El día de su muerte Marvin Josué Pineda, un joven capitalino de dieciocho años, se levantó temprano y alegre. Estaba ansioso de cooperar en los preparativos de la primera asamblea del Partido Libertad y Refundación (LIBRE) que se realizaría al día siguiente en el Coliseo Nacional de Ingenieros. Su padre, Rolando Rivera, era uno de los principales activistas del partido en la Aldea Suyapa, donde vivían.
Parte I
VIDEO: Cámaras de seguridad revelan asesinato de un joven por robarle su moto
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De 8:30 a 10:30 de la mañana, Marvin Josué ayudó en el Coliseo con los preparativos del evento al cual nunca asistiría. Después, fue a visitar a su novia en la cercana colonia Prados Universitarios, donde recogió una tarea del colegio que ella le había ayudado a hacer. Ninguno de los dos sospechaba que aquella sería su última despida.
A las 11:35, Marvin Josué nuevamente se encontraba en casa, donde vivía con sus padres y su hermana menor, alistándose para una exposición que haría en el colegio. Un par de amigos llegaron a su vivienda a recoger dos parlantes de alta voz que les había ofrecido para el evento de LIBRE. Al revisar el equipo Marvin Josué notó que los conectores estaban en mal estado y decidió ir a comprarlos a un centro comercial.
Marvin Josué Pineda junto a Rassel Tome |
“Estas mechas están malas y no quiero que el sonido se interrumpa”, dijo a sus amigos, cuando apuradamente salía de su casa para abordar la motocicleta montañesa color azul propiedad de su padre. Mientras bromeaba con sus compañeros colocó en su cabeza un casco del mismo color del vehículo y luego se retiró. No se imaginó que el viaje sería sin retorno.
Quince minutos después llegó un centro comercial ubicado en la colonia El Prado y de inmediato compró los conectores. Cuando regresaba a su casa un carro blanco, marca Honda, con una H del mismo color pintada en el tono negro y una motocicleta montañesa bastante vieja, de color azul en la parte frontal, tanque anaranjado y de cola blanca, conducido por un joven que vestía camisa deportiva con rayas horizontales de color azul, blue jeans y tenis blancos lo seguían muy de cerca, sin que él se percatara.
A la altura del puente a desnivel ubicado frente a la Universidad Nacional Autónoma de Honduras, un muchacho con edad aproximada de 18 a 21 años, trigueño, delgado y vestido de jeans azul, camisa rosada pálida y tenis blancos, se bajó del carro, colocó en su cabeza un casco gris sin visera y se subió en la parte trasera de la motocicleta que perseguía a Marvin Josué. Su misión era despojar al muchacho de la moto y no le importaba si para eso había que matarlo.
Era un sábado bastante soleado y a la hora del almuerzo los transeúntes caminaban apuradamente con direcciones encontradas. Un muchacho sano, Marvin Josué jamás sospechaba que en el carro y la motocicleta que lo seguían de cerca, se conducían personas que trataban de perjudicarlo. Sin preocupación alguna se detuvo frente a un negocio ubicado en la entrada principal de la Aldea Suyapa porque necesitaba comprar una recarga telefónica.
Sus persecutores en moto pasaron del lugar y cuando ya habían recorrido una cuadra aproximadamente se regresaron, parándose justo frente a Marvin Josué. El joven que andaba en la parte de atrás se bajó y sin quitarse el casco, sacó de su cintura una pistola que luego colocó en el pecho de Marvin Josué. Al instante el que iba adelante le gritó: “disparale”. Marvin Josué estaba sentado en su motocicleta y al escuchar la orden trató huir, pero en ese momento una bala calibre 25 atravesó su pectoral. Eran las 12:31 del mediodía.
Herido de muerte y ante la mirada atónita de los transeúntes, Marvin Josué arrancó, pero al avanzar poco más de una cuadra su cuerpo se desplomó. Sus victimarios lo siguieron de cerca y al verlo caer, el mismo hombre que le disparó recogió su motocicleta para huir con su acompañante en dirección al Coliseo Nacional de Ingenieros hasta perderse en el Anillo Periférico de la capital.
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Ahí quedó Marvin Josué, tendido en la calle, debatiéndose entre la vida y la muerte ante el asombro de los curiosos. Minutos después Amanda, una vecina del lugar quien circulaba cerca de la escena del crimen, tratando de salvarle la vida lo recogió y lo condujo en su carro al hospital Escuela, pero el muchacho expiró cuando era ingresado a la sala de emergencia del centro asistencial.
El presagio de una madre
“Como a las 12:40 entré al cuarto de él y escuché una voz que me dijo ‘Josué.’ Tuve una corazonada y le pedí a dios que lo protegiera, a esa hora él tenía que irse para el colegio”, dijo a este medio digital, Carla Yojana Fernández, madre de Marvin Josué.
Ella no alcanza esconder su dolor al relatar que a las 12:45 a su casa llegó Etelvina, una vecina que gritó: “Josué”. La señora trataba comprobar si el joven se encontraba en la vivienda porque había escuchado que en la entrada principal de la Aldea Suyapa habían herido a un muchacho vestido con camiseta roja y pantalón negro, que andaba en una moto azul.
Una vida cortada antes del tiempo
Marvin ayudaba a sus padres a los |
De ser un joven optimista, trabajador, con futuro, Marvin Josué pasó a engrosar las cifras de muertes violentas en el país. Antes que le fuera arrebatada la vida estudiaba el segundo año de bachillerato en el programa a distancia del Instituto oficial Jesús Milla Selva, de la colonia Kennedy. Su ciclo común lo había cursado en el Instituto Héctor Pineda Ugarte, de la colonia Hato de en medio.
Marvin Josué tenía muchas cualidades: sano, solidario y colaborador. Sus padres, eran dueños de una pulpería y para ayudarles tomó la decisión de estudiar a distancia. El muchacho se encargaba de hacer los mandados y todos los días iba en su motocicleta a dejar y a traer a su hermanita que estudia en la escuela República del Paraguay, ubicada de la colonia Hato de En medio, una comunidad violenta como el mismo sector Suyapa. Haciendo su labor el joven también frecuentaba el supermercado Despensa Familiar y un negocio de pollos ubicado en esa zona.
¿Y la justicia?
Con una tasa de 85.6 homicidios por cada 100 mil habitantes Honduras ha vivido en los últimos años la peor crisis de inseguridad, las autoridades por su parte se muestran incapaces y culpan la fragilidad institucional de no permitirles cumplir a cabalidad con su trabajo. En septiembre de 2012 el ex fiscal general de esta nación centroamericana, Luis Rubí, reconoció que el país solo tiene capacidad para investigar el 20% de los crímenes.
La impunidad que campea en el país ha provocado que miles de familias hondureñas pierdan la confianza en los sistemas de seguridad y de justicia y se resignen a llorar a sus parientes sin la esperanza de que alguien pague por sus asesinatos. La situación también ocasiona que en muchos de los casos son los mismos dolientes quienes buscan hacer justicia por su propia mano.
Ante tal situación la madre de Marvin Josué es del criterio que el Estado debe fortalecer la institucionalidad para garantizarles seguridad a las familias hondureñas. “Quiero justicia porque así como mataron a mi hijo también pueden dejar sin hijos a otros padres y sin padres a otros hijos. Que el señor me fortalezca para seguir adelante”, dijo la angustiada madre con voz entrecortada, mientras trata de limpiar con su mano derecha el lagrimeo que emanan de sus ojos.
Antecedido de las extorsiones y los asaltos, el robo de vehículos se ha convertido en uno de los principales delitos en el país. La mayoría de carros robados son desmantelados en talleres clandestinos para venderlos en partes, mientras el resto es negociado en lugares y venderlos a precios de gallo muerto.
Una fuente que merece todo crédito dijo a Revistazo que una motocicleta como la que conducía Marvin Josué al momento de morir y que en los negocios autorizados se valora en 30 o 35 mil lempiras, en el mercado ilícito se puede encontrar por 7 mil. ¿Será ese precio de la vida de una persona?, este medio digital considera que no, pero en un país donde el 80% de crímenes queda en la impunidad, todo es posible.