La búsqueda de superación, el sobresalir del ingenio y el afán de vencer obstáculos al avance personal o colectivo definen la idiosincrasia hondureña.
Su elección por el humanismo es característica, en parte vivenciada en un cristianismo militante, la mayoría católico, que inspira el cambio personal, incluida la responsabilidad social que correspondiente.
El buen cristiano debe ser buen ciudadano. Pero ya no es suficiente con crear empleos y pagar impuestos. Tampoco basta con orar o ir a misa y rezar el rosario todos los días. Menos si no es humanista precisamente, el trato dado a los colaboradores.
No puede entenderse la indiferencia, peor el despotismo en quienes se dicen seguidores de Jesús, Hijos de la Luz, seres especiales tocados por la misericordia divina, pero que ven en el prójimo que les sirve a seres inferiores.
Además ahora el reto de nuestra realidad injusta exige la intervención en la solución de los problemas sociales, aunque no se haya participado en su creación.
Aunque desde hace tiempo lo demanda la predica de Jesús. La atención al bienestar de quienes colaboran en el alcance de los objetivos empresariales es deber moral. Y con ello la productividad no tiene que verse amenazada.
Hay que enfocarse en la persona, en su crecimiento individual y familiar y en hacer de las estrategias empresariales modelos de cooperación, más que de competencia.
Aplicar a las empresas los fundamentos de la Doctrina Social de la Iglesia es imperativo para los católicos y para los humanistas en general, llamados a ser instrumentos de transformación en una sociedad deudora de mejor calidad de vida para sus integrantes.
Son desafíos planteados en el Simposio Internacional organizado por el Grupo de Empresarios y Profesionales Católicos, GEPROCA, con el auspicio de la CELAM y la UNIAPAC. Compromisos a asumir por quienes son los combatientes naturales de la pobreza, los empresarios y profesionales. Los más bendecidos.