Este artículo es el primero de tres análisis que se publicarán en los días previos al décimo aniversario del Golpe de Estado de 2009. La serie argumenta que la fragilidad del Estado hondureño y su crisis permanente, se pueden trazar a tres factores estructurales que ha venido arrastrando el país desde el Golpe de Estado de 2009: 1) El conservadurismo de las élites; 2) Procesos de reconciliación “borrón y cuenta nueva”; 3) Presidencialismo autoritario y populista. Estos lastres, han impedido que Honduras salga del hoyo en que se encuentra y más bien, con cada crisis y conflicto cae aún más profundo.
En un estado moderno las élites conforman una cúpula de entre 2,000 a 3,000 personas. Para muchos, el término “élite” tiene una connotación antidemocrática contraria a la noción de participación igualitaria y representación plural que idealmente debe cumplir toda democracia. Esto en Honduras pesa aún más porque históricamente las élites económicas y políticas se han servido de la población y han convertido a las instituciones democráticas y el mercado nacional en sus instrumentos exclusivos para concentrar riqueza y poder. Pero en la realidad, todas las sociedades del mundo –sin importar régimen de gobierno- se organizan a través de divisiones de trabajo que implica niveles de especialización, liderazgos y una distribución asimétrica del poder. Esto quiere decir que el problema no son las “élites” per se, sino en la manera en que estas jerarquías sociales utilizan su poder, a través de las instituciones políticas y económicas de un país, para excluir al resto de la población.
El Golpe de Estado de 2009 significó un rompimiento del “pacto entre élites”, específicamente en la alternancia del poder que se había acordado durante la Constituyente del año 1981. Pero este acontecimiento no significó la suplantación de una élite por otra o nuevas instituciones políticas (reglas electorales, mecanismos de elección de altos funcionarios, robustecimiento de controles republicanos, inclusión de colectivos históricamente marginados en toma de decisión sobre sus recursos naturales, etc.) para dar mayor participación y apertura en la toma de decisión política –a pesar que surgieron nuevos partidos y liderazgos políticos.
Paralelamente al efecto político, el Golpe de Estado fue una demostración masiva que el modelo económico neoliberal no había logrado distribuir la riqueza y más bien había profundizado la desigualdad social y con esto la polarización ciudadana que posteriormente tomaría matices ideológicos. A pesar de la protesta social, tampoco las élites optaron por reducir la inequidad y crear oportunidades económicas para las masas e hicieron lo opuesto (incremento de tasas de interés, monopolios financieros, obstáculos para la inversión, préstamos y condonaciones privilegiadas, grandes concesiones, exoneraciones, etc.).
En fin, la democracia y la liberalización económica que se venía recetando desde el exterior (gobiernos extranjeros, bancos multilaterales, agencias de cooperación internacional, donantes, etc.) durante los últimos 25 años en Honduras, había posibilitado políticas públicas tendientes a generar inclusión y reconocer derechos; se crearon nuevos espacios para la participación y la protesta social, y produjo la emergencia de nuevos actores, que exigen más participación y, sobre todo acceso a la riqueza que ofrece el país. Pero ante esta ineludible realidad, las élites económicas y políticas en los años posgolpe no han tenido la voluntad o capacidad para “oxigenar” el nuevo orden. En todo caso, han tomado la ruta opuesta hacia más autoritarismo, explotación, concentración y polarización.
La obvia pregunta es: ¿por qué las élites hondureñas continúan con este círculo vicioso? Pues, por razones naturales. Las instituciones políticas excluyentes que no permiten a los ciudadanos controlar a sus representantes políticos, producen instituciones económicas excluyentes que vienen a enriquecer a unos pocos a costa de muchos. Aquellos que se benefician de las instituciones excluyentes tienen los recursos para mantener sus ejércitos, pagar jueces, nombrar burócratas de dedo, cometer actos de corrupción y manipular las elecciones para mantenerse en el poder –en general actuar con toda impunidad. El poder es de suma importancia en regímenes políticos con instituciones excluyentes, porque no se imponen controles y produce riquezas económicas para las cúpulas y sus colaboradores. Es por esa razón, que políticos y empresarios defienden el estatus quo y no permiten reformas que les afectará, aunque beneficien a las grandes masas.
En fin, a pesar del daño social, sufrimiento humano y subdesarrollo que hay en Honduras, aún no ha habido la necesidad de desarrollar o adoptar nuevas instituciones que favorecen el crecimiento económico y el bienestar de la población, porque las viejas instituciones (corrupción, clientelismo, competencia desleal, tráfico de influencias, etc.) le sirven de maravilla a los que controlan el poder económico y político del país. Pero la salida al problema no está en la eliminación de las élites, pues eso es materialmente imposible. En todo caso, la clave está en los incentivos para cambiar que puedan tener las élites hondureñas a partir de la presión social.
La historia de la humanidad ha demostrado que el cambio en las élites ha venido por dos vías: 1) Coyunturas críticas, como revoluciones, guerras civiles, calamidad humanitaria o conflictos bélicos entre estados-nación que implica la suplantación de una élite dominante por otra; y, 2) El consenso o compromisos inter-élites logrados a través de procesos históricos que crean instituciones más inclusivas. Por el momento, ni el Golpe de Estado del 2009, ni todos los problemas que han sucedido en los diez años posteriores, ha modificado la dinámica de poder del país –a pesar de nuevas élites emergentes y los micropoderes que retan el estatus quo. Ninguna de las élites está dispuesta a ceder, pues las reglas del juego nunca se han basado en creencias democráticas, sino un juego de suma cero donde el ganador se lleva todo. Veremos si los efectos –aún en proceso- del mal experimento reeleccionista manda el mensaje necesario a las élites. Solo espero que después de los 20 años del Golpe de Estado no esté haciendo el mismo análisis.