La salida de Donald Trump fue un gran alivio para muchos en Centro América, adiós los días de transacciones con gobiernos señalados de corrupción, bienvenidas las nuevas oportunidades de estabilidad política y desarrollo económico. Sin embargo, más de seis meses han pasado desde la toma de posesión de Joe Biden en enero de 2021 y los países del Norte de Centro América (incluyendo Nicaragua) han experimentado un notable deterioro democrático, mientras que la oferta de inversión y empleos para frenar la migración irregular sigue siendo una propuesta en papel.
Entre las cosas que llaman la atención del fiasco de Afganistán fue que la Casa Blanca se atrasó más de un mes en tomar las medidas para proteger a sus colaboradores afganos porque estaba más preocupada en la situación que estaba transcurriendo en su frontera sur con México -tratando de aliviar el daño político. La falta de una política clara para tratar la migración irregular pasará factura en las próximas elecciones legislativas del 08 de noviembre de 2022, pero la miopía de la Administración Biden no le permite ver que la frontera sur está en Centro América.
En los últimos meses los países de Centro América han caído como dominós en más autoritarismo. Nicaragua que cada vez más se aísla del resto del mundo y está encaminada a ser un país de un solo partido político. En Guatemala, es el mismo Estado que se dedica a perseguir a jueces, fiscales y activistas anticorrupción. El Salvador continua el patrón de concentración del poder encaminado a preparar el camino para el continuismo del Ejecutivo. Honduras se encuentra ante un proceso electoral conflictivo, violento e incierto que poco o nada cambiará el deterioro del país y posiblemente lo acelere más si no surge un gobierno legítimo. En fin, nunca en los últimos 40 años los países de Centro América han estado tan vulnerables a convertirse en regímenes autoritarios que atentan contra su población, concentrando riqueza y poder en pocas manos.
Todo esto ha pasado debajo de las narices de los Estados Unidos de América (EUA), pero ni los memorándums de la Casa Blanca, la Lista Engel, los tweets de funcionarios estadounidenses o la cancelación de la ayuda financiera a inmutado a los gobiernos de la región y las estructuras que los acuerpa. La realidad es que los EUA ha dejado de ser la fuerza hegemónica en la región, debe competir con China que ofrece millones sin preguntar sobre derechos humanos o elecciones y con Rusia que juega una importante influencia para Nicaragua. Los EUA ya no puede reclamar “América para los americanos”, invocando la Doctrina Monroe, ni tampoco puede montar guerras ideológicas como lo hizo durante la Guerra Fría. Entonces, la gran pregunta que surge es ¿qué puede hacer la Administración Biden para que la región centroamericana no se convierta en un nuevo fracaso geopolítico?
La reciente experiencia de Afganistán tiene lecciones aprendidas.
- Primero, ser claros en la política que pretenden implementar. Afganistán empezó como una intervención militar y terminó en un proyecto de construcción de Estado. En Centro América, se debe tener claridad de lo que se quiere hacer, ¿es una intervención para frenar el ingreso de migrantes o es una política para asegurar que gobiernos autoritarios no expulsen a su población?
- Segundo, revisar el modelo de cooperación al desarrollo. Afganistán vivió una guerra civil de más de 10 años antes de la invasión estadounidense en el 2001. Prácticamente era un estado fallido, sin institucionalidad pública y con una economía del medievo. En Centro América, a pesar de la fragilidad institucional y las grandes desigualdades económicas, existe un marco legal, instituciones con mandato para aplicar la ley y mercados conectados. No se puede fortalecer instituciones y dar voz a las mayorías excluidas, sin asegurar ingresos y empleos, fomentar la clase media y desarrollar centros de manufacturación.
- Tercero, trabajar con las élites dispuestas al cambio sin permitir la corrupción y la impunidad. Tanto presidentes republicanos y demócratas que han estado durante los 20 años de intervención en Afganistán abiertamente permitieron la corrupción entre los señores de la guerra para poder lograr acuerdos de gobernabilidad. En Centro América, las élites tienen su propia dinámica según la trayectoria histórica de sus países; sin embargo, en todos los países existen grupos desafiantes que son afectadas por los privilegios de la vieja guardia y que están dispuestas a trabajar para lograr cambios.
Sin duda, el gran desafío es poder persuadir y alinear a los gobernantes centroamericanos, sabiendo que hay ofertas de otros países que no ponen condiciones políticas. Por el momento, los $300 millones de dólares anuales para cada país como parte del paquete de 4 mil millones del Plan que prometió Biden no hará la diferencia. Por un lado, hay fuertes sospechas que gran parte de ese dinero se quedará en las empresas que subcontrata el gobierno de EUA para implementar proyectos de desarrollo -algunas de ellas estuvieron en Afganistán también. Por el otro lado, los gobiernos de la región no les interesan ese dinero porque no ingresa a las arcas públicas y tampoco son cantidades que hacen la diferencia.
Una opción es revisar los acuerdos de libre comercio como el CAFTA para generar incentivos para inversión extranjera manufacturera y tecnológica, pues hasta el momento los mayores beneficios han sido del agro que producen pocos ingresos para pocas manos, mientras que la mayoría de la población productiva y que más emigra se encuentra en las ciudades. También debe haber una manera de vincular la regulación migratoria de los EUA con el uso de remesas en las comunidades centroamericanas como instrumento de desarrollo, lo que debe incluir mayor representación política de remitentes de dinero en los procesos de toma de decisión en los países de la región.
Por último, está el dilema político de lidiar con los gobiernos centroamericanos. Hoy por hoy, el dilema viene en dos vías: primero, denuncian a los EUA de intervencionista cuando se pronuncia sobre algún abuso del poder político; segundo, lo critican por ser permisivo al no pronunciarse cuando el poder político rompe el pacto social. Los EUA debe reconocer la deuda histórica que tiene al haber dejado en el olvido el proceso de democratización que impulsó en los ochenta y noventa en Centro América. Sin duda, no podrá reconstruir las relaciones olvidades en cuatro años, pero si puede retomar las reglas que se plasmaron cuando nuestros países iniciaron la senda electoral. Como, por ejemplo, no reconocer a gobiernos que tuercen la constitución para quedarse en el poder o persiguen a opositores, críticos o disidentes para asegurar controlar el aparato estatal y manipular la opinión pública. Un nuevo ingrediente que debe incluir los EUA es promover partidos políticos más cercanos a la población que no se dejen capturar por dinero sucio del narco, corrupción o grupos de poder.
Por el momento, el gran reto que tiene la Administración Biden en Centro América es poder empezar bien para evitar terminal mal como en Afganistán.