“Mas de todos narrar fuera gran pena, y el vasto asunto a suspender me exhorta decir que a veces la verdad no llena”, (La divina comedia de Dante Alighieri, Infierno, Canto IV).
Recientemente el patriotismo catracho y la historicidad nacional fueron virtualmente lacerados, socavados, tras la singular propuesta de la diputada del PAC, Marlene Alvarado, de cambiar la letra de la séptima estrofa del añejo himno nacional de Honduras. La idea peculiar de la diputada plantea eliminar de tajo la palabra “muerte” en dicha sección, o bien, de plano cambiar la estrofa entera. Se establecería concurso para replantear el himno y coartar estas secciones negativas y pesimistas. Como dice el encabezado de Alighieri, tal parece que la poética letra de Augusto C. Coello (que data de hace una centuria) no es hoy “una verdad que llena” que más bien es “gran pena”.
La verdad tirana en Honduras es que la delincuencia y la violencia en general han hecho cuartel en esta nación. Con alrededor de 80 homicidios por cada 100,000 habitantes, Honduras pulula entre las naciones más violentas del mundo y específicamente San Pedro Sula como una de las ciudades con más homicidios en el orbe. Vaya que el “serán muchos Honduras tus muertos” es una realidad concreta.
Ahora bien, es claro que la intención contextual de Augusto C. Coello fue establecer un sentido patriótico al himno nacional. Coello escribió en un ambiente de belicosidad internacional, entre armas y guerras con los países vecinos. En ese contexto el matiz chauvinista de “defender la patria” sí tenía sentido. O sea, el himno hondureño apelaba al nacionalismo, a defender el territorio de hipotéticos intrusos foráneos y a defender esta tierra a capa y espada. En pocas palabras, era un “himno de guerra”, guerra en la cual ya no se está, ni con los vecinos y hermanos centroamericanos ni con alguna otra nación o potencia internacional. Habrán seguro roces diplomáticos, empero guerra per se Honduras no guarda con nadie. El himno nacional entonces queda descontextualizado, en otra plataforma histórica, en otro planeta diferente al actual. Sin embargo se sigue cantando y cantando (especialmente en fechas septembrinas) pero nadie parece poner atención a lo cantado.
Empero haciendo un lacónico análisis a los himnos centroamericanos, y latinoamericanos en general, uno se puede dar cuenta que la desorientación histórica de entonar un himno con letra excesivamente lejana a la realidad del siglo XXI, no es sólo rareza hondureña, sino internacional. Algunas muestras a continuación: El himno de Costa Rica dice en una de sus partes: “cuando alguno pretenda tu gloria manchar, verás a tu pueblo valiente y viril la tosca herramienta en arma trocar”. Clara alusión a levantarse en armas. El melodioso himno de Guatemala menciona: “Si mañana tu cielo sagrado lo amenaza invasión extranjera, libre al viento tu hermosa bandera a vencer o morir llamará”. El himno salvadoreño es sólido en su belicosidad: “Todos son abnegados y fieles al prestigio del bélico ardor… y en seguir esta línea se aferra, dedicando su esfuerzo tenaz en hacer cruda guerra a la guerra…”.
Sin embargo los copyrights de belicosidad hímnica no es cosa sólo de las hermanas naciones centroamericanas, Sudamérica y México también tienen esta caracterización de guerra, sangre, matar o morir, armas y toda esa jerga propia de una época que estaba preñada de indigestas luchas armadas y no de diálogo, paz, concordia y hermandad. El himno de la Argentina reza en su parte final: “Coronados de gloria vivamos… ¡o juremos con gloria morir!”. En Mesoamérica se hayan los Estados Unidos Mexicanos, cuyo himno en su solo inicio espeta: “Mexicanos al grito de guerra, el acero aprestad y el bridón, y retiemble en sus centros la tierra al sonoro rugir del cañón”. Exactamente esta misma filosofía sigue el himno de Bolivia: “Que los hijos del grande Bolívar han ya mil y mil veces jurado morir antes que ver humillado de la patria el augusto pendón”.
Las perspectivas bélicas se hayan prácticamente permeadas en casi todo himno latinoamericano. Y cómo no va a ser así –se recalca– si este era el contexto preciso en el cual sus diversos autores redactaron dichas letras. El meollo del asunto es que el continente entero y nuestro país en lo particular se empeñan en seguir cantando estas letras que instan a alzarse en armas.
Por supuesto que todas estas letras hímnicas pudieran tener una interpretación metafórica. Es decir, es cierto que siguen habiendo personajes extranjeros (e incluso locales) que atentan contra la soberanía de un país. Vaya que a Honduras sus propios hijos la tienen como está. En ese sentido sí pudiera hablarse de “muchos muertos” con la idea de muchos que dan todo por el desarrollo de una tierra de la cual soñó Turcios donde “fecunde el sol y las lluvias sus campos labrantíos”. O sea, bien pudiera hablarse de estar preparados para la guerra, pero una guerra contra la delincuencia, contra la corrupción reinante, contra el crimen organizado, contra la falta de educación y de cultura, contra la politiquería. El problema es que ese no fue el sentido con el cual Coello escribió su letra.
En el mes donde Honduras celebra su independencia no es mala la idea propuesta trazada por la diputada Alvarado. El himno de Honduras no está escrito en piedra, no es cosa venida por mano divina desde tiempos fenicios… sí se pueden hacer modificaciones. Claro, con modificar el himno por supuesto que no se garantiza un cambio conductual en el día a día nacional, pero sí se podría sentar un precedente para moldear un himno que ya no se apega con la realidad actual hondureña.
En el imaginario chauvinista catracho el pregón de Alvarado ha advenido a sacudir, a estropear un supuesto patriotismo de una mayoría que se golpea el pecho al ver la bandera de cinco estrellas, pero que en la realidad diaria atropella, hurta, “trancea”, maldice al prójimo, desordena, ensucia y zarandea lo que aún podía quedar de nacionalismo hondureño. Cambiar el himno no modificará virtudes, pero sin duda la idea presupone re-pensar una identidad reducida muchas veces a una H de futbol que ni siquiera ha hecho muy buenos papeles en certámenes mundialistas; una identidad pálida (palidecida), sin raíces sólidas en pretender construir una nación progresista, ordenada, virtuosa y, quizá sobretodo, hermanada con el prójimo. Himno, hondureñidad y hermandad deben ser 3 aristas no sólo septembrinas sino existenciales y eternas en el acontecer diario de este país morazánico.