EL 26 DE AGOSTO, a primeras horas del día, un grupo de sicarios enmascarados ingresó al municipio de Brus Laguna. Su objetivo: seis guías indígenas que días antes habían ayudado a un nuevo “batallón verde” de Honduras, una unidad militar encargada de combatir los delitos ambientales y encontrar áreas de deforestación ilegal en el río Tilas Unta. Sin embargo, el intento de asesinato salió mal. Aunque los sicarios lograron entrar en la casa del primer guía, la víctima de alguna manera logró escapar, alertando a los demás en la lista de objetivos.
Los seis guías ahora se encuentran en el anonimato, mientras que la deforestación en la región continúa a un ritmo alarmante. Además, el mensaje que los sicarios pretendían transmitir fue recibido, alto y claro en Brus Laguna, incluso sin necesidad de llevar a cabo un asesinato: el simple hecho de ayudar a las autoridades a combatir los delitos ambientales es suficiente para terminar muerto. En este sentido, durante los días previos a la visita de Revistazo a Brus Laguna, se encontró un cuerpo con múltiples impactos de bala en un campo cercano al río Tilas Unta y, para entonces, el motivo exacto aún no se había esclarecido.
Dicho eso, Gracias a Dios, es el territorio ubicado más al este y también el más remoto de Honduras. Concretamente, se ubica en La Mosquitia, una zona de exuberante selva tropical y sabana, extendida por las fronteras al norte de Honduras y Nicaragua; y que en conjunto alberga el 7 % de la biodiversidad del planeta.
Sin embargo, la deforestación desenfrenada representa una amenaza inminente para el bosque tropical, así como para las poblaciones indígenas que dependen del bosque para su supervivencia. Según cifras de Global Forest Watch, Gracias a Dios perdió 15,900 hectáreas de bosque primario en 2023; la tasa de deforestación más rápida registrada en la región.
El eventual colapso de la selva tropical en La Mosquitia, en caso de ocurrir, sería un testimonio del poder de la humanidad para superar límites naturales y de la capacidad de las personas más poderosas del planeta para trasladar las consecuencias y responsabilidades de sus acciones a las personas más pobres. Quienes talan los árboles suelen ser personas pobres de las zonas rurales de Gracias a Dios, uno de los departamentos históricamente olvidados de Honduras. Quienes toman las decisiones son personas adineradas y distantes. Muchos también están involucrados en el floreciente comercio de cocaína en La Mosquitia.
En la imagen: La deforestación en La Mosquitia ha estado aumentando en magnitud. La deforestación más rápida ha tenido lugar en los últimos tres años.
Las pistas
La importancia de Brus Laguna para las redes de narcotráfico es un secreto a voces. En las semanas previas a la visita de Revistazo, Wilmer Wood, el alcalde de la ciudad, enfrentaba una difícil situación al ser arrestado bajo cargos de tráfico de drogas. Sin embargo, la detención del alcalde pareció tener poco impacto en la disponibilidad de cocaína en la ciudad, ofrecida a un precio competitivo de dos dólares por gramo. Esto significaba, que en los bares de Brus Laguna, un gramo de cocaína tenía el mismo precio que una cerveza.
Dicho eso, el tráfico de cocaína está impulsando una deforestación sin precedentes en Honduras. Mientras que a principios de la década del 2000 la mayoría de la cocaína bordeaba las costas de Honduras camino a Estados Unidos, el aumento de los decomisos en el mar empujó a los traficantes a buscar rutas más creativas por tierra. El resultado fue un aumento del tráfico en La Mosquitia, donde los bosques y pantanos habían sido durante mucho tiempo un regalo para los contrabandistas.
A partir de 2007, se comenzó a instalar en la selva una red de pistas de aterrizaje ocultas. Los traficantes desarrollaron el destructivo hábito de estrellar aviones en las pistas y reclutar pequeños ejércitos de trabajadores locales que viven bajo el umbral de la pobreza para descargar paquetes de cocaína en pipantes (canoas).
A pesar de los intentos de las Fuerzas Armadas de Honduras de bombardear estas pistas con el apoyo de Estados Unidos, los traficantes continuaron operando con impunidad. Nuevas pistas fueron simplemente construidas junto a las antiguas, amplificando una pérdida forestal que ya estaba fuera de control. La economía mágica de la cocaína, donde la oferta es criminalizada, la demanda es alta y los precios aumentan exponencialmente a lo largo de la ruta de tráfico, significaba que las organizaciones de tráfico de drogas podían permitirse perder personas, aviones y pistas indefinidamente sin enfrentar consecuencias financieras tangibles. Por lo tanto, los traficantes comenzaron a deforestar agresivamente el bosque tropical.
Hoy en día, esas pistas, junto con la selva, están desapareciendo. En su lugar, grandes extensiones de pastizales están tomando forma. Se estima que las fincas ganaderas ahora representan hasta el 90 % de la pérdida forestal en La Mosquitia. Y aunque el Instituto de Conservación Forestal (ICF) reforestó 375 hectáreas de bosque en Gracias a Dios en 2023, los esfuerzos de reforestación en el departamento actualmente reemplazan menos del 1.5 % de lo que se pierde anualmente.
En la imagen: Dos hombres abren un camino a través del bosque. Su intención, según dijeron a Revistazo, era despejar terreno a lo largo de la ruta para la agricultura.
Los pastizales
El mugido en el rancho suena angustiado, como si las vacas cargaran una tristeza profundamente arraigada. La casa de madera se balancea suavemente sobre sus zancos de dos metros de altura y el suave golpe de cientos de cascos rompe la quietud matutina. A través de una grieta en el suelo se distingue un cerdo, husmeando un envase de fideos vacío bajo la casa. El rico aroma del café se mezcla con el olor a bovino. Son las 6:00 a.m., el trabajo en el rancho ha comenzado.
Revistazo llega a lo que solía ser parte de la selva de la biósfera del Río Plátano, donde ahora hay pocos árboles. Darwin (nombre ficticio) ha trabajado estas tierras desde hace poco más de un año. En 2022, en un pueblo lejano al rancho, había escuchado sobre una oportunidad de trabajo. El patrón (el jefe), a quien Darwin no nombró, estaba buscando trabajadores fuertes para despejar tierras en la selva, construir un rancho y criar ganado. A cambio, Darwin recibiría 200 lempiras (8 dólares) al día, además de entregas gratuitas de alimentos básicos cortesía del patrón.
El sol es implacable en el rancho. La única sombra proviene de los esporádicos restos de árboles esqueléticos que de alguna manera sobrevivieron al corte y quema. Han perdido su antigua majestuosidad y parecen muertos. Este no es el único rancho propiedad del patrón; según Darwin, tienen muchos en toda La Mosquitia.
La caminata hacia el borde del bosque, al límite del rancho, dura casi una hora; pero la línea de árboles parece moverse cada vez más lejos, como un cruel espejismo sudoroso. Finalmente, Revistazo se adentra en el bosque y durante dos horas más sigue una pequeña huella de ganado a lo largo de un arroyo seco. La destrucción del bosque es evidente.
Grandes cantidades de matorrales bajos han sido despejados recientemente, proporcionando un acceso más fácil a los árboles. Varias botellas de plástico de refresco que contienen gasolina estaban bajo la sombra de un gran árbol. Según explicó el guía, en cuestión de días los ganaderos volverían al área del bosque para iniciar el corte final con motosierras. Luego, los desechos serán rociados con gasolina y quemados.
Al final del sendero, un pequeño claro se encuentra entre los árboles. Cultivos de caña de azúcar, maíz y plátanos rodean una pequeña casa de madera con techo de hojas de palma. Una mujer misquita retira una cacerola del fogón y nos ofrece tazas de café y caña de azúcar para masticar. Se le comentó sobre lo hermosa que es su tierra.
Con cierta cautela, se pregunta si la familia ha tenido mucho contacto con los ganaderos que han invadido las tierras circundantes a la casa. La sonrisa de María desapareció.
María dijo que, desde esa reunión, no había recibido más noticias. Estaba segura de que no había peligro inminente y creía que el incidente era simplemente un «malentendido». Pero la visita de Revistazo al sitio permitió observar señales de que, en cuestión de semanas, el bosque que rodeaba la casa de María desaparecería.
En Gracias a Dios todas las tierras han sido tituladas comunalmente a las poblaciones indígenas y su venta es ilegal. Sin embargo, la violencia, el desplazamiento forzado de personas indígenas y la compra ilegal de tierras siguen siendo común. Revistazo fue informado por numerosas fuentes locales que, aunque las leyes «existen en papel», rara vez se aplican.
En la imagen: La deforestación se estaba acercando rápidamente al hogar de María. Los guías le informaron a Revistazo que, en cuestión de días, el bosque restante que rodeaba su tierra podría desaparecer por completo.
Los poderosos
Las extensas fincas ganaderas ubicadas en áreas remotas de la selva, combinadas con una notable ausencia de demanda local de carne de res, han llevado a muchos en Brus Laguna a una idea peligrosa: que muchas de las fincas en La Mosquitia no son simplemente fincas ganaderas comunes y corrientes, sino “narcofincas”.
Los dueños de las fincas son frecuentemente denominados sólo como «terceros», haciendo alusión al hecho de que provienen de fuera del área. No son indígenas y, por lo tanto, no tienen derecho a la tierra en Gracias a Dios; la cual técnicamente ha sido titulada a las poblaciones indígenas a nivel local. No obstante, esto no parece detener a los «terceros», quienes a veces también son ominosamente referidos como «los poderosos».
Las fotos satelitales revisadas por Revistazo confirman que, entre 2020 y 2023, algunas de las fincas más grandes en La Mosquitia están en áreas donde previamente se habían construido extensivamente las narcopistas. Pero las fincas ofrecen a los traficantes de drogas más que simples lugares a conveniencia para esconder pistas de aterrizaje. Según un documento de Kendra McSweeney, una geógrafa especializada en los impactos ecológicos del tráfico de drogas, hay al menos tres factores más que incentivan a los traficantes a deforestar las selvas de La Mosquitia.
Primero, las fincas reducen el riesgo de perder envíos de cocaína al permitir que los traficantes tengan control sobre la tierra a lo largo de nuevos senderos que han sido cortados en la selva. Las fincas proporcionan lugares seguros para almacenar cocaína lejos del control estatal y permiten el acceso a un mayor número de rutas para mover la cocaína hacia los departamentos vecinos de Olancho y Colón, evitando los puntos de vigilancia donde los envíos se volvían vulnerables al decomiso.
Segundo, las fincas permiten a los traficantes blanquear los ingresos ilícitos. No hay una estimación exacta de cuánto dinero de drogas ingresa a Honduras cada año, pero la cifra podría superar los mil millones de dólares. La producción de cocaína está en auge, con más de 1,738 toneladas producidas en 2022, según la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC) y Honduras sigue siendo un país de tránsito importante para la cocaína destinada tanto a los Estados Unidos como a los mercados europeos. Por cada kilogramo movido a través de Honduras, los traficantes ganan entre 2,000 y 2,500 dólares, según estimaciones de InSight Crime. Ocultar una cantidad tan grande de efectivo ilícito en Honduras, el segundo país más pobre del hemisferio occidental, requiere una operación de lavado de dinero a gran escala.
Finalmente, los narcotraficantes obtienen una apariencia de legitimidad territorial a través de su propiedad de fincas. En lugar de ser delincuentes sin ninguna razón legítima para estar en La Mosquitia, pueden presentarse como emprendedores que son propietarios de negocios.
En una entrevista con Revistazo, la Dra. McSweeney describió a los traficantes de drogas como una «frontera avanzada» en la que estaban desplazando a los pueblos indígenas a través de la violencia. Como consecuencia de ello, se logra la disponibilidad de tierras para ser apropiada por inversionistas externos. McSweeney también destacó el papel de la llamada “guerra contra las drogas” en la creación de condiciones que han impulsado la destrucción del bosque y dañado a las poblaciones indígenas.
Ella descartó la idea de que la militarización y el uso de los nuevos «batallones verdes» fuesen respuestas a los desafíos en La Mosquitia, haciendo referencia a la tendencia histórica a que las unidades militares terminen coludiéndose con los traficantes de drogas en la región, así como a repetidos casos de brutalidad por parte de las fuerzas de seguridad estatal contra las poblaciones indígenas, tal como la masacre de cuatro personas indígenas a manos de agentes de la Administración para el Control de Drogas (DEA por sus siglas en inglés) ocurrida en 2012 en el Río Patuca.
En la imagen: muestra como los ranchos en la zona se están desarrollando rápidamente alrededor de áreas previamente despejadas para pistas de aterrizaje. Esto permite esconder las pistas.
La gente
En noviembre, las llanuras que rodean Brus Laguna se inundaron repentinamente debido a lluvias torrenciales que azotaron la mayor parte del territorio hondureño. «¡Este normalmente es el acceso principal!», gritó Edwin (nombre ficticio), un enérgico agricultor misquito de 80 años, sobre el ruido del motor del pipante. Clavó su remo con entusiasmo junto al bote para verificar la profundidad mientras flotábamos sobre su propiedad entre un estrecho corredor de árboles. Aunque las llanuras se inundan anualmente, en la última década el clima se ha vuelto menos estable, explicó Edwin. Las inundaciones ahora son más repentinas y pueden durar más tiempo, destruyendo cultivos, mientras que los veranos tienden a ser más secos. Y el clima se ha vuelto menos predecible en general, distorsionando la claridad de las estaciones.
Pocos en Gracias a Dios pueden afrontar las consecuencias -incluso menores- del cambio climático. Según el Banco Central de Honduras (BCH), el 65 % de la población rural de Honduras vive en extrema pobreza. Sin embargo, esta vez, Edwin tuvo suerte. Aunque el arroz quedó arruinado justo días antes de la cosecha, muchas otras cosechas sobrevivieron. Saltó de su pipante en el agua hasta la rodilla y se dirigió con entusiasmo hacia su campo de piñas. «Hoy es un día de acción», explicó, «¡vamos a intercambiar las piñas por plátanos!».
En el último día de recorrido de Revistazo también viajamos en pipante hacia el río Tilas Unta, el lugar donde los seis guías indígenas habían liderado al “batallón verde” antes de que los sicarios intentaran cazarlos. Desde nuestra llegada, había surgido más información.
Según Laurando Eude, presidente de Drapap Tarara Iwi Uplika Nani Asla Takanka (DIUNAT por sus siglas en misquito), una organización que gestiona tierras en Brus Laguna, antes del ataque los guías habían solicitado medidas de forma repetitiva para ocultar sus identidades, pero estas solicitudes habían sido ignoradas. El “batallón verde” luego procedió a allanar tres propiedades en el sitio de Tilas Unta y desalojó a las familias encontradas en esas tierras.
Hoy, todo lo que queda de las tres propiedades en Tilas Unta son enormes extensiones de tierra estéril. En una parcela, junto al borde del río, quedaban los restos retorcidos de una pequeña cabaña de madera. El “batallón verde” había arrancado algunas de las paredes y derribado las vigas, por si acaso, haciendo que la estructura se derrumbara sobre sí misma. En el recibidor se encontraba un escritorio de madera cuidadosamente elaborado para un niño y, dentro, en un estante, una botella vacía de medicamentos para bovinos y un cepillo de dientes de Peppa Pig. Peppa sonreía desde debajo de una capa de polvo. Los antiguos dueños de la casa parecían haberse marchado con prisa; olvidadas víctimas en una oscura guerra entre el ejército y una élite aparentemente ausente que vive en impunidad, demasiado poderosa para estar presente.
En la imagen: La casa abandonada en el río Tilas Unta. Dentro de la casa, un pequeño escritorio, una botella de medicamento y un cepillo de dientes.
También había surgido más información sobre el hombre muerto en el campo, cerca del río Tilas Unta.