La acción del hombre convierte en desiertos 12 millones de hectáreas de tierras productivas al año desde el 1980, lo que supone que en más de tres décadas el planeta pierde anualmente el 1% de sus campos fértiles.
El secretario ejecutivo de la Convención de Lucha contra la Desertificación de la ONU (UNCCD), Luc Gnacadja, utilizó datos como esos para subrayar que la degradación de las tierras es “el mayor desafío medioambiental de nuestra era” y “la principal amenaza contra el bienestar global”.
En una entrevista a mediados de diciembre en Madrid, Gnacadja, ex ministro del Medio Ambiente de Benín, dijo en que la “desertificación” es la principal causa de que más de 1.000 millones de personas en el mundo vivan en la pobreza por la imposibilidad de cultivar o acceder al agua.
La ubicación geográfica de esos “millones de olvidados”, que habitan en su mayoría en las zonas más deprimidas de Africa y Asia, ha dado lugar a que de los tres grandes convenios medioambientales de Naciones Unidas -Cambio Climático, Biodiversidad y Desertificación-, este último haya sido por el que menos hayan apostado las más de 190 naciones firmantes.
“Los países desarrollados han pensado tradicionalmente que la desertificación es algo que pasa en zonas muy remotas y que combatirla no les iba a generar ningún beneficio; por lo que durante años se han negado a desarrollar mecanismos de financiación para ponerle freno”, explicó el secretario ejecutivo del UNCCD.
Ese planteamiento es “totalmente erróneo”: “la degradación del suelo no solo incrementa la pobreza y la mortandad infantil a nivel local; afecta a los océanos y al bienestar global”, puntualizó Gnacadja.
En tal sentido recordó que la desertificación es una de las principales causas de las migraciones masivas en las naciones pobres y que “la solución no es amurallar Europa para que no lleguen inmigrantes de Africa sino ayudarles a solucionar sus problemas para que no tengan que emigrar”.
Para convencer a los países de que hay que pasar a la acción, Gnacadja propuso dos fórmulas, una de las cuales sería “hablar de medio ambiente en términos macroeconómicos”.
Como ejemplo puso el caso de Nigeria, donde buscar alternativas al pastoreo masivo que destruye el suelo tendría un costo de entre 50 y 200 dólares por hectárea, mientras que restaurar las tierras del daño causado requerirían 1.100 dólares por hectárea.
“El costo de la inacción es infinitamente más caro que el de la acción”, destacó Gnacadja, quien defiende que su planteamiento no es el de un “activista” sino el de un “futurista”.
“La evidencia me ha convencido de que combatir la degradación de la tierra es sinónimo de luchar contra la pobreza y la inseguridad alimentaria, y de promover el crecimiento económico”, apuntó.
El secretario ejecutivo del UNCCD reclamó también más “sinergias” en las políticas nacionales ya que, a su juicio, el 75% de las respuestas que hay que dar a los tres grandes retos ambientales son comunes.
“A veces hago un ejercicio práctico cuando me reúno con los ministros de medio ambiente de los países, les digo enséñenme sus planes para frenar la pérdida de biodiversidad, adaptarse al cambio climático y evitar la degradación de la tierra”, prosiguió.
“La inmensa mayoría de las medidas de esos planes coinciden pero se tratan de manera separada, lo cual no solo es una sinrazón sino que conlleva la pérdida de importantes recursos económicos”, agregó.
Gnacadja remarcó además que el cambio climático “está haciendo más severas y frecuentes las sequías y la destrucción del suelo”, y es uno de los motivos por los que “urge actuar”.
Otro es que las previsiones de la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura (FAO) apuntan a que la demanda mundial de alimentos crecerá un 50% hacia 2030 con base en el incremento de población previsto.
“¿De dónde vamos a sacar las tierras para abastecer esa demanda?”, dijo el funcionario. “No nos queda más remedio que restaurar los campos degradados y evitar la desertificación”, concluyó.