha hecho que muchos de ellos se llevasen las botas para poder caminar por las calles protegidos”, afirma este promotor que ha visto como los pies de estos niños sufrían ampollas y grietas por culpa del frio, del calor y de andar horas y horas para ir a la escuela. Lo que empezó siendo un préstamo ha acabado siendo un regalo. Los padres de los niños les advierten que si arruinan sus zapatos no les podrán comprar otros, por lo que muchos de ellos los guardan como si de tesoros se tratasen.
Christopher mira desde la grada como sus amigos juegan al El muchacho está inquieto. Mira de reojo el agujero de los zapatos y vuelve a levantar la mirada para fijarla en la cancha donde las risas lo envuelven todo. Esos zapatos se los regaló su tía hace un mes; eran de su primo. “No tengo otro par más que este, así que no puedo jugar al fútbol porque si me re rompen tendré que caminar descalzo por la calle”, confiesa.
Los niños de Nueva Suyapa continuarán soñando con un par de zapatos con los que poder ir, cada mañana, a la escuela; mientras eso ocurre seguirán mirando al cielo con la esperanza de que la lluvia no les arruine sus ilusiones.
* Si usted desea colaborar ayudando a estos niños puede contactar con Mario Rosales a través de los siguientes teléfonos 2235-2291, 2235-2008, 2235-2023 o por email info@asjhonduras.com.