“Para empezar a jugar tenéis que elegir un personaje y un escenario”, comenta Alberto profesor de diseño gráfico mientras los alumnos permanecen atentos a la pantalla. “¿Lo habéis entendido?”, pregunta. “Sí”, responde la clase tímidamente. “Pues ahora, a ponerlo en práctica”
Los muchachos comienzan a mover el ratón por la pantalla. Se trata de un grupo de chicos y chicas en riesgo de exclusión social que viven en la colonia Campo Cielo, una de las más violentas e inestables de Tegucigalpa. “El objetivo del programa no es tanto que jueguen sino que estén entretenidos y lejos de la calle”, comenta a Revistazo Ainhoa Intxausti, trabajadora social. Muchos de estos adolescentes tienen tan integrada la violencia que acaban normalizando situaciones conflictivas. “Para ellos encerrarse en casa al caer la noche no lo ven como un producto de la violencia sino como algo normal y habitual, algo que han visto desde pequeños”, afirma la trabajadora social. Es complicado cambiar los valores y los ideales de estos jóvenes en solo tres meses y medio que es lo que dura el programa. “En este segundo módulo hemos visto como los jóvenes se han abierto más a nosotros y ahora los conocemos mejor y les podemos ayudar, no sólo en la realización del taller sino en el ámbito personal”, sentencia.
Los alumnos observan en la pantalla de explicación del profesor. //Foto: Jorge C. |
Aquí la violencia acecha en cada esquina. Hace unos días asesinaron a un joven en la entrada de la colonia. Por eso este motivo el programa desarrollado por la ONG costarricense Oxen se ha convertido en un oasis para muchos de los jóvenes de la colonia. “La idea es que ocupen su tiempo libre haciendo algo de provecho con un curso que se sale de lo habitual”, comenta Alberto, el profesor de diseño.
El proyecto, que se inició en septiembre de 2012 y que se ejecuta con fondos de USAID, nació con la idea de crear un taller para animación y creación de videojuegos. Los alumnos fueron escogidos entre varias colonias y se les enseñó narración, dibujo, video, edición, fotografía, Stop Motion, animación y desarrollo de videojuegos. Ese primer programa dio como resultado un juego. “El objetivo del videojuego que diseñaron era que les sirviera para reflexionar sobre la violencia”, comenta Amaya Izquierdo, miembro de Oxen. El juego consistía en tratar de cruzar de un lado a otro de la calle evitando todos los peligros que les salían al paso. “La idea, además, era distribuir en la colonia el juego para que haya un flujo de comunicación y que la gente puede ver lo que han logrado estos jóvenes jugando con el videojuego”, sentencia.
Un grupo de alumnos dibujan los bocetos en papel que acabarán dando vida a su videojuego. //Foto: Jorge C. |
Con una media de 20 alumnos por programa, algunos de estos muchachos han mostrado su talento a la hora de crear historias o de dibujar sobre papeles en blanco. Han dado libertad a sus ideas, que de otro modo estarían coartadas. Algunos no saben ni leer ni escribir y han sido capaces de realizar un videojuego.
“Queríamos que tuviesen una alternativa real y que dentro de un barrio conflictivo pudieran tener acceso a una actividad que les estaría vetada de no ser por este proyecto. Han visto que hay futuro más allá de la colonia y del barrio; hemos conseguido, además, que reflexionen sobre su comunidad, sus día a día y que puedan expresarse libremente”, sentencia Ainhoa Intxausti.
La mayoría de los jóvenes que acuden a este curso de diseño de videojuegos se lamentan de las pocas actividades que tienen y de la nula inversión que hacen los organismos estatales en el barrio. “No tenemos más alternativa que estar en la calle. Si este proyecto no existiese no tendríamos nada que hacer. Desde el gobierno dicen que los que vivimos en estas colonias no servimos para nada”, se lamenta Denis, uno de los alumnos del curso. Este joven reconoce que gracias a este taller se ha alejado de las malas influencias y de andar con los ‘banderas’ o de consumir drogas; además, ha hecho buenos amigos entre sus compañeros. “Yo antes estaba encerrado en casa sin salir y ahora se utilizar mejor mi tiempo y creo que tengo un futuro lejos de las calles”, finaliza.
Adriana, de 13 años, es uno de los casos más significativos del curso. Hija, sobrina y primera de pandilleros de El Barrio 18 decidió venir al curso a través de una amiga. Su ilusión es no continuar los pasos de su familia. “A mi padre lo mataron y yo no quiero acabar en la pandilla. Si hubiese más proyectos y alternativas los jóvenes no acabarían uniéndose a las maras”, comenta esta joven que se acaba de marchar de su casa para vivir con un muchacho de 20 años y que trabajaba en una fábrica de pollos. “Creo que estoy embarazada”, afirma la joven que tuvo que abandonar el colegio y que se aferra a este taller como una de sus últimas esperanzas de futuro.
Como Denis o Adriana, la mayoría de estos niños provienen de familias con ingresos muy bajos –de unas 3.000 lempiras mensuales. Alrededor del 30% no van a la escuela o no han terminado ni la primaria y pasan los días desocupados y solos, porque la familia está trabajando. En el caso de los chicos se pasan el día en casa viendo la televisión; las chicas ayudan en el hogar o hacen tortillas. “Al final, acaban juntándose con los ‘banderas’ de las maras y pandillas. Hay que valorar mucho el esfuerzo que hacen viniendo hasta aquí dos veces en semana, porque en este contexto lo difícil es hacer otra cosa que no tenga que ver con la violencia o las drogas”, comenta Intxausti.
Un alumno diseñando su videojuego. //Foto: Jorge C. |
De hecho, ni siquiera todos los alumnos logran terminar el curso. Algunos acaban abandonando y uniéndose a las malas influencias del barrio. Para Ainhoa Intxausti, trabajadora social del proyecto, esto es frustrante. “Pero se debe asumir. Si el proyecto continuara y se invirtiese tiempo en dar la atención individualizada si se podrían cubrir las necesidades de todos los alumnos. El lado positivo es que se pierde uno pero ayudamos a 10 más”, afirma orgullosa.
Jazmín, 15 años, está terminando de colorear su dibujo. Un perrito, un gatito y un corazón. “Es una idea que tengo para un videojuego, aunque todavía estoy pensando en la historia”, comenta la joven sonriendo. “Lo hice pensando en el chico que me gusta”, afirma a Revistazo tapándose la cara, avergonzada. “Tengo bastantes amigos en las pandillas, si hubiese más posibilidades estarán haciendo otra cosa… pero como no es así no tienen más remedio que unirse a ellas”, comenta con un tono de tristeza en la voz mientras continua pintando su dibujo.