Este pasado 07 de octubre se publicó el Informe Latinobarómetro 2021, titulado “Adiós a Macondo” en alusión al pueblo surreal imaginario del que escribió Gabriel García Márquez en su obra “Cien Años de Soledad”. Pero contrario al realismo mágico del escritor colombiano, el Informe Latinoamericano inicia con un baño de realismo de lo que la democracia ha llegado a convertirse:
“Una ola recorre América Latina consecuencia del egoísmo de las élites, es la ola de la escasez de mayorías. En este último ciclo electoral los nuevos presidentes enfrentan creciente atomización de los parlamentos, aumento de movimientos y partidos nuevos, así como el fin de los viejos. La gobernabilidad se aleja, augurando tiempos complejos para la región.”
Haciendo alusión al discurso cínico de algunos políticos, Honduras no está sola, también es parte de la ola autoritaria que mezcla populismo, incompetencia, exclusión y unas élites que se quedan con más poder y más tiempo que el deseado, donde las ideologías se corrompieron con el poder dejando a la Izquierda y la Derecha sin legitimidad. Todo esto bajo un trasfondo de globalización que los hace perder competitividad.
Al igual que cada familia es particular a su manera, cada democracia latinoamericana tiene sus matices. En el caso de Honduras, las instituciones públicas son las que hacen la diferencia más que cualquier otra cosa. Y cuando se habla de instituciones, no solo se trata de las representativas como el presidente, el congreso o las municipalidades, también están aquellas que administran funciones estatales como la salud, educación, seguridad y justicia, y que tienen mayor contacto con el hondureño de a pie.
Cuando las instituciones democráticas no cumplen con las expectativas de la población, pues quien más sale afectada es la misma democracia. Hoy por hoy, Honduras tiene el menor apoyo a la democracia -acumulado- de toda América Latina con tal solo el 30% de las personas consultadas afirmando que esta forma de gobierno es la más preferible.
Esto no necesariamente quiere decir que los hondureños y hondureñas están dispuestos a tener un gobierno dictatorial con tal que resuelva, como queda ilustrado abajo. La otra explicación es que en Honduras la democracia no le funciona a la gran mayoría de las personas, porque están excluidas de sus beneficios; la desigualdad social, la corrupción, la inseguridad y la pobreza no han logrado mejorar a pesar de las elecciones y un sistema de partidos más plural.
Estos resultados llevan a la pregunta ¿podrán las elecciones generales de noviembre romper con el patrón de deterioro democrático y llevar a Honduras a una nueva transición democrática? Para esto indudablemente se deberá tener un proceso electoral transparente, libre y justo. Todo esto recae en la institucionalidad electoral, como el Consejo Nacional Electoral (CNE) que dé garantías de transparencia y seguridad al voto en las elecciones. Lastimosamente para el caso de Honduras, su institucionalidad electoral es la más baja en términos de confianza en América Latina, con solo 13% de las personas consultadas dando su apoyo.
Como indica el Informe Latinobarómetro 2021: “Las instituciones electorales son un termómetro de la validez de las elecciones en cada país, y las elecciones son un pilar al cual se aferran demócratas y dictadores para poder tener el apodo “democracia”.” A menos de 60 días de las elecciones generales el panorama electoral no se ve nada positivo con muchos temas en el aire (TREP, el nuevo censo, justicia electoral, observación electoral) y el tipo de campañas que se han desatado. La apuesta para algunos es que las elecciones fracasen para poder mantenerse en el poder, a otros les permitirá negociar en el caos y pues, el conflicto violento históricamente ha sido la manera de resolver las luchas de poder en Honduras. Sin embargo, la Honduras pospandemia Covid-19 será diferente, tal como avizora Latinobarómetro: “En los años que vienen gobernará la calle si los gobiernos no están a la altura”.
Continuismo o nuevo gobierno, no habrá luna de miel, sin buenas elecciones.