Tegucigalpa es una maraña de baches como tumbas, semáforos que dejaron de funcionar, maniobras mal ejecutadas, sinfonías de bocinas y atascos imposibles. No hay policía de tránsito que la resuelva. Los conductores llevan la paciencia hasta el límite, hacen bilis, fuman a lo bestia o escuchan emisoras de mal gusto para matar el tiempo y no caer en la tentación de refugiarse en los baches a dormir una siesta.
En el primer semestre del 2013 las ambulancias de la Cruz Roja Hondureña atendieron más de 1000 accidentes vehiculares. Son incluso más comunes que los incidentes por arma de fuego, que en la capital con el mayor índice de homicidios per cápita del mundo no son pocos.
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Samuel, un técnico en urgencias médicas de 33 años,que se afeita y viste cada día con la pulcritud de quien no fuera a recoger heridos ensangrentados desayunaba, listo para saltar a la ambulancia-ya con el estetoscopio y un bote de gel desinfectante colgando del cuello- cuando me presentó a Marvin Zelaya, que no sólo es el dueño de uno de los mejores mapas mentales de la capital de Honduras sino el operador de radio del centro de emergencias de Tegucigalpa.
El interrumpió su desayuno.
–Es una llamada equivocada; de esas recibo muchas, y otras tantas de broma–. dijo Marvin.
–Aquí, a veces, los días son tranquilos. Puede no suceder nada. Y luego hay días que no da tiempo ni de comer, que ni las ambulancias son suficientes para atender todos los casos que nos llegan. El trabajo depende de la temporada. Lo mejor es que no suceda nada, dice Samuel, con todo el respaldo que le dan 15 años de experiencia en la Cruz Roja Hondureña.
La mañana, como predijo, no se mueve. Las señoras de la limpieza pendonean por los pasillos del Concejo 2 –la estación de ambulancias de Comayagüela–. El baile de las escobas avanza con la cadencia de la monotonía diaria, tan lenta y madrugadora que le pone peso a los párpados.
Ilustración por Germán Andino. |
–Mi trabajo consiste en orientar y conseguir información de las personas que nos llaman. Así, le podemos dar un mejor servicio y los paramédicos saben a qué se van a enfrentar al llegar al lugar…Aló, Cruz Roja, buenas…no, señora, está llamando al lugar equivocado–. Marvin contesta educadamente cuatro teléfonos y cinco radios sin la ayuda de un servidor de llamadas telefónicas.
–El presupuesto con el que contamos no es el óptimo para la demanda que tenemos,dice mientras agarra otro auricular.
Código Rojo: Accidente vehicular múltiple con posibles politraumatismos.
–Una moto chocó con un carro, traduce Marvin, dándose cuenta de lo complicado de los términos técnicos.
El conductor de la unidad, Heliodoro Sevilla, 63 años, brinca y se sienta frente al volante todavía saboreando el último trago de café; Samuel, a su lado tomando apuntes y Jessica Rodríguez, la socorrista voluntaria chequea botiquines en la cabina trasera. En menos de dos minutos ya están en la calle. La bombilla roja se apaga, la campana deja de emitir el ruido de patio de colegio y en la estación todo parece volver a la normalidad.
Ilustración por Germán Andino. |
El día todavía tiene la luz azul de la madrugada, pero el olor a sangre no se hace esperar. La parte posterior de la unidad de rescates una coctelera que bate una mezcla recalentada de perfumes de hospital. Las camillas rechinan, los botiquines de primeros auxilios –que por fracciones de segundo se suspenden en el aire– dejan escuchar su relleno de tubos, mangueras, gasas, alcoholes y yodos. Jessica se tambalea como en marea alta, rebotando contra las paredes de fibra de vidrio.
–Yo soy enfermera y estoy aquí para aprender más sobre mi trabajo. Se gana mucha experiencia trabajando como socorrista…aunque se trabaje más bajo presión, cuenta.
–La peor experiencia que tuve fue con un paciente que sangraba muchísimo; verme completamente cubierta de sangre fue una experiencia horrible. Yo parecía la accidentada…
Unas pocas vueltas de rueda y llegan al primer embotellamiento. La sirena advierte a todos en un radio de cien metros que la ambulancia lleva prisa, aunque no parece sensibilizar a nadie. Ningún auto se mueve. Como si no escucharan semejante escándalo.
Heliodoro corta el paso de los carros, casi chocándolos, para hacerles detenerse y abrirse camino. Se inventa un tercer carril en una calle en la que a duras penas caben dos. A Samuel parece no afectarle el torbellino que tiene por asiento, escribe en su tablero, sin problemas, hasta sería capaz de tomar una siesta en el caos de las bocinas, los gritos, la sirena y los saltos que regalan los agujeros que tapizan la calle.
–La gente piensa que ponemos la sirena solo para no hacer cola en el tráfico. Un día podrían ser ellos los que viajen aquí dentro, cuenta Heliodoro. Seguido, vocifera algo a otro conductor.
Desde el interior de la ambulancia todo es difuso. Un desenfoque de al menos 80 kilómetros por hora, entre autos y vendedores ambulantes. Los frenazos le devuelven la nitidez al día y los acelerones se la quitan. Solo los 17 años de experiencia como motorista de ambulancia de Heliodoro destierran la sensación de catástrofe inminente, de colisión, atropellamiento, muro o abismo…
Solo una vez se accidentó. Y no fue su culpa, o eso dice él aunque la policía de tránsito decidiera lo contrario, se queja antes de colar el Land Cruiser en un espacio claramente más pequeño que el auto y saltar sobre la mediana.
–Aquí no se respetan las leyes de tránsito. Mucho menos a las ambulancias, dice, sin quitar los ojos de la calle.
Desde la cabina del conductor Samuel nos reporta:
– Vamos a atender un accidente vehicular. El herido es un conductor de moto; nos dijeron que posiblemente el carro le amputó la pierna. Ya llegamos…
Con la adrenalina del viaje todavía recorriéndoles el cuerpo bajan de la unidad de rescate para buscar a la persona herida; todo parece normal. En el pavimento solo quedan esquirlas de plástico como prueba del accidente…
Ilustración por Germán Andino. |
El lento camino de vuelta al Concejo 2 es lo más parecido a un viacrucis. Sin la ayuda de la sirena lo que les toma diez minutos cruzar con prisas, ahora requiere dos horas. Tiempo suficiente para que compartan experiencia.
La ambulancia salva más vidas que los carros particulares,las personas que no esperan a la ambulancia asumen una desventaja que puede ser mortal, sostienen: no llegar a tiempo al hospital. Aunque la intención de llevarse cuanto antes al que sangra sea ganar unos minutos de vida¬, lo que consiguen muchas veces es que sean los últimos.
–Es posible que el paciente pierda mucha sangre, o que muera antes de llegar al hospital. Sin la asistencia médica adecuada en el camino puede sucederle cualquier cosa, agrega Samuel con cara de decepción.
Según lo cuantificado por la Cruz Roja Hondureña en los primeros once meses del 2013, los técnicos y socorristas realizaron 7,073 servicios. Parece mucho, sobretodo sabiendo que solo tienen tres ambulancias por turno. Si asumimos que un viaje de vuelta a la base toma, en promedio, una hora, siendo optimistas; podríamos afirmar que los técnicos en urgencias de la cruz roja hondureña acumulan 295 días sentados esperando a que el auto de adelante se mueva. Más de nueve meses de tiempo mal utilizado. Sin duda, para ellos, un vehículo puede convertirse en una prisión en esta ciudad con infraestructura vial tan pobre.
La jornada de trabajo es de vaivenes.
Todos: técnicos en urgencias médicas, motoristas y socorristas voluntarios comparten lo duro de la espera; ven el tinte negro del día en todos sus viajes por no saber con que se encontrarán en el punto de destino. Pero nunca pierden la esperanza de salvar una vida. Este sentimiento para ellos es una necesidad. En algún momento abrirán las puertas, saltarán de la ambulancia y echarán a correr. Entonces, olvidan el agobio del tráfico de una ciudad maleducada y se centran en la esperanza.
Ilustración por Germán Andino. |
La sirena suena de nuevo. Y de nuevo. Les dispersa por la ciudad, les da múltiples destinos. Toca parar un rato en una pulpería a comprar el sándwich escueto que les permite pasar la tarde, o al menos no desarrollar gastritis. Y luego seguir, en la montaña rusa de emociones que embotan la cabeza y les sacuden con sus cambios bruscos de dirección.
Al final de la jornada ya solo quieren de vuelta el silencio de la madrugada y su luz azul; que el vehículo deje de aullar y de correr. Que Tegucigalpa se detenga un poco.
Pero siempre tiene más para dar.
–Herido por arma de fuego, múltiples impactos, uno posiblemente en la cabeza. Está en el sector de la colonia La Era–. Eso dijo el radio por última vez, con la voz enmascarada de Marvin.
–Copiado. Vamos en camino…
Ilustración por Germán Andino. |
Samuel monitorea el estado off de los signos vitales del paciente. Para sus propios reportes hacen una especie de investigación preliminar: buscan casquillos de bala, o un motivo. La bala entró por el ojo. No había nada que hacer.
Al día siguiente, siempre los ánimos altos, esperarán que no suceda nada.
Ilustración por Germán Andino. |