En las noches de patrulla busca-muertos es difícil recordar cosas básicas como comer. Entonces, cuando nos topamos con una caseta de puertas abiertas, dos mesas y cuatro sillas en una acera del Barrio Cabañas—un lugar caliente de San Pedro Sula—es allí donde hay que cenar aunque la comida prometa poco disfrute.
No podemos compartir mesa: sentarnos juntos significa que no podremos cuidarnos las espaldas vigilando en todas direcciones. Intentamos sostener una conversación normal, hablando lo más alto posible, estirando el cuello para acercar las palabras al interlocutor de modo que no se nos escuche a dos pasos de distancia sin que parezca que intentamos esconder algo.
Otra voz, menos clara, susurra desde el Motorola PRO 7350, un radio portátil programado para la comunicación entre agentes de la policía preventiva sampedrana y que ahora cuelga de la cintura del periodista que llamaremos “O. Bloodhound” [“Sabueso”].
–Romeo Bravo. –dice el agente del cuerpo policial.
Bloodhound pone el radio en su oreja y nos traduce:
–Un cadáver. Disparos, sector de la Rivera Hernández. Vámonos!
Es el noveno levantamiento por Homicidio en dos días. El reportero sabueso y su camarógrafo casi siempre llegan primero, cuando la sangre no ha perdido la viscosidad ni el rojo intenso y los cuerpos siguen tibios en el suelo.
San Fierro Sula
Desde finales del siglo XIX San Pedro Sula ha mostrado un crecimiento poblacional constante gracias al proceso de industrialización que iniciaron las bananeras y que mantienen las maquilas, fábricas e ingenios agrícolas. Todo lo que pudiera convertir a las personas en materia prima ha logrado instalarse aquí. Gris, por el concreto y el humo; salada por la humedad y el sudor, San Pedro ha pasado de ser La Ciudad de los Zorzales por las bandadas que volaban sobre el suelo fértil del Valle de Sula a convertirse en un criadero de zopilotes que sobrevuelan la muerte.
Los negocios se dan bien en San Fierro Sula. 187 homicidios por cada 100,000 habitantes hacen del dolor y la muerte un rubro en expansión. Las morgues sampedranas, por ejemplo, son quizás los mejores puntos para la venta de ataúdes, mausoleos, servicios funerarios, preparación y embalsamamiento de cadáveres del mundo. Los vendedores de servicios mortuorios son maestros de la empatía fingida. Sufren y lloran con los familiares de las víctimas, se pasan el día dando pésames, y hacen lo que sea para lograr el transe. Allí esperan también los reporteros que durante la noche no lograron filmar o fotografiar el trabajo de la muerte. Los Sabuesos de segunda clase. Los que no poseen el pedigrí de O. Bloodhound.
Para los periodistas de nota roja pocas cosas suceden a la luz del día en esta ciudad. El miedo se pasa durante la noche, cuando no se sabe si te van a rociar con plomo por entrar a un lugar que no deberías, cuando se pisa fuerte el acelerador y los creyentes se encomiendan a sus dioses. En la oscuridad, aquí, se manifiestan los años de chamba y experiencia.
Bloodhound trabaja para los noticieros sampedranos desde que era menor de edad. Actualmente acarrea veintiséis años maltratados, casi una década viviendo de las secreciones de los heridos y los muertos. Él tiene la cara más reconocida de los flashes informativos sangrientos. Esas piezas televisivas artísticas que dejan ver la profundidad de los agujeros en los cráneos y que enumeran una por una las piezas del rompecabezas que a machetazos se construye con la carne humana de esta ciudad.
Apenas a tres horas de haber llegado y este lugar ya me regala los primeros cadáveres. ¿Me invita a quedarme o a irme?
Homicidio múltiple. Tres mujeres ejecutadas a tiros en la colonia Lomas del “Crimen”, como llaman los habitantes de las Lomas del Carmen a su hogar. El taxista me mira con la cara de allí es peligrosísimo que le caracterizará por los siguientes cuatro días, pero ajusta los espejos, pone los seguros de las puertas, baja los vidrios y nos lleva. Hoy, él también se alimenta de la sangre cual sanguijuela.
En la penumbra de las 19:00 horas, las fotoceldas del alumbrado público recién se dan cuenta de que es de noche, las colonias de la zona se pintan con una gama oscura de naranjas y los restos de azul del día. Las Lomas del Carmen en la parte baja están bien delimitadas por calles pavimentadas; hay muchas pulperías y taxis recorriendo la zona. No es lo que un periodista afuereño espera de una de las colonias más peligrosas de San Pedro Sula, pero algo nos dice que tres asesinatos—durante el día—en lo que parece un área tranquila de clase media no es una buena señal.
Si medimos el tiempo con el reloj de un reportero local podemos decir que llegamos tarde a nuestra primera reunión con la violencia sampedrana. En lo que hoy es y para siempre será una escena del crimen ya solo quedan tres charcos de sangre negra y el silencio de los vecinos: nadie conocía a las mujeres asesinadas, nadie vio lo sucedido y tampoco tienen idea de cuál es el motivo. El miedo a ser el próximo punto de enfoque de la Sony X5 del camarógrafo de O. Bloodhound deja mudo a cualquiera.
Alejándonos de la escena del crimen, cuesta arriba, como quien busca subir al cielo, el peligro aumenta con la pendiente y las calles empiezan a perder el asfalto; los callejones con finales oscuros; la estación policial casi desierta.
Los agentes de policía admiten que no tiene caso subir demasiado. Las pandillas tienen banderas desde la entrada de la colonia,y allá arriba, en las cúspides de las lomas, ya saben de nuestra llegada desde hace dos horas.
Esta noche nos permitimos la cobardía de no subir. Durante los días siguientes tampoco volvimos.
***
El merengue que escuchamos en la radio de la camioneta de Bloodhound discuerda con la velocidad a la que conducimos en la penumbra del segundo anillo de “San Fierro”. Vamos despacio por la autopista; el motor apenas hace ruido en un ambiente denso, como si en todo momento nos preparáramos para una maniobra brusca y dejar atrás nada más que un rastro de polvo.
Bloodhound aprovecha la tranquilidad del momento e imparte una clase de lenguaje de radio policial:
–Deltas son disparos.–O. gesticula como recurso mnemotécnico.
–Romeo Bravo es un muerto; Limas son los ladrones y Metros son los mareros; Julieta Uniforme es accidente; Papa es una persona. Y ya.
***
Un portón pesadísimo mantiene afuera a los dolientes que hacen fila bajo el sol. Uno por uno se disponen a entrar a la Morgue Judicial de San Pedro Sula al llamado fatídico del guardia de seguridad. Se les ve el peso de la tristeza y la resignación en el lomo, pocas ganas de saber lo que les espera allí dentro. Marchan en una celebración triste, un carnaval de muerte propiciado por la impunidad que manda en Honduras.
Las puertas de vidrio en la entrada del edificio dan una grata bienvenida. La primera mirada dice que es un lugar común, algo parecido a un hospital. De cerca, se ve el deterioro que causa tanto homicidio, tanta camilla chocando contra las esquinas—sacudiendo los cuerpos embolsados—y mordiendo los acabados de los muebles, tantos esperando sentados, tantas cabezas reposando sobre la pared hasta borrar la pintura de la sala de espera. El primer recinto es, sin embargo, soportable. Aunque ya se siente el olor del formaldehido y una que otra mosca ronda la sala. Un poco más adelante, hay que tener estómago fuerte para no salir corriendo de allí: apenas al entrar ya se ven los primeros cadáveres sobre camas de metal, marcados en el pecho con la Y característica de la investigación forense. Luego otro y otro y otro y otro más. El olor de este lugar se queda en la nariz por semanas y las imàgenes se clavan en la retina de por vida. Cuerpos cubiertos de moscas, partidos en trozos, tatuajes atravesados por cortes en forma de X, estrangulados con torniquetes, quemados…todas imàgenes que solo interesan a los forenses y, por supuesto, a los sabuesos que desde afuera seguramente alcanzan a olfatear los 68 cuerpos aquí apilados.
Héctor Hernández no huele nada. Esto es una ventaja en su puesto de coordinador de medicina forense. «Uno se acostumbra», dice mientras sonríe. A sus 58 años conoce la mayoría de las manifestaciones de la muerte y todas sus posibles variantes, lo cual, en su carrera puede ser considerado como simple experiencia laboral.
—Para todos es igual, terminas haciendote a tu lugar de trabajo aunque no te guste.—Aclara el forense, abanicando una pila pequeña de papeles que tiene lista para mí.
—¿Estas son las cifras oficiales para San Pedro Sula?
—Sí. Extrañamente, en la ciudad con la tasa de homicidios más alta del mundo, nadie había venido a mi despacho a preguntar sobre el número de muertes violentas.—
Suelta una mueca torcida que parece una sonrisa y se sumerge de nuevo en las tablas de Excel.
—Somos 146 personas trabajando en Medicina Forense, entre médicos forenses, odontólogos, toxicólogos, microbiólogos y psiquiatras.—
—¿Poca gente para tanto muerto, no?
El forense sonríe y asiente.
—No tenemos máquinas de rayos X y el segundo piso del edificio se quemó en junio del 2012; tenemos mucho más trabajo que la morgue capitalina pero tenemos menos gente.— cuenta Hernández.
—¿Cree que su trabajo sirve de algo?
—Para los familiares de las victimas sí. La cosa es, me atrevo a decir, que de 10,000 autopsias realizadas solo han sido investigadas 600.— La mueca torcida que hacía de sonrisa en la cara de Hernández ahora es un gesto de resignación.
Efectivamente, la Morgue Judicial es más interesante para los periodistas de nota roja—nosotros, los de segunda clase—que para el sistema de justicia.
Siete horas después, justo cuando la luz empieza a atenuar, los forenses nos avisan que tenemos la primera escena del crimen del día: una osamenta. Azucarera Santa Matilde, cañeras del sector Guaruma 1. Unos segundos después, Bloodhound confirma. Él ya està en el lugar, abriéndose paso entre las cañas altas, intentando encontrar el cadaver por su olor.
Las cañeras por su tamaño son una fuente enorme de trabajo. Ademàs, son el lugar perfecto para esconder un cadaver. Sus calles de tierra, la caña de dos cuerpos de alto en la soledad del valle hacen imposible encontrar una víctima antes del corte. Solo entonces los recolectores se topan con los restos mortales, vacíos de pistas para resolver el caso.
El cadaver tiene unos pocos minutos de haber sido encontrado. Para cuando llegamos, justo despues de medicina forense, la escena del crimen está contaminada al punto de que no se reconocerían las huellas de Pie Grande. En el despliegue de indiferencia más serena posible, la fiscal, los policias, los forenses, los conductores, taxistas, un escritor inglés, Bloodhound, los camarógrafos y yo, pisoteamos cualquier posibilidad de investigación. Los policías iluminan el lugar con las lucecitas de sus teléfonos celulares, los forenses y los investigadores buscan pistas: intentan recoger los huesos que irónicamente se parecen mucho a la caña seca en la negrura del valle.
***
–Un cadáver. Disparos, Sector de la Rivera Hernández. Vámonos!— Gritó el sabueso con todo su pedigrí.
O. Bloodhound saca su escopeta calibre 12 y el camarógrafo la Pietro Beretta 9 milímetros con mango de oro que quedaría mejor colgada de la cintura de un narco. Al parecer nos dirigimos a una zona caliente, al rojo vivo. Lo confirma el mutismo voluntario de los que allí viven.
Hacemos preguntas sencillas. ¿Quién era? ¿Vivía en la zona? ¿Usted escuchó los disparos?…todos responden con una mirada inocente, sin sentido ni contenido. Se hacen los muertos para que no les maten de verdad por hablar.
Murió a las 21:00 horas. El cuerpo es de un hombre en sus treintas. Yace en el suelo de costado, de cara a los Billares El Chino con el rotulo que publicita la cerveza Salva Vida. Otro remate irónico al estilo sampedrano.
O. Bloodhound se prepara para la cámara. Se pone de espaldas al muerto que suelta un chorro de sangre y empapa su camisa agujereada justo en el momento que el camarógrafo enciende la Sony X5. El cadaver conoce su papel en el espectaculo de la nota roja.
La cámara se apaga y los niños que jugaban a 3 metros de la escena ya pueden volver a sus casas.