Honduras es una balanza desequilibrada entre la democracia que distribuye el poder y el autoritarismo que lo concentra. Este desequilibrio se traduce un Estado débil, en corrupción, en violencia estatal, exclusión social y una población condenada a la pobreza.
La masiva participación ciudadana en las elecciones generales de noviembre pasado con un 68% del censo electoral votando fue la segunda más alta de la historia del país, solamente detrás de las elecciones de 1981 (78% de participación) que dio paso a la democracia. En cierta manera, las pasadas elecciones del 2021 significó romper con un período de autoritarismo, así como sucedió hace cuarenta años atrás. Ese rompimiento con el viejo orden produjo esperanzas de un cambio democratizador en Honduras. Pero a seis meses del nuevo período constitucional 2022-2026, ese cambio parece alejarse. ¿A qué se debe este resultado?
El presente análisis no es un recuento de los sucesos que ha marcado la vida democrática del país, es una explicación de los desafíos que afronta Honduras que pueden llevar a un proceso autoritario, en esta ocasión de tinte populista. Se trata de una síntesis de la democracia hondureña durante los primeros 200 días del nuevo período constitucional 2022-2026, vista a través de tres lentes: el relevo de las élites dominantes, el choque cultural en la política y la debilidad institucional en contextos de cambio abrupto.
1.- Un relevo de élites políticas dominantes
Las élites crean y sostienen las democracias, así como crean y sostienen regímenes autoritarios o híbridos como el hondureño. Estudios sobre élites políticas en Honduras tradicionalmente se han centrado en analizar las dinámicas del bipartidismo, planteando que históricamente ha existido un pacto político de repartición del Estado entre el Partido Liberal (PL) y el Partido Nacional (PN). Pero con la llegado al poder del Partido Libertad y Refundación (Libre), se rompe con ese paradigma y con ello, es necesario replantear un nuevo enfoque de análisis. Robert Putnam (1973), denomina “la cultura política de las élites” a las características que definen a las élites políticas basadas en factores históricos, ideas y valores internalizados, así como, el nivel de unión o desunión que hay entre ellas dentro de una misma sociedad.
Partiendo del planteamiento de Putnam, en estos primeros 200 días de gobierno se ha observado un relevo de élites políticas que comparten características históricas y visiones similares sobre la manera como se ejerce el poder mediante el clientelismo, el nepotismo y el autoritarismo. En un país con falta de canales sociales para los sectores populares, el partido político se convierte en protector y gestor frente al Estado, así como, fuente de empleo y de ascenso económico y social. Esto permite a la élite política nutrirse y apoyarse con una base social que le moviliza agendas y construye narrativas que terminan polarizando en un contexto de alta desigualdad.
La presencia de miembros de familias en los diferentes estamentos públicos es la amalgama social de las élites políticas hondureñas, en muchos casos son los intermediarios de las relaciones clientelares decidiendo quién recibe qué. El nepotismo construye fuertes lazos de lealtad mediante la sangre -el vínculo más difícil de romper- que hace que se empañe la frontera entre lo privado y lo público, convirtiendo al Estado en patrimonio de la élite.
Ahora bien, la diferencia entre la élite anterior del PN con la actual de Libre, es el nivel de desunión que existe entre ambas. El bipartidismo estableció vínculos comunes entre las élites políticas tradicionales (PN y PL) con canales de comunicación y colaboración por décadas. En el caso de Libre que fue excluido de los arreglos bipartidistas de los últimos diez años, produjo fuertes resentimientos contra las élites tradicionales y los valores que representan, contribuyendo a los comportamientos revanchistas y populistas que hoy se observan. Tal como expresa Moisés Naím (2022) cuando analiza a los autoritarismos del siglo 21, “el resentimiento no es más que un deseo reprimido de algo más difícil de confesar: el ansia de revancha”.
2.- La lucha política y la lucha cultural son dos caras de una misma moneda
Por mucho tiempo, los teóricos de la democracia han puesto al individuo en el centro, con su poder del voto y su capacidad de participar en la cosa pública. Sin embargo, las democracias en la práctica responden a las acciones de grupos (élites, coaliciones, grupos de interés, partidos políticos, poderes fácticos, etc.). Es decir, tenemos una tendencia psicológica a formar grupos, configurando una visión de “nosotros” versus “ellos”, motivados más por emociones identitarias (género, sexualidad, etnicidad, ideología, educación, clase social, territorio, etc.), por encima de la racionalidad (políticas públicas, programas sociales, bien común), creando subculturas propias. Karl Marx fue unos de los primeros en observar el fenómeno de las subculturas dentro de una sociedad que influyen en las creencias de sus miembros, definen sus valores y marcan las acciones que están dispuestas a tomar en su defensa, incluso violentas o antidemocráticas.
El Partido Libre es parte de una subcultura hondureña que incorpora diferentes grupos identitarios progresistas con similares historias de exclusión de la política, de oportunidades económicas, de empleo público, de participación y de ejercicio de derechos. Desde antes del golpe de Estado de 2009, esta lucha por el reconocimiento identitario se venía librando, pero fue a partir de este episodio que el movimiento identitario se cohesiona en una sola bandera política. Un efecto de un partido “atrapa todo” como Libre es que alinea las diferentes identidades grupales en una sola posición partidaria, una especie de racionalización mental que reduce la disonancia cognoscitiva de sus miembros. Por ejemplo, una activista feminista de Libre puede reprochar en privado los comportamientos machistas de algunos liderazgos de su partido, pero su afiliación grupal crea disciplina partidaria -discrepar implicaría convertirse en los “otros” que adversa y recibir un fuerte castigo social, la expulsión. Este mismo comportamiento también lo tuvieron simpatizantes nacionalistas en tiempos de Juan Orlando Hernández llegando a ser cómplices en silencio. Al final, la política es de emociones.
Con el fin del continuismo conservador de décadas en Honduras, los grupos identitarios de la nueva izquierda entran en un proceso de impregnar sus valores, emociones y cultura en la forma de gobierno republicano con términos como “refundación” o “congreso del pueblo”. El problema es que, al momento de reafirmar sus identidades de grupo y los nuevos patrones culturales, se vuelven intolerantes y reaccionarios a las ideas y opiniones de los demás grupos identitarios que no son parte del partido político, pero tienen una participación en la gobernanza del país y un rol activo en las normas y valores de la sociedad (religión, familia, economía).
3.- Instituciones públicas son débiles por diseño y el constante cambio institucional no las fortalece
En Honduras la concentración del poder es un proceso prácticamente natural debido a la desigual distribución del poder político. De ahí que las instituciones públicas, a pesar de lo que diga la Constitución o las leyes, funcionan de manera discriminatoria, parcial y excluyente. La situación de debilidad institucional dificulta controlar al poder dominante porque este es el primero en transgredir las reglas sin sanción alguna. Sumado a esto, las instituciones públicas en Honduras compiten con normas sociales preexistentes como el clientelismo que obstaculiza el fortalecimiento de la administración pública y la corrupción que convierte a las instituciones en botines de guerra.
Cuando el poder político dominante se desmorona como sucedió con la perdida electoral del PN en noviembre de 2021 y meses después con la extradición de su máxima figura, Juan Orlando Hernández, se produce un enorme de vacío de poder en las instituciones públicas capturadas. En la práctica, quedaron muy pocos actores del viejo régimen para defender las instituciones (por ejemplo, los más de 70 fideicomisos que suscribió el PN), lo cual ha facilitado a los nuevos gobernantes la oportunidad de cambiar las reglas, sin mediar las consecuencias (por ejemplo, la terminación abrupta del fideicomiso con el Banco de Occidente ha producido desabastecimiento de medicinas). Steven Levitsky (2021) argumenta que cuando las instituciones cambian una y otra vez, se produce inestabilidad que perjudica el desempeño económico y gubernamental. Como resultado lo que se genera es una mayor presión para más cambios institucionales, produciendo una “trampa de inestabilidad”. Es decir, un círculo vicioso de constante reforma institucional que no logra fortalecerse debido a la poca duración de las reglas.
El giro hacia la izquierda que está tomando Honduras, posiblemente producirá un abanico de nuevas instituciones y políticas en donde se buscará incorporar diversos derechos sociales, la creación de nuevas instituciones participativas y mecanismos de consulta previa, se definirán cupos étnicos y de género en las instituciones. Todas estas nuevas instituciones se diseñarán para alcanzar objetivos ambiciosos en un país con grandes desigualdades, pero su cumplimiento será un reto aparte, aún cuando el gobierno invierta fuertemente en su aplicación. La misma desigualdad social será un impedimento por el factor clientelar, la capacidad estatal de aplicar la ley y la volatilidad económica y política del país, también serán factores determinantes.
Conclusión
En los párrafos anteriores se explicó el complejo entorno de la democracia hondureña que trasciende problemas estructurales e incorpora nuevas facetas de la sociedad contemporánea mucho más diversa, informada y a la vez, desinformada. Los nuevos gobernantes pueden tener intenciones de cambio, pero sus resultados no tendrán un impacto en todo el conglomerado de la sociedad porque aún persisten prácticas y comportamientos que reproducen la desigualdad, la exclusión y la fragmentación. El autoritarismo, entendido como la actitud de quien ejerce la autoridad de manera excesiva o abusiva, continuará siendo la práctica mejor empleada.
En un contexto de débil institucionalidad (pesos y contrapesos) y normas democráticas que no están escritas, implicará estrategias de la nueva élite dominante de reforzar su poder. Ya se observa un control en la capacidad de supervisión del poder legislativo, en la función vigilante de la prensa, en el control social y próximamente en la independencia de la justicia. Esto no es nada nuevo, pues el Partido Nacional lo aplicó también. Y cómo sucedió en el pasado, dependerá de la oferta electoral que se le presente a la población en un entorno altamente polarizado y clientelar para nuevamente terminar con el ciclo autoritario.